Un derecho descompensado -- Gabriel Mª Otalora

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Ha vuelto a destaparse el debate sobre el aborto, aunque ha sido de la peor forma posible. Vaya por delante que no suscribo las formas y la prepotencia esgrimida por Ruiz Gallardón, que ha obligado a Rajoy a suavizar la rigidez de su ministro, no vaya a ser que repercuta en las elecciones.

En cuanto a los detractores del aborto veo que no andan finos, al menos en público, al haber perdido la batalla mediática además de cargarse de una imagen anacrónica y llena de intransigencia machista, posiblemente por un craso error en la comunicación. Cómo echo de menos al cardenal Martini, cuando defendía el derecho y el amor a la vida como valiosa en sí misma, sin centrarse en cuándo empieza la vida -es cosa de los científicos- ni en los defensores del aborto, y aun menos en su condena. Pero ahora no abundan los Martinis. Por la otra parte, se ha borrado cualquier atisbo de derecho, no ya del nasciturus, sino del cónyuge de la mujer en cuestión quedando arraigado en la conciencia social el derecho al aborto como el paradigma de la autonomía de la mujer. Creo que ser madre es mucho más que haber quedado embarazada: es confeccionar un proyecto para siempre, un acto de donación de los más extraordinarios que se puede contraer, pero que exige una responsabilidad como ocurre con el ejercicio de todos los derechos.

Que nadie piense que estoy en contra de los derechos de la mujer; a lo que soy contrario es a cualquier derecho absoluto excluyente, Por eso no creo en el derecho absoluto del nasciturus, porque aunque sea una vida humana, no es más que la vida de la madre o de otra persona. Por eso mismo, su derecho a vivir me parece perfectamente justo y defendible. Y si la ley de plazos puede ser abusiva, la de supuestos contiene una injusticia muy grave pero al parecer aceptada por la mayoría: un feto con malformaciones tiene menos derechos que uno sano al poderlo abortar con más semanas de gestación. La dignidad humana, entonces, no lo es por ser persona sino por la salud que tenga el nasciturus durante la concepción. Aquí no existe igualdad, ni siquiera existe proporción en la calidad de opinión entre los dos engendradores del feto. No parece muy lógico que la mujer sea el único sujeto absoluto de derechos unidireccionales.

Volviendo a muchos que están contra el aborto, una de las causas de su falta de credibilidad es que se olvidan siempre de los recién nacidos, de días o semanas, cuando mueren de hambre y sed en el Cuarto Mundo por el pecado estructural. Los que denuncian el aborto nunca alzan la voz denunciando este crimen homicida tercermundista; tan puros en la exigencia de que la vida comienza en el primer minuto de la concepción, y tan laxos con los latrocinios contra miles de bebés que mueren de inanición. Nunca he visto una manifestación de apoyo o denuncia contra esta injusticia en quienes atacan al aborto y a las que abortan. Otro tanto pasa con su silencio ante la pena de muerte.

Todo esto es tan importante que no se puede despachar con posturas dogmáticas y actitudes que excluyen una parte de la realidad de este arduo problema de la esfera personal y social, pero también ética. Estamos acostumbrados a que la libertad sea sinónima de vivir sin limitaciones, y eso nos lleva al abismo. La libertad sin responsabilidad no es libertad, y en este tema de la vida, con más motivo deben existir límites ante los derechos de los demás. Todo esto no me parece casposo ni machista; lo digo sin acusar, ni pretendo dogmatizar. Solo escribo con la intención de indicar que los derechos humanos acaban donde comienzan los derechos de los demás. Y en el caso del aborto, esto no debería ser una excepción.