Enviado a la página web de Redes Cristianas
Se inauguró ayer en Ávila el Congreso Interuniversitario «Santa Teresa de Jesús maestra de vida», y según los medios escritos españoles, y hasta Religión Digital (RD), presidió esa inauguración «El ministro de Interior». No sé qué tiene que hacer el ministro de Interior de las «concertinas» de las vallas en la frontera hispano-marroquí, de la ley mordaza, y del endurecimiento en el trato policial a la ciudadanía, presidiendo un congreso que proclama a Teresa de Ávila «maestra de vida».
Por eso, en una corrección más simbólica que efectiva, he titulado mi artículo como creo que debería ser el titular de las noticias: en un Estado cuya Constitución proclama la separación de Iglesia y Estado, y en una Iglesia fiel a las directrices del Concilio Vaticano II, la propia Iglesia no debería, primero, invitar a un ministro del Gobierno, como tal, sino a al católico equis, o al especialista en espiritualidad teresiana, o al teólogo experto en la maestría vital de Teresa. Y, en segundo lugar, si se cursa la invitación, sería mucho más claro y consecuente solicitar a los medios que dejaran claro, en el titular, los motivos de la invitación a esa presidencia, que nunca deberían ser los procedentes de su condición de miembro del Gobierno de España. Esta pertenencia no da a nadie ni crédito ni competencia para una tarea que tenga que ver con la evangelización, o la propagación de la cultura cristiana. Más bien, le dificulta para esas tareas.
Ya me he pronunciado a favor de la anulación de los acuerdos firmados entre el Gobierno del Reino de España y la Santa Sede, en los años 1976 y 1979. Y ahora lo recuerdo, y lo mantengo. Pero no, como es obvio, por animadversión a la Iglesia, sino por amar su libertad, su sentido y contenido evangélico, y por facilitar su labor pastoral y profética, sin hipotecas gravosas provenientes de acuerdos políticos, que, además, son vistos por muchos ciudadanos, incluso católicos, como una buena colección de privilegios para la Iglesia Católica, contrarios a la transparencia, libertad y verdad del anuncio del Reino de Dios. ¿Queremos una Iglesia con sentido y lealtad conciliar al Vaticano II, como el otro día afirmó el cardenal Rouco Varela? Pues seamos mínimamente consecuentes.