Tu caso está en manos de la Virgen -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Sobre el asunto lega-canónico-penal de Granada
Cuando los evangélicos, luteranos, calvinistas, metodistas, nos reprochan a los católicos no el culto a la Virgen, sino el tipo de culto mariano que realizamos, cada vez nos vemos más obligados a darles la razón. Si preguntamos a muchos católicos por su fe, difícilmente, o nunca, nos hablarán del seguimiento de Jesús, o de la Palabra de Dios que guía sus pasos y modula y educa su mente, e inocula y alimenta los valores evangélicos, y le insta a la práctica de una caridad fraterna, o por lo menos a una tentativa seria de la misma, y lo hace llegar hasta el compromiso con la justicia y la verdad en la convivencia; en fin, es muy extraño que nos comuniquen los anteriores, u otros signos de los discípulos de Jesús; o, si alguien lo hiciera, creeríamos estar ante un cristiano excepcional, ante un verdadero seguidor de Jesús de Nazaret.

Sin embargo, es muy probable que muchos de esos interrogados nos comunicarían la devoción que sienten por la Virgen patrona de su pueblo, o por la romería a la ermita dedicada a María, con cualquier advocación, que se encuentra cerca, en su región, -en el monte, todavía mejor-, que, aunque no tan famosa como la del Rocío, llena un día al año sus pechos de emoción, y de honda e irreprimible emoción. Y si le damos cancha nos transmitirá, también, la hermosura de la peregrinación de todos los fieles, y de su familia, hasta la ermita, o Iglesia, y la belleza indudable que han vivido, desde pequeños, con esa manifestación de fe y devoción.

Sí, es muy probable que en los dos párrafos anteriores no haya exagerado lo más mínimo, y que sea bastante sencillo, y común, reconocer a muchos de nuestros católicos, entre ellos a un buen número de conocidos nuestros, en esa descripción. Y por eso afirmamos, con sano y, pensamos, legítimo orgullo, que España, y, dentro de ella, sobre todo Andalucía, es la tierra de «María santísima».

Antes no me paraba a pensar si ese reconocimiento era bueno, o no tan bueno, desde el punto de vista de la identificación cristiana. Pero, cada vez más, me interrogo si no hemos desviado el foco y el centro de nuestra fe hacia un lado, y hemos quitado del centro lo que caracteriza nuestra fe, de seguidores de Jesús. Y no quiero ahora expresarme en un contexto teológico académico, en el que diríamos que el centro de nuestra fe, como escuchábamos y contemplábamos ayer, es la Santísima Trinidad, sino en un contexto más vital y cercano a nuestras vivencias: el centro de nuestra fe es Jesucristo, y ?ste, como diría san Pablo, «muerto y resucitado». Quien, por eso mismo, como Kyrios y Pantocrator de todo el Universo, nos envía su Espíritu, que nos comunica, !oh maravilla!, el ADN de Jesús, y, por ende, del mismo Dios. Todo eso quiere decir al afirmar que recibimos su Gracia y nos comunica su Vida Divina.

Y, tal vez, alguien diga, «todo eso se puede vivir mejor con la devoción a María.» Pues yo respondo: «Depende». Sí, varía mucho que mi devoción mariana sea, en verdad, un recuerdo, una ayuda colateral a poner mi pensamiento en ?l, a escuchar su Palabra, a contemplar y meditar los misterios de su Vida, o si, por el contrario, mi devoción mariana es terminal, que acaba en ella misma. Y algo de eso quiero comentar del consejo que el arzobispo de Granada dio, en su día, a un joven angustiado y desesperado que acudió a él buscando amparo, ayuda, y consejo.

Se trata de Daniel, ese joven de nombre ficticio, en su defensa, a quien telefoneó el Papa directamente, después de recibir una carta pidiendo socorro. Es lo que pretendió hacer el joven, antes, solicitando amparo y ayuda, o, por lo menos, consejo, a su obispo. A lo que éste, en lugar de animarlo, y ofrecerle ayuda psicológica y jurídica, para denunciar los hechos, graves, de su maltrato sexual provocado por la pederastia de los «Romanones», grupo clerical dedicado a la captación y adoctrinamiento «específico» de jóvenes ayudantes y colaboradores en la liturgia de algunas parroquias granadinas, lo dejó solo y a los pies de los caballos. Y como todo y supremos consejo, le dio éste: «Tu caso ya no está ni en tus manos ni en las mías: «¡está en las manos de la virgen!».

Es preciso denunciar la gravedad de este maltrato, de este abuso de la ingenuidad, incluso eclesial y teológica, de este muchacho que, por lo que se puede ver, tanto ha sufrido en manos de unos eclesiásticos, ten poco escrupulosos en lo corporal como en lo inmaterial y teológico. Que el pueblo simple, ignorante y desorientado, tenga una devoción romántica y sensiblera a la Virgen María, es triste y penoso, pero es comprensible. Pero que un señor obispo tenga una salida tan absurda, que casi se puede tomar como tomadura de pelo, es, absolutamente, inaceptable e insoportable. Y espero que alguno de sus pares obispos, o superiores jerárquicos, tengan la suficiente madurez cristiana y evangélica para poner a este señor en el lugar que le correspondería. Yo propongo un monasterio apartado, con buenas vistas, y alejado de jóvenes incautos e indefensos. El monasterio jerónimo de Yuste no estaría mal. Lo conocí hace años en un retiro de cinco días a propuesta de Kiko, sí, Argüello.