Enviado a la página web de Redes Cristianas
El tema que dejé en la entrega anterior versaba, más o menos, sobre la aplicación deficiente, o casi mejor, la no aplicación del Concilio en aspectos nada solemnes ni grandilocuentes, pero esenciales para la percepción de los fieles, y, por eso mismo, de la misma pedagogía del Concilio. Este artículo, como todos los que se escriben desde los blogs, son tributarios de las prisas y de la inmediatez de los sistemas que nos proporciona internet para comunicarnos. Es decir, éste no es, de ninguna manera, el instrumento ideal para un trabajo en profundidad, ni para una tesis doctoral, ni siquiera para una tesina. Lo que quiero decir con esto es reconocer, por adelantado, que este escrito es de divulgación, y busca ofrecer a mis lectores una opinión personal, que sin presentar una información exhaustiva, provoque en los lectores las ganas de obtenerla.
Es decir, creo que mi opinión, no definitiva, ni mucho menos dogmática o paradigmática, es lo suficientemente seria y fidedigna como para poderla tener en cuenta, y reflexionar sobre este tema, para mí, fundamental, urgente, y, si no se remedia pronto, con veracidad y con valentía, explosivo. Así que en esta cuarta parte desarrollaré la última idea del título: grito de atención y protesta.
1º) Atención. Pienso que hay que estar muy atentos a las explicaciones, justificaciones, -disculpas, diría yo-, para no aplicar de una vez el Vaticano II, algo que, desde luego, no se puede achacar de modo alguno al actual papa Francisco, pero sí a Juan Pablo II y a su inquisidor mayor, cardenal Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI. Dicen que el papa polaco fue elegido justamente por su talante conciliar, algo que durante su pontificado no solo no demostró, sino que más bien, al contrario, significó un gran salto hacia atrás, apreciable, sin género de dudas, en los siguientes aspectos, esenciales en la Iglesia:
A) El perfil de los clérigos que fueron elegidos para ser los obispos del pos concilio, poco favorables a los aires de renovación conciliar, y muy diferentes a los obispos a los que venían a sustituir, cuando éstos, como en la iglesia de Brasil, eran ya de un talante conciliar, unos antes del Concilio, y la mayoría entusiastas seguidores del mismo después. En la Conferencia episcopal de ese país, en siglas CNBB, (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil), el desastre, casi hecatombe, y la bajada de nivel pastoral, y teológico y hasta humano, han hecho época, y según los mismos fieles brasileños se tardará años en aproximarse al nivel del episcopado de los años setenta ochenta.
B) La poco valiente aplicación de la reforma litúrgica, en sus aspectos más hondos y serios, ciñéndose a lo más fácil e impostergable, como la misa en lengua vernácula, que ya había comenzado antes del Concilio, y que era el remedio de una aberración injusta y arbitraria, de siglos, contra el Pueblo de Dios, pero la estructura celebrativa de la misa casi no se alteró. Un ejemplo palmario es el ofertorio, para el que se habían previsto tres pasos, de los que se dieron el primero, que duró más o menos un año, y el segundo, que sigue hasta hoy, sin respetar el verdadero dinamismo lógico de la Eucaristía, que en todas las plegarias eucarísticas hace el ofertorio después de la consagración. (Este retraso en la implantación del nuevo ofertorio facilita y provoca esa procesión folklórica y superficial, de un voluntarismo humanista inútil y vacío de cualquier hondura teológica, en la que los niños ofrecen cuadernos y bolígrafos, los mineros, palas y picos, y, los pequeños futbolistas, botas y balones de reglamento. Claro que nada de eso se queda para el Señor, o para sus representantes, como sucedía antiguamente, sino que vuelve al donante. ¡Maraviollosa pedagodía del sentido del ofertorio!, que no es otra cosa que la entrega total del Hijo, y que es lo que ofrecemos, -«Te ofrecemos, Señor, el cuerpo y la sangre de tu Hijo …»-, después de la consagración.
b1) Pero todavía hay cosas peores en la cada vez más infumable liturgia oficial de la misa, para los pacientes y sufridos fieles, que se ven tratados como menores o discapacitados, sin poder intervenir en acciones totalmente justificadas para todos los bautizados, sacerdotes participantes del Sacerdocio de Cristo, hombres y mujeres, como acompañar al presidente en el presbiterio los que hagan algún ministerio litúrgico en la celebración, representando a toda la asamblea, y colaborando en uno de lo fines sustanciales del Vaticano II: la progresiva desclericalización de la Iglesia, con el paralelo incremento de la participación de los fieles, que son parte esencial y protagonista del Pueblo de Dios. O como dar la comunión, que se ha revestido en algunos casos de unos requisitos rebuscados, como hacer un curso para poder ser «ministros extraordinarios de la Eucaristía», olvidando que el sacramento es recibir la comunión, no darla.
b2) Y todavía ha sido más triste la evolución del sacramento de la Penitencia o Reconciliación, si nos referimos a la Iglesia oficial, jerárquica, porque la Iglesia «Pueblo de Dios» ha llevado un proceso en la práctica de este sacramento después del Concilio que, como ya comenté en este mismo blog, demuestra la verdad del dicho teológico «sensus fidei populi Dei», (el sentido de fe del Pueblo de Dios). El año 1972 ya retiramos los confesionarios en nuestra parroquia de Santa Margarida María de Sâo Paulo, Brasil, y pasamos a celebrar más a menudo celebraciones penitenciales comunitarias, algo que quiso resucitar el Concilio, según un cierto estilo de la Iglesia primitiva. Ese alejamiento por parte de los fieles del Sacramento de la penitencia en el modo «confesión auricular» no ha hecho sino aumentar sin parar. Juan Pablo II, en una audiencia exclusiva a los miembros de las Comunidades Neocatecumenales, presentes en Roma con motivo del Sínodo sobre el sacramento de la penitencia, justamente, nos dejó bien claro, en tono distante y huraño, que ese estilo de celebración del sacramento de la penitencia no le agradaba nada. Llegó a calificarlo de «abuso». (En ese momento, en el que me encontraba presente, fue evidente que hablaba mucho más un obispo polaco que un prelado conciliar).
b3) Algo que resulta sorprendente, y a mí también chocante y pesado, es la multiplicación de momentos penitenciales en la celebración de la Eucaristía. Además del rito penitencial específico del inicio de la celebración, que debería ser suficiente, como un momento penitencial oficial, con fórmula imperativa de perdón por parte del presidente de la celebración, tenemos el agnus Dei, con doble repetición de perdón, y el Señor no soy digno, (en contra de lo que hemos proclamado después de la consagración, «te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en tu presencia»). A lo que hay que sumar las tres invocaciones penitenciales si proclamamos también el Gloria. Está bien que inmortalicemos la profesión de fe del centurión romano, pero es ya hora de que limpiemos la misa de tanta fórmula penitencial, y tanta oración devota, y dejemos más tiempo para la Palabra, más comentada y participada, incluso entrenado, poco a poco, el método llamado hoy día «de interacción».
(Continuará, con una entrega más, ara acabar, supongo. Todavía falta, en este apartado, una letra C), sobre la terrible censura que ha sufrido la Teología en estos años pos conciliares, casi hasta la llegada del papa Francisco).