Teólogos catalanes: «Todo el mundo tiene que tener casa, en un país donde hay más de un millón de pisos vacíos»

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Religión Digital

«No podemos perder la humanidad en nombre de la crisis»
Piden que las decisiones políticas «no traspasen la línea roja de la dignidad del ser humano»
«Los débiles comienzan a sufrir de verdad, y el sentido de humanidad se funde», han advertido cinco sacerdotes y teólogos relevantes de la iglesia católica en Cataluña, que firman un artículo muy crítico titulado «No podemos perder la humanidad en nombre de la crisis».

En el artículo, publicado en la revista «El Bon Pastor» para presbíteros, los capellanes arremeten contra el lujo, la economía sin humanidad y sin ética, contra los recortes en la sanidad, contra los desahucios y contra la criminalización de los pobres.

El decano de la Facultad de Teología de Cataluña, Armand Puig, y el biblista y prior de la comunidad carmelita de Barcelona, Agustí Borrell, el teólogo Joan Planellas, el consultor pontificio y músico Xavier Morlans, y el rector del Seminario Mayor Interdiocesano, Norbert Miracle, todos ellos sacerdotes y profesores de Teología, analizan en el artículo la crisis y sus consecuencias.

Los autores del artículo, que está siendo muy comentado en los círculos de opinión de los diferentes sectores de la iglesia católica, constatan que, tras vivir «por encima de nuestras posibilidades reales» y malgastar, «se ha puesto en marcha un examen de conciencia colectivo», y proponen que la moral forme parte de la economía de mercado.

Los sacerdotes con responsabilidad eclesial opinan que «cuando los indicadores macroeconómicos parecían imparables, se fue acentuando el sentimiento individualista. Dinero llama a dinero. Quien más gana, más quiere ganar. Y la espiral de la búsqueda del propio beneficio endurece el corazón y vuelve insensible».

Claman por los abusos que nadie osó denunciar: «Personas con pagas escandalosas, contratación en negro, fiscalidades falsas, corrupción institucional… La moralidad iba cayendo en picado y la bonanza económica parecía excusarlo todo, también la creciente falta de humanidad en las relaciones entre personas».

«Pero la burbuja ha explotado (…) Se ha pasado de la fantasía a la pesadilla, y muchos han quedado desarmados, incapaces de articular una respuesta, ahora que la economía ha perdido su condición casi divina», aducen.

Los capellanes denuncian que «las identidades fuertes comienzan a manifestar comportamientos defensivos que resultan ofensivos para las realidades débiles condenadas en nombre de la crisis a una precariedad inaceptable en un Estado de derecho».

También advierten que se empiezan «a oír discursos y se toman decisiones que contraponen autóctonos y extranjeros, extranjeros con papeles y sin papeles, jóvenes con contrato (a menudo precario) y jóvenes mayores de 26 años en el paro a los que se les cuestiona la asistencia sanitaria, personas que se pueden pagar todos los medicamentos que les recetan y personas que han de escoger la receta más necesaria porque no las pueden pagar todas».

Y recuerdan que hay familias desahuciadas sin hogar, ancianos que malviven y niños malnutridos. «Los débiles empiezan a sufrir de verdad, y el sentido de humanidad se funde», alertan los capellanes, que piden que las decisiones políticas «no traspasen la línea roja de la dignidad del ser humano».

También exigen que no se criminalice a «los pobres y los débiles, a los extranjeros y a los desempleados».

«¿O es que el lujo no es, él mismo, un abuso intolerable cuando hay en la puerta de casa un Lázaro enfermo y sin protección que sólo puede comer las migajas que caen de la mesa del rico?», preguntan.

«Los extranjeros sin papeles tienen que ser tratados como personas y recibir la sanidad gratuita a la que hasta ahora tenían derecho. No podemos privársela en nombre de 500 millones que hay que ahorrar, y más cuando muchos de estos extranjeros habían aportado riqueza al país con su trabajo», argumentan.

«Los pobres no pueden ser los grandes damnificados de una crisis que es fruto de una economía sin principios éticos. Hay que dar comida en un país en el que tanto se tira. Todo el mundo tiene que tener casa, en un país donde hay más de un millón de pisos vacíos. Es necesaria una asistencia sanitaria plena, sobre todo para los que no se la pueden pagar», concluyen. (RD/Efe)