Juan Luis Herrero del Pozo ha sido misionero y profesor de teología durante muchos años, en el centro de África. La vida le ha marcado con su dura realidad: ha vivido el hambre de los pobres, ha sentido la injusticia de los poderosos, ha llegado al convencimiento de que este tipo de Iglesia no responde ya, ni al evangelio de Jesús, ni a la esperanza actual de la humanidad. Con ese convencimiento ha escrito, desde su retiro de Logroño, un libro titulad, Religión sin Magia.
Testimonio y reflexión de un cristiano libre, El Almendro, Córdoba 2007), cuyo contenido iré presentando en los días que siguen.
Juan Luis es un amigo y así, como amigo, me ofrece su libro, para reflexionar con él, para que reflexionemos juntos. No hace falta que estemos de acuerdo con todo lo que dice, basta con que queramos pensar con él a partir de lo que él dice. Creo que puede ser un buen texto base para el diálogo.
Me siento muy unido a las cosas que dice Juan Luis , pero no son mías, son de él, y así las presento. Quiero que él sea quien dialogue con vosotros y responda, si es el caso, a vuestras preguntas. Ha venido hablando del transcurso de su vida, de su experiencia religiosa y social, del compromiso político de «ofrecer» el 0,7 % para el desarrollo de los pueblos… Pero todo eso puede entenderse a partir de lo que sigue. Todo lo que ofrezco hoy es suyo, está en las páginas 45-49 de su libro.
Mundo económico, mundo religioso
La experiencia del 0,7 me llevó, de vuelta a mi ciudad natal a indagar en los sótanos inmundos de un sistema económico generador de tanta injusticia y desigualdad, según he señalado páginas arriba.
Mientras reflexionaba sobre la filosofía subyacente en el sistema económico mundial, fui reanudando contactos con el mundo más específicamente cristiano. No eran precisas grandes dosis de lucidez para percibir en él una situación de crisis. Lo más viejo y caduco del
cristianismo, aparcada la renovación conciliar, se estaba imponiendo al principio con precaución, enseguida con descaro.
Es la que se ha llamado involución conservadora mediante estrategias romanas, más centralizadas y despóticas que nunca, milimétricamente diseñadas: recuperación dogmática y devocional, endurecimiento de la normativa litúrgica y del derecho, marketing de viajes papolátricos, febril actividad en la factoría curial de beatos y santos, golpes asentados a la teología de liberación, privilegios a los movimientos más conservadores y a sus seminarios, marginación de los más progresistas, censuras a más de 500 teólogos, nombramientos de obispos dóciles por todo el mundo, pre-selección del futuro cónclave cardenalicio elector, reestructuración de los seminarios medio vacíos y, por colofón, la patética figura de un papa inmóvil y áfono que se pretendía clavado a la cruz sin derecho a bajar de ella.
Entre tanto, se vacían los templos y se dispara la media de edad de fieles y pastores. Junto a algunos focos de gente joven comprometida poco a poco enmudecida y marginada de las parroquias, la mayoría cristiana sigue átona y dócil, feliz del retorno a sus santos y devociones y al utilitario consumismo sacramental. El estuche de hierro de la moral tradicional ha producido efectos desastrosos en la psicología creyente: abundan personas que ocultan dramas y miserias interiores, que se debaten en inseguridades, escrúpulos, complejos, culpabilidad, miedo. . . que a duras penas compensan con prácticas piadosas sinceras, pero inauténticas.
Hay madres que, como talibanes domésticos, provocan que sus hijos acaben dando un portazo definitivo a la religión. La crisis es compleja y se vino fraguando tiempo atrás, pero nos toca afrontarla a nosotros. No se puede dudar de lo mucho y muy positivo con lo que el cristianismo
ha contribuido a la cultura de occidente. Pero se minimiza con celo miope y mendaz su monstruosa carga negativa. La denunciaron los ?filósofos de la sospecha?, pese a sus exageraciones, primero Marx con la acusación de opio del pueblo, luego Nietzsche, Freud, Sartre.
Esta reestructuración, confiada en muchos casos a clérigos ultraconservadores ha producido un efecto curioso: en muchas diócesis los sacerdotes más jóvenes formados en ellos apenas se distinguen de los más intolerantes del Opus Dei.
Un desfase con la ciencia y con la realidad
A partir de ahí, las ciencias humanas, psicología, antropología, historia, nos van abriendo los ojos sobre las aberraciones que la moral y espiritualidad cristianas han vehiculado impregnando
nuestro espíritu hasta los tuétanos de falsedad y distorsión17. La cultura occidental está empapada de ideología cristiana como es difícil imaginar. Ahora bien, desde el siglo IV la doctrina, moral y piedad cristianas, bajo diversos influjos, han conocido una historia
desde muchos aspectos lamentable, en contradicción descarada con el estilo de Jesús. Todo está viciado: la oposición espíritu-cuerpo, la depreciación de éste, la visión y valoración de la mujer, su relación con el varón, la virginidad, el sexo, la negación de ?parvedad de materia? en el sexto mandamiento, las ?tragaderas? vergonzosas con la injusticia y las trampas fiscales, la dominación patriarcal, el matrimonio y la familia, la pastoral del pecado, el rechazo de los anticonceptivos, la injerencia clerical en la legislación sobre aborto, divorcio, matrimonio homosexual y células madre, los sentimientos de culpa y miedo, la exaltación de la obediencia y de la ascesis, y un largísimo etc.
Con tal pasado, no sorprenden los despiadados ataques a los políticos de izquierda por parte de los obispos obsesionados con lo sexual y la clase de religión, por ejemplo. Pero todo ello les aboca al descrédito general entre profesionales, hombres de ciencia y pensadores sensatos, incluso los de sólida espiritualidad. Se les oye dudar de que pueda salir palabra significativa del magisterio católico.
La irracionalidad ha dominado el panorama. Ignorada y combatida por las instituciones eclesiales la oportunidad revulsiva de la Ilustración, el mundo cristiano ha ido quedando desfasado, mientras la sociedad avanzaba: prácticas, devociones, liturgias, pensamiento
filosófico, teológico y canónico, estructuras organizativas, privilegios públicos, etc.
Afirmaciones tan fuertes exigirían una justificación detallada si queremos evitar la acusación de injusticia por parte de quienes han conocido la historia de la iglesia con la parcialidad de los alumnos de primaria en el estudio de la historia de España en tiempos de Franco. Esto sería objeto de otro estudio. Quien quiera abrir un poco los ojos, haga una sencilla prueba y lea, a título de ejemplo, la exposición del pensamiento de M. Foucault que hace Marta Palacio en la revista católica ?Pensamiento?, sept. -dic. 2004, bajo el título ?¿Qué tiene para decirle M. Foucault al cristianismo? Prólogo a una genealogía del género de la moral sexual cristiana?. Me sorprende sobremanera que la autoridad religiosa desconozca que la ley civil no es una declaración de moralidad, sino una despenalización de algo en lo que la opinión pública postula libertad de acción. El Estado no es ningún magisterio para dictar lo bueno y lo malo, sino un ?registro? de los consensos ciudadadanos.
La estructura eclesiástica no responde
Hubo un momento de esperanza con el concilio Vaticano II en el que prevalecieron algunos obispos inteligentes y teólogos antes represaliados. Pero se produjo inevitablemente el choque entre dos cosmovisiones, la aperturista y la curial romana. Un enfrentamiento que cerró en falso porque, en los textos definitivos,todo el mundo ganó y perdió al mantener yuxtapuestas visiones teológicas antagónicas, en aras de un consenso formal ¡El tradicional equilibrismo eclesiástico que se ha confundido con la prudencia!
En pocos años, los conservadores recuperaron las riendas y la reforma quedó paralizada. Tal vez la levadura de aquella ?nouvelle théologie?? no pudo con una masa curial demasiado inerte. Tal vez, era demasiado pronto y el Espíritu no obra milagros. . . En los tiempos de mi
retorno a la vida seglar, la involución ya estaba en marcha. Una vez más se había perdido una oportunidad histórica. La institución eclesial que se autoproclama ?maestra en humanidad? se asemeja más bien a esas madrastras ancianas a las que todo molesta y que sólo saben refunfuñar.
Su lenguaje es altisonante y rancio, su doctrina ajena al sentido común, sus celebraciones ritos apergaminados y aburridos, su organización la antítesis del talante democrático, adulto y libre. El éxodo masivo de fieles no se debe, como pretende la autoridad, a las exigencias del ideal jesuánico. La realidad actual de la institución eclesial, encerrada en su burbuja medieval, resulta hoy repelente. No transparenta el Evangelio, sino que lo oculta y distorsiona. No es testigo, sino obstáculo.
Y como no tiene visos de querer cambiar, sólo le queda agonizar para dar paso a ?otra iglesia posible?. Todos somos responsables de lo ocurrido y, por tanto, de un futuro mejor.
((Comentario que entró de Joaquín Martínez, el día 6 de febrero, cuando yo estaba componiendo el spot… y, sin darme cuenta, lo publiqué por unos minutos: quede constancia:
Comentario:
Lo que pasa en España (y en otros lugares) es que la organización jurídica (la potestas por grados) y el integrismo (la pureza corporal por grados) han aplastado al Espíritu «que gime esperando su liberación».
La identificación partidista de una parte -el núcleo poderoso- de la jerarquía con el PP es una ideología autodestructiva: nadie escapara de su propia conciencia. Pero ese núcleo es todavía más conservador: contra la sexualidad, castidad (en contradicción con una pastoral juvenil que sea capaz de orientar el eros al agape en vez de negar la realidad).
Son tan hipócritas que ni siquiera han sido capaces de articular un salario social para las madres que no deseen abortar. Sólo quieren condenar, no salvar.
La única manera de salvarse es hacerse connatural con esa moralidad: los célibes, primero, los matrimonios tradicionales sin problemas, después, toda la demás humanidad, en el fondo del vaso. A veces le pido a Jesús que nos dé algún respiro: ¿de verdad no amó a ninguna mujer? Pues qué cruz puede llegar a ser el mimetismo, en vez del seguimiento.
Y ellos te dirán: pues claro: la salvación es la cruz… no Jesús.
El Concilio Vaticano II fue saludado por las demás iglesias como una «Reforma de la Iglesia Católica», que iba más allá incluso de la convención protestante en la moral social de la Gaudium et spes y en el concepto de pueblo de Dios-a universal.
Sigue estando en los documentos.
Pero nadie puede negar que la Historia de la Iglesia es indistinguible de la historia de los estados nacionales europeos que extendieron el imperio, practicaron el etnocentrismo, fortalecieron el patriarcado: es la misma historia de pecado ante el Crucificado por el imperio. Lo ha explicado un teólogo moderado como Kasper. Lo han desarrollado Hans Küng, las teologías de la liberación, las teologías feministas.
Este papa empezó hablando del amor, desde su fuente en el eros a su consumación en el agape.
La Comisión Justicia y Paz predica la sociedad abierta y los bienes del iluminismo a otras religiones. Joaquín M.))