El ex cura Domingo Reyes ha plasmado en un libro «casi autobiográfico» sus 14 años como sacerdote en Canarias y la lucha que le llevó a abandonar la Iglesia, que a su juicio vive «una involución» con un «narcisismo e intransigencia que no admite la transformación ni la apertura». Domingo Reyes, que nació en Valleseco (Gran Canaria) en 1936, ha recopilado sus vivencias como sacerdote en el libro «Metamorfosis de un cura canario», editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria y la Asociación de la Orden del Cachorro Canario, del que afirma que es autobiográfico «en un 70 por ciento, si no más».
Reyes explica, en una entrevista a Efe, que ha elegido como protagonista a un sacerdote llamado «don Felipe» porque no quería reflejar sólo parte de su vida, sino de la de otros compañeros que «en el mismo camino» vivieron y padecieron iguales acontecimientos en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo.
El libro sobre esta particular metamorfosis «nace ahora pero se está gestando desde hace ocho o diez años porque son cosas que te queman por dentro», afirma Domingo Reyes, quien confía en que su relato sirva de reflexión a los jóvenes y deje «alguna inquietud» sobre las otras maneras «de ser creyente y dar la cara».
Reyes tuvo «la feliz suerte» de estar unos años en Bélgica, donde se licenció en Teología en plena decadencia de la dictadura franquista, con un caudillo que ejercía de «protector de la fe».
Sin embargo, lo primero que vio nada más llegar a Bruselas fue una manifestación con pancartas contra el régimen español y un muñeco de Franco «colgando de una horca», lo que para el joven canario fue «un impacto igual a un calambrazo».
En su etapa belga se relacionó con sacerdotes y laicos comprometidos de más de 40 países y esto sembró «un germen que terminó naciendo».
Reyes trabajó con inmigrantes en Bélgica y luego ejerció como sacerdote en Lanzarote y en los barrios de San Cristóbal y de Zárate en Las Palmas de Gran Canaria, y al regresar a las islas el clero puso en entredicho sus ideas por «revolucionarias».
Como sacerdote desarrolló su labor en ambientes de gente dedicada al mar o barrios obreros con zonas de chabolismo, totalmente «fuera de la órbita de la fe de la Iglesia» pero que trabajaban en común para fomentar la enseñanza o la sanidad, ya que si hay personas que ayudan a dar «de comer, beber o a sanar me importa un comino su ideología o si son comunistas».
Entre otras objeciones, Reyes se opuso a cobrar «aranceles» por impartir sacramentos como el bautizo, aunque cuando planteó esta postura lo tacharon de «loco» y paradójicamente, los fieles «se volcaron y se convirtieron en administradores» de la parroquia.
También rechazó la doctrina de la época según la cual eran «pecadores públicos» los suicidas, quienes pedían la incineración tras el fallecimiento o las parejas que vivían «amancebadas», mientras que el cura se preguntaba si no era pecador el empresario «que sacaba la sangre a los empleados».
Domingo Reyes cuestionaba la «democracia» de una Iglesia en la que la mitad de la población, la mujer, «no pinta nada salvo cuando barre» el templo o «dirige un coro», y se pregunta aún ahora «cuántas llegan a Roma para que su voz se oiga».
Los curas que vivieron en las islas el final de la dictadura, las luchas obreras e incluso sufrieron como él mismo multas del gobernador civil de la época reaccionaron «tristemente desilusionados» ante «el paso atrás» que experimentó la Iglesia tras el Papa Pablo VI.
Confiaban en que se abriera la teología «a la gente» pero por el contrario la gran preocupación del Vaticano es «mirarse el ombligo y defender los grandes dogmas», opina Reyes.
Por ello cree que se acentúa el derrotero que distancia a la gente de la calle de la jerarquía eclesiástica y en su caso, añade, la «tristeza de estas circunstancias» le obligaron a tomar la decisión de abandonar el sacerdocio, nunca por presiones externas, aclara, a pesar «de algún enfrentamiento duro con la policía tras manifestaciones en el barrio».
Lo que ocurrió fue «que vas madurando y cayendo en la cuenta» de que su libertad más profunda como persona estaba «coartada, limitada y cercenada y cuando me di cuenta esta situación me asfixiaba y atenazaba».
Una parte importante de los sacerdotes que compartían estas inquietudes optaron por la secularización, igual que Reyes, quien reconoce que «de una manera simplista» se atribuye popularmente esta decisión a que los ex curas «querían buscar una mujer y casarse».
Reconoce, no obstante, que «evidentemente» la afectividad «es una parte importantísima en este proceso, porque andar a la pata coja por la vida es una deficiencia», aunque la jerarquía eclesiástica «ni habla ni entiende de la posibilidad de que pueda haber un celibato opcional».
No cree el ex sacerdote, que se secularizó en 1976, está casado y tiene un hijo universitario, que haya «cambios drásticos» en la Iglesia porque «el telón no deja filtrar las brisas que pudieran dar frescor y desgraciadamente hay una involución, aunque ya conocíamos a Ratzinger en su posición de defensor del depósito de la fe».
El Papa Benedicto XVI, augura Domingo Reyes, se dedicará «a cerrar llaves y taponar agujeros» y lo que ha ocurrido en Madrid con la parroquia de San Carlos Borromeo «no supone ninguna novedad», igual que «mandaron a callar» a defensores de la teología de la liberación como Leonardo Boff.
Por ello explica que la orden de clausurar la iglesia madrileña no le causó extrañeza «pero sí tristeza», y opina que a ojos de los creyentes es «irrisorio» si un cura dice misa sin sotana o si distribuye la comunión con panes corrientes.