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Testamento vital -- Javier Domínguez

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Con permiso expreso de su autor, difundimos este testamento vital suyo porque nos parece un testimonio muy importante que puede ayudarnos a muchos a reflexionar sobre algo tan natural y cotidiano como la muerte y las circunstancias que suelen rodearla en no pocos casos. Y es bueno, como él hace, anticiparse a este acontecimiento y dejar por escrito su voluntad para que en todo caso sea respetada por todos cuando la muerte se presente (Redacción de R. C.)
Javier Domínguez Martín-Sánchez, con DNI —, he asistido a la muerte de mi padre, que repetía angustiado “qué difícil es morirse”, al que un médico sacó del “streptor mortis”, según consta en el parte médico, para mandarlo a casa y obligarle a dos meses de agonía.

También asistí a la muerte de mi madre. Tuve que decirle a la médica, que se escandalizó mucho: «Déjela morir tranquila». No me hizo caso y la mantuvo agonizando mes y medio.

También he visto morir a otros amigos entre dolores y tormentos, porque cayeron en manos de médicos que piensan que su obligación es mantener las constantes vitales e impedir la muerte a toda costa. El Señor Lamela, responsable de la salud de los madrileños, acusó al servicio de urgencias del Hospital de Leganés de 400 asesinatos (sic), porque aplicaban la sedación terminal. Dos años tardaron los jueces en pronunciarse y en ese tiempo limpió el servicio de urgencias y metió miedo a todos los médicos de la seguridad social que no se atreven a aplicar la sedación terminal.

Hay muchos médicos y médicas, muchos de mis conocidos, muchas de mis amigas y amigos y en general muchas personas en España que piensan que es obligación de todos y todas evitar la muerte y mantener las constantes vitales. Quiero razonar con ellos y ellas para que acepten mi postura y no impidan que mis determinaciones se cumplan.

La deontología médica y la doctrina tradicional de la Iglesia católica, la que aprendí en la Facultad Pontificia, establece un principio moral, titulado licitud de la acción de doble efecto, por el cual establece y considera moralmente buena una acción que busca un bien, aunque produzca también unos efectos no deseados.

Este principio se ha aplicado sobre todo en la guerra. La Iglesia considera moralmente lícito el bombardeo de un objetivo militar aunque esta acción tenga como efecto no deseado y daño colateral la eliminación de mujeres, civiles y niños, pero los integristas católicos se niegan a aplicar este principio en la práctica médica y consideran que no es moralmente lícito un acto médico que tenga como efecto colateral la eliminación de un embrión en estado de mórula sin sistema nervioso y las constantes vitales de los agonizantes. Y piensan que cualquier acción terapéutica, que acelere o precipite su muerte, es un asesinato.

Estos integristas piensan que Jesucristo dio su vida por nosotros y padeció tormento para darnos ejemplo. Jesús no dio su vida, se la quitaron y no padeció tormento para darnos ejemplo, sino porque cayó en manos de verdugos y torturadores profesionales. Pero estoy convencido que no quería para su madre una muerte parecida a la suya. Ni para su madre ni para sus compañeros y compañeras, ni para sus seguidores, ni para Ud. ni para mí. Esto de que la tortura es redentora y tenemos que morir rabiando a imitación de Cristo es una de tantas patrañas que nos han enseñado los curas tergiversando el mensaje del evangelio.

Yo no quiero suicidarme. Quiero morir tranquilo, en paz, sin dolor y dando el menor trabajo y sufrimiento posible a las y los que estén a mi alrededor. Y si para que yo muera tranquilo en paz , sin dolor y sin dar la lata, que es un fin bueno en sí mismo, me tienen que aplicar un sedante que acelere la muerte o incluso que la precipite, que lo hagan y que sepan que es un caso típico de acción de doble efecto, admitido por la Iglesia. Solamente algunos integristas católicos se oponen a ello y piensan que esta acción es un pecado. Otros, como Lamela, no sólo se oponen sino que piensan que ese “pecado” debe convertirse en delito. Sepan todos que es perfectamente lícito y moral, seguir en este punto la doctrina tradicional de la Iglesia, aunque los integristas se opongan a ello.

Por tanto determino lo siguiente:

1º. Que me den todos los tratamientos normales, orientados a devolverme la salud o conservarla.

2º. Que no me den ningún tratamiento orientado a impedir la muerte. Y cuando digo ninguno, quiero decir ninguno: ni masajes en el corazón, ni mucho menos corrientes eléctricas, ni oxígeno, ni respiración asistida, ni sondas nasogástricas, ni preparados que licuen la sangre para evitar los trombos ni siquiera antibióticos, si se complica con una pulmonía. Ninguno

3º. Que cuando la situación sea irreversible o el deterioro físico o mental sea muy grande, dediquen todo su cuidado no a conservar las constantes vitales sino a que mi muerte sea tranquila en paz, sin dolor y con el menor sufrimiento y trabajo posibles para los demás. Que me seden en profundidad suficiente para conseguir esto, aplicando la norma moral de la acción de doble efecto, aunque con ello se acelere o precipite mi muerte

Muchas gracias a todos y todas, principalmente a Carmen mi compañera, que está de acuerdo con esto y quiere que yo haga lo mismo con ella. La he dicho que sí porque normalmente vivirá más que yo, pero confieso que me costaría mucho dejarla morir o desenchufarla y comprendo a los que se niegan a aceptar esta postura. A los que no comprendo es a los Lamela integristas que quieren impedirlo convirtiendo en delito los cuidados paliativos o la sedación terminal

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