Al caer la tarde, tomo un metro para acudir, como de costumbre, a la Bourse du travail donde se encuentran unos Africanos sin papeles. En el bulevar, uno de ellos les entrega a los viandantes unos pasquines para informarles de su lucha: «38º día de ocupación de la Bourse du travail. Más de 800 trabajadores sin papeles aislados se han lanzado en una lucha ejemplar. ?nanse a nosotros.»
Los muros externos de la Bourse están tapizados de rostros: cada africano está fotografiado con un francés o francesa que exhibe su tarjeta de identidad. Es una manera de dar una muestra de solidaridad y de reclamar papeles para quien no los tiene.
Oigo una música alta, con buen ritmo, que da ganas de bailar. Delante de la entrada, en la calle, unos chicos africanos bailan de maravilla. Me quedo fascinado por el espectáculo.
Sissoko, portavoz del movimiento, me invita a seguirle al patio interior. Unos africanos sentados en el suelo están comiendo cuscús preparado por las mujeres. Son unas diez, llevan largos vestidos de colores y se afanan en torno a las ollas, felices de distribuir esta comida que tan bien huele. Insisten para que me lleve un plato lleno de verduras y de cuscús.
Yo recuerdo que, al inicio de la ocupación de la Bourse, un angoleño me había acompañado para hacerse una idea de la situación. Se había quedado anonadado por lo que había visto: africanos apiñados habitados por el miedo, durmiendo al raso, en cartones.
Hoy, las cosas han cambiado: acceden a las grandes salas para dormir, con un espacio reservado para las mujeres y los niños. Todo está limpio y bien organizado. Volvió la esperanza.
Ganaron el reto de transformar un lugar de ocupación en un lugar de vida. ¡Se nota que Sissoko está contento pero añade: «Todo esto no nos da los papeles!»