¿Qué importa ponerse de acuerdo sobre el Dios que no vemos, si no lo hacemos con los hermanos que vemos? Sigo con J. Luis Herrero, porque me parecen que las ideas de su libro (Religión sin Magia, Almendro, Córdoba 2007, 219-223) pueden ayudarnos a pensar y dialogar sobre temas religiosos. Dejo otros motivos importantes de su obra, centrados en la visión de la iglesia y de sus instituciones, para fijarnos en la base de toda religión: la experiencia del hermano.
Pienso que tocamos una de las vetas más decisivas y geniales de la experiencia jesuánica, una veta tan rica que parece inagotable.
Pues bien, esto es de la máxima trascendencia porque la experiencia jesuánica queda como el único basamento del cristianismo una vez que hemos descartado considerarlo como religión bajada del cielo.
Es por entero una construcción humana. Es simplemente la forma como los seguidores de Jesús hemos organizado su seguimiento, al parecer sin demasiado acierto. Es, por tanto, el referente al que hemos de volver si pretendemos más autenticidad. Pues bien ¿cuál es la veta a que nos referimos?
Jesús
Como ocurre con otros hombres de Dios en la historia, la gente se acercaba a Jesús buscando ayuda, pero también interesada por Dios. . . y él, invariablemente, además de ayudarla, la remitía hacia el hermano. Como si su Padre, Yahvé, le importase menos que el hombre, no lo tomó como objeto de su predicación, sino que anunció por encima de todo el Reino. Ahora ya sabemos lo que el Reino significaba para él: no un orden político, tampoco una construcción
espiritual, sino algo muy primario y terrestre, que los hambrientos tuviesen pan, los sedientos agua, los encarcelados fuesen visitados y que todos sintiesen calor y felicidad en el corazón. . .
Después de 20 siglos de veredas distraídas, la teología de la liberación redescubrió en qué consistía el Reino, pero la cúpula jerárquica (el Papa anterior a instigación del actual) estaba tan ajena al evangelio que la condenó ¡Escandaloso e inconcebible! Basta retomar los evangelios
y leerlos en esta perspectiva -Jesús remite no a Dios, sino al hombre para comprender una afirmación del evangelista Juan que siempre sorprende por esa especie de lógica inversa que adopta: cómo pretendéis amar a Dios que no veis, si no amáis al hermano que veis.
Como si dijese “dejaos de tonterías. . . no os llenéis tanto la boca de Dios y ocupaos un poco más de los demás. Esa es la verdadera religión”. Es una inversión de la lógica tradicional. Creíamos que en la medida en que amáramos a Dios amaríamos al prójimo y resulta que, para el evangelio, el movimiento es inverso: a Dios sólo lo alcanzamosy amamos en la gente.
Todas las imágenes de Dios son peligrosas…
Son peligrosas hasta el riesgo de idolatría.
Sólo un icono es venerable: el ser humano. Para los cristianos orientales, los iconos son más que nuestras imágenes tradicionales.
Éstas representan, aquellos encarnan la divinidad que así, de alguna manera, habita el icono. Dicen que los monjes los pintaban de rodillas, no como arte, sino como oración. Pues bien, este ser inteligente y amante, cima portentosa de una evolución cósmica de millones de años es, por eso mismo, la mejor encarnación del Altísimo. Como si la Idea de Dios, su Proyecto, el Logos activamente presente desde el inicio, hubiera llegado a ser en el ser humano lo que pretendía ser. El Verbo de Dios, el Logos, el Proyecto de Dios refleja su imagen en el espejo del ser humano.
Ésta es su encarnación, su descenso (kénosis).
Por eso, el amor del prójimo no es un mandamiento extrinsecista y caprichoso de Dios como podía haber sido otro cualquiera que él hubiera elegido como prueba y garantía de nuestra fe. No es propiamente un mandamiento, sino el reverso de la fe y del amor de Dios: cuando disteis de comer a uno de esos pobres no es como si me dieseis a mí, sino que en realidad me atendíais a mí mismo. Se trata de una identificación más que de una mera representación de Dios por el ser humano. Es una realidad que pertenece al orden ontológico más que al orden moral, como luego veremos.
Estamos ante una de las intuiciones evangélicas más hondas. Y aunque, por lo demás, se sitúa en la línea de la tradición universal de la llamada “regla de oro” del amor del prójimo, alcanza en Jesús una gran sublimidad. Es el vector generador del Reino.
Llegados aquí, he de aclarar que este último capítulo constituye un punto de inflexión en la reflexión general de este trabajo. Se trata de un camino elegido en lugar de otro en una encrucijada. La superación del pensamiento mágico acarrea como consecuencia el
cuestionamiento no sólo de la tradicional religión cristiana, sino de cualquier religión. A Pese a lo cual, habida cuenta de que la dimensión religiosa del ser humano es algo insoslayable, en alguna
construcción religiosa concreta, por sencilla que sea, habrá de traducirse;
¿Cuál sería ésta? En la encrucijada aludida éste podría ser uno de los caminos a elegir. Hubiera sido comprensible. En razón de la parte de verdad que hay en ello hemos apuntado cómo podrían ser las comunidades de seguidores de Jesús. Y aún quedaría la inmensa labor de desentrañar el mensaje evangélico y de perfilar los aspectos esenciales del seguimiento en la intuición del Profeta de Nazaret (antes de pasar a su vivencia en el mundo de hoy). Sobre
este tema hay miles de volúmenes y no digo que no habrá que hacer una relectura de la vida y experiencia de Jesús desde la perspectiva del nuevo paradigma. Sin embargo, en la encrucijada mencionada me he decidido por la otra alternativa como tan urgente como la anterior y menos atendida que ella. Parece además que fue la preferida del mismo Maestro.
Jesús no se interesó especialmente por el tema de lo religioso salvo para preservar de él lo más humano.
Él era poco religioso. No sólo era un laico sino más aún un hombre secular; le acusaron de antirreligioso y, en buena medida, lo era. Por eso, en la encrucijada que sigue a la debelación de la magia prefiero optar por un caminomás rupturista frente a lo más propiamente religioso, precisamentepor respeto a Dios.
Por decirlo brutalmente, pregunto: después de la religión ¿qué? ¿qué abordar como conclusión de este libro? Y mi respuesta es rotunda: la Utopía, el gran ecumenismo práxico, el Reino,
la ética universal, la espiritualidad política, la mística activa y samaritana, la humanización, en una palabra, ¿cómo construir ‘el otro mundo posible’. . . Son nombres diferentes, matices y planos complementarios de la única religión universal imprescindible. Es un camino más laico que religioso, más profano que sagrado, más humano que divino. El intento de pergeñar un modelo nuevo de religión universal acumula dos inconvenientes. Uno, que parece quimérico un espacio común para las variadas religiones y culturas de la globalidad actual. Por lo demás, un ecumenismo teórico global es imposible: nunca nos pondremos de acuerdo en la interpretación
de Dios y en una organización religiosa mundial.
Y el segundo inconveniente para consensuar algún modelo religioso común es que media humanidad es hoy incapaz de aceptar el único modelo posible de religión: la subversión del sistema asesino de la otra media. Los responsables del sistema asesino, el mundo rico, están ciegos sobre su culpa y desvían la atención del problema hoy más dramático y urgente: la Tierra y la Humanidad se nos mueren. Dios es demasiado misterioso, inefable y escondido para corazones acartonados por la ambición y el dinero: ¿amar al Dios que no ven si están dejando morir a media humanidad ante sus ojos (san Juan)? Ceguera del mundo rico pero. . . ¿y la cúpula vaticana?
Las comunidades latinoamericana cayeron en la cuenta de ser víctimas de la injusticia como
Jesús, pero Roma las condenó por marxistas. “Esté Ud. de acuerdo con su gobierno”, reiteraba Juan Pablo II al obispo Romero cuando éste le enseñaba fotos de víctimas que el Papa no quiso mirar. Son cosas tan obscenas que es cinismo e hipocresía tachar de resentidos a quienes las recuerdan.
A la vista de la tragedia de la humanidad ¿qué importancia tieneponerse de acuerdo sobre un determinado concepto de Dios, unas formas de culto o de organización religiosa? Lo religioso ha sido un ámbito de enfrentamiento más que de cohesión, repito. Y no digamos ya la repulsión que provocan los colectivos religiosos que se pretenden en posesión de la verdad por encargo de Dios. Tamaña arrogancia, por mucho que se disfrace, es objeto de grandes adhesiones
y de profundos rechazos. Es decir, todo lo contrario de constituir un elemento unificador. No lo es ni para los propios adeptos que compartimos sin más remilgos caridad e injusticias flagrantes,
sin sensibles diferencias con agnósticos, ateos o alejados. La religión no garantiza ningún mejor comportamiento o convivencia. Pienso, pues, que es preciso volver los ojos a otra parte. Si la idea de Dios no nos hace mejores ¿existe alguna realidad que lo consiga? Dada una situación mundial tan conflictiva y extrema que parece abocada a la catástrofe ¿hay algo más imperioso que el proyecto de buscar el acuerdo sobre algo que evite el desastre?
De los derechos de Dios a los humanos (por una ética universal
Simplificaré con el mero objetivo de marcar los contrastes. Se puede decir que el tiempo de las religiones se caracterizaba por la conciencia de los derechos divinos. Algunos grandes maestros, Jesús sin duda entre ellos de modo notorio, desplazaron el acento hacia lo humano, como acabamos de ver. En el caso de Jesús, pasada la cumbre que él alcanzó de lucha por la justicia y la fraternidad, el conjunto de sus seguidores recayó en un mundo moralizante de valores no muy superior a los del imperio que heredaban. No obstante, la semilla seguía latente.
Y con el movimiento renacentista y, luego, el ilustrado, aquella semilla volvió a fructificar aunque, curiosamente, en tierra, si no pagana, sí muy reactiva frente a la religión. Y ésta
replicó con furibundos ataques. Con la Ilustración la consideración de los derechos humanos robó la primacía a los derechos de Dios.
Las iglesias aún no lo han digerido por decisiva que fuera la mejora: desde los derechos humanos, los de Dios están sustancialmente garantizados,pero no a la inversa.
Gracias, pues, a la evolución de la sociedad civil los llamados derechos humanos se han ido aclarando, completando, asentando y universalizando. Es un logro de la humanidad. La Iglesia católica todavía no ha firmado, para oprobio de todos nosotros los cristianos, la Declaración en su totalidad. Prueba, cuando menos, de un serio desfase entre ella y la marcha de la historia.
Bien miradas las cosas, transferir el acento de las creencias religiosas a los derechos de las personas y pueblos parece eso, cuestión de simple acento. Pero es mucho más. Si la superación del pensamiento mágico es un supuesto previo del nuevo paradigma religioso,
el desplazamiento de acento del recto pensar (ortodoxia) al recto obrar (ortopráxis) es su alma, sin duda, su médula revolucionaria.
Entre los pliegues ocultos del recto obrar se esconde (eso significa implicar) lo más sustantivo y decisivo de la afirmación existencial humana auténtica (afirmación conceptual implicada en la vital, como luego veremos).
Ya hace algún tiempo que surgen voces, de teólogos, filósofos y pensadores en general, a favor de la pertinencia y urgencia de una ética universal como ese haz de derechos y deberes mínimos en los que consentir todos no sólo por necesidad de una convivencia justay benévola,
sino de la simple supervivencia de la especie. Ésta será imposible sin aquella. Que no nos induzca a error la expresión ‘derechos mínimos’, porque este logro tan básico en su formulación
forma ya parte de la Utopía. En realidad estamos a años luz de garantizar los derechos mínimos de todos, derechos nuestros, de nuestros hijos y nietos, es decir, de las futuras generaciones. No sólo crece el número de los que mueren diariamente de hambre y de sed (a causa de nuestro expolio), sino que aumenta peligrosamente la desigualdad, insisto en lo dicho. Ésta era una relación de 1 a 30, en 1960, entre el 20% más pobre y el 20% más rico del planeta. En 1990
se había duplicado pasando a una proporción de 1 a 60 y hoy el 20% de ricos acapara una riqueza más de 80 veces superior al 20% de pobres.
Esta injusticia asesina, que no sería superada por una jauría de lobos hambrientos, se acompaña, además, con una insensatez de auténticos locos. Como si en un edificio, una minoría de imbéciles estuviera desmontando y vendiendo para beneficio propio elementos
sustanciales de la construcción, sin atención a la ruina general que preparan. Una economía concentradora de riqueza en manos de unos pocos está fomentando un futuro convulso y destrozando el habitat común: atmósfera exterior, medio ambiente, clima global, masas forestales, océanos, ríos, acuíferos, alimentos, equilibrios biológicos logrados a lo largo de millones de años de evolución, etc.
El imperio dueño del sistema arrasa países (Afganistán, Irak. . . ) o los desestabiliza (Congo, Sudán) para apoderarse de sus riquezas, petróleo, cobre, diamantes, coltan, etc. El mismo imperio mueve peones en Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Argentina, Paraguay, Brasil. . . para controlar el hemisferio sur de América. Hoy es la batalla por el petróleo y ya se prepara la del agua. Sabidas son las maniobras para ampararse del descomunal acuífero, un mar subterráneo de agua dulce, por fronteras del Iguazú. En su expolio vergonzoso y criminal los de siempre están patentando especies forestales y animales para su disfrute exclusivo y siguen maniobrando secretamente, buscando patentar el propio genoma humano. ¡Qué futuro!
Los políticos neoliberales, capitalistas o socialistas, a fuer de pragmáticos nos echan en cara nuestros devaneos utópicos.
Ciegos y mediocres no se enteran de que sin perspectivas de Utopía nos perdemos todos, humanidad y planeta.
Una ética universal, pues, un nuevo pacto social que alumbre la suficiente esperanza en el espesor de una humanidad demenciada.
Algo se mueve por el mundo desde Seatle en 1989. Los movimientos altermundistas de Porto Alegre se extienden y consolidan.
Roma, tan prudente siempre guarda silencio. Esto supuesto ¿qué colaboración podemos esperar de los conservadores católicos en las movidas de los foros sociales? ¡En estas manifestaciones la mayoritaria derecha cristiana está ausente y se reserva, en masa, para las movilizaciones a favor de la clase de religión o contra las bodas gays! La institución eclesial que el instinto del pueblo identifica con la derecha está lejos de descubrir la obscenidad neoliberal y cuánto
dista ésta de la buena globalización, la de la solidaridad samaritana, la del ‘otro mundo posible’, la Utopía, Humanización, el Reino de Dios. . . ! Nombres distintos de una misma realidad.