Teniendo en cuenta que la mayoría de las religiones actuales, por no decir todas, relegan a la mujer a un plano muy inferior con respecto al del hombre, ¿es compatible la práctica del feminismo con la fe religiosa?
Existen dos caminos para compatibilizar religión y feminismo. Uno es el que han recorrido algunas mujeres desde el cristianismo al feminismo. El feminismo les ha dado a las mujeres -cristianas, budistas, musulmanas o de cualquier otra fe- elementos teóricos para analizar su propia religión y descubrir los elementos patriarcales y la utilización del poder que existen en ella, y desde ahí han recuperado su tradición en clave feminista.
Otras han hecho el camino inverso: desde posiciones de militancia feminista, han descubierto que había una parte de espiritualidad que habían rechazado porque pertenecía a la religión católica convencional en marcos de prácticas concretas, de sacramentos, y han recuperado una parte que es la espiritualidad, que no tiene que ser confesional sino que forma parte de las personas, de los seres humanos que tenemos creencias no adscritas a una religión concreta, ni a una ideología, pero que nos distinguen como seres humanos.
¿Y desde la perspectiva católica, cómo se teoriza y se practica el feminismo?
La institución católica tiene un lugar asignado a la mujer en función de su género. Por lo tanto, una persona con una mínima conciencia feminista no puede estar dentro de ese marco. Otra cuestión es que hay personas, entre las que me cuento, que son católicas porque su cultura y su tradición son católicas, por lo que no se entenderían a sí mismas fuera de ese marco. Es la institución la que dice: iglesia católica igual a institución vaticana, diocesana o parroquial, y desde esa perspectiva creo que es imposible ser feminista dentro de la institución jerárquica.
No hay espacio para ello porque nos ponen a limpiar lo que ellos ensucian. Véase, por ejemplo, la ceremonia de consagración de la Sagrada Familia. Cuando pedimos una entrevista con el obispo para tratar el tema, nos dijo que esa era la vocación de aquella orden religiosa. Así pues, aun entiendo menos que exista una institución creada al servicio de los clérigos. Sin embargo, dentro de la tradición cultural más amplia judeocristiana e incluso un poco islámica, que es la mía y la de tantas mujeres de nuestro país, creo que sí es posible mantener unas creencias, que no son casi nada, porque las creencias de la pertenencia a la iglesia católica son tan mínimas que no impiden nada, pero son, en cambio, un punto de referencia para practicar el cristianismo. Una mujer pude ser feminista y católica en los márgenes, entendidos éstos principalmente como ignorancia por parte de la jerarquía de lo que somos y lo que hacemos. A los teólogos (hombres) la jerarquía continuamente los vigila y los persigue. A las mujeres nos ignoran.
Y eso me parece fantástico porque no me veo obligada a discutir, actitud que no lleva a ningún sitio. Yo nunca voy a poder convencer a Rouco de que las mujeres somos seres humanos libres, autónomos e independientes, de modo que es mejor que me ignore y ni siquiera se moleste en prohibirme nada. Ese ignorarnos solo por el hecho de ser mujeres y situadas en los márgenes es una gran ventaja, al menos con respecto a los hombres que están en esos mismos márgenes pero que son mucho más controlados. Desde hace ocho años, soy la presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso de la Comunidad de Madrid (ADIM) y ahí aprendes que realmente las religiones son espacios culturales donde las personas se desarrollan, pero lo fundamental es que no hay grandes diferencias.
Yo aprendo continuamente de los bahais, de los sijs, de los musulmanes, en cuestiones religiosas. Respecto al ayuno, sin ir más lejos, que es una tradición que los católicos hemos abandonado y hemos desvirtuado completamente, es un ejemplo ver cómo otras personas le dan sentido. Quizá, aunque solo fuese por sintonía con la naturaleza, que también tiene sus periodos de ayuno, sería conveniente recuperar el sentido ecológico o ecofeminista del ayuno. Digo esto porque ha sido algo muy concreto y me siento un poco interreligiosa en ese aspecto, incluso recuperando elementos de mi propia religión a los que no les había dado valor.
Esa ignorancia de los márgenes en la que señala que se puede trabajar libremente, ¿no es una limitación para transmitir ideas a otras mujeres?
Es una limitación muy importante, pero hay que elegir. O ser fiel a ti misma como mujer que ha elegido la opción de trabajar por la igualdad y la justicia desde un lugar concreto (en este caso aquellos espacios donde las mujeres no han escogido lo que son sino que continuamente se las está explotando) y llegar a muy poca gente, o asimilarse a lo establecido pero no estar conforme con la propia forma de vivir. Yo cada día me convenzo más de que las religiones, y espero que con el feminismo no ocurra lo mismo, son para poca gente.
Las religiones que son nacionales, no importa si se trata de Japón, Arabia Saudí o España, han desvirtuado totalmente el mensaje de sus tradiciones. En cambio, las religiones de grupos pequeños tienen dos opciones: o el fundamentalismo radical o vivir de una manera profunda esa tradición. De este último modo llegas a poca gente, pero bien es verdad que, lentamente, cada vez te acercas a más personas. Me he dado cuenta de que, incluso a través de Facebook, he recuperado a alumnas de hace mucho tiempo que me han encontrado y hemos establecido una línea cálida de relación.
No se trata de convencer ni de decir a nadie lo que ha de hacer sino de mantener esa unión cálida que se teje entre las mujeres que en un momento determinado se encuentran, luego se distancian, se vuelven a encontrar y se dan cuenta de que tienen muchas cosas en común. No es un púlpito, por supuesto, pero es que la experiencia nos demuestra que pocas veces se entiende lo que se dice en los púlpitos, por lo que tal vez es mejor renunciar a ellos. Hay otro camino más cercano, más claro, más profundo, por lo que, insisto, la verdadera fe religiosa no es una cuestión de masas sino de interiorización. Me gustaría que el feminismo sí fuera masivo pero lo cierto es que también se ha encontrado, en ocasiones, con la misma dificultad de institucionalizarse y perder parte de su esencia o limitarse y no llegar a donde debe llegar.
¿Es necesario un discurso público tanto en religión como en feminismo?
Cuando descubres tus valores religiosos, los practicas sin darte cuenta, porque estás convencida. Por tanto, es algo natural vivir de acuerdo con unos valores en los que crees y rechazar otros ya desde la base. En mi opinión, no hay que dejar de lado las proclamas y el feminismo ha de estar muy visible en todos los ámbitos de la sociedad. Y no importa de qué tipo de feminismos se trate. Ahora mismo, yo hablo de teología feminista y nadie pone el grito en el cielo. Eso significa que, cuando vamos hablando y hablando, algo queda. Y no se discute si se trata de teología hecha por mujeres, o para mujeres o con mujeres?? Eso, creo, es un avance enorme. Decimos teología feminista y, más o menos, todo el mundo sabe ya a qué nos referimos.
¿Qué fundamentos teóricos tiene la teología feminista y hacia dónde puede llevarnos a las mujeres?
Yo estudié Teología en Comillas durante siete años. Cuando terminé, fui a un congreso de Teología de la Liberación en Ginebra. Allí encontré a unas mujeres que se reunían por la noche, al margen de los teólogos, en un sótano, y que decían unas cosas que me parecían rarísimas. Era el año setenta y nueve y me di cuenta de que, tras siete años de estudios, no sabía nada de lo que ellas hablaban.
Aprendí así que, primero, había que leer a las feministas, y segundo que, una vez has entendido lo que es el patriarcado, el feminismo, la desigualdad, los derechos sexuales y reproductivos, solo entonces, puedes comenzar a hacer teología. Eso me supuso otros muchos años de estudio para conocer a las grandes figuras del feminismo y entender las diferentes corrientes del pensamiento feminista. Una vez hecho ésto, la pregunta que sigue es: ahora, ¿qué eclesiología puedo hacer? Mi eclesiología no puede ser patriarcal sino una comunidad de iguales, pero no de iguales a alguien ni entre sí sino de diferentes iguales. Toda esa reflexión sólo es posible con las categorías que te ha proporcionado el feminismo. Por ejemplo, en todo lo relacionado con la moral sexual, lo único que en este momento soy capaz de defender es que los derechos sexuales y reproductivos sean derechos humanos. Me parece que eso es lo más teológico que puede existir pero la jerarquía se enfada.
Y, sin embargo, creo que es muy simple. ¿La sexualidad forma parte del ser humano? Sí. ¿Nos reproducimos? Sí. ¿Dónde está, entonces, la dificultad? Cuando dices esto, la gente asiente, es cierto, pero el paso a dar a continuación debe ser: ¿Qué acción es la que sigue? Porque no se trata de una cuestión solo teórica sino de una práctica. ¿Qué hacemos a continuación? Este proceso yo sé llevarlo a cabo con la teología, en otros espacios, otras mujeres lo harán de otra manera. Por eso hay estudios de género desde diversas áreas. Por eso, también, la teología es hoy otra cosa muy diferente de la que era hace años. La ventaja de las teólogas feministas es que hemos estudiado la teología clásica y la conocemos, mientras que quienes se oponen a nosotras no conocen nuestra teología. La tradición católica es mucho más antigua y más rica que la que procede del siglo XIX, va mucho más allá de los dogmas de la infalibilidad del Papa o la Inmaculada Concepción.
¿De dónde procede la práctica, habitual en muchas religiones, de centrarse en la prohibición?
Creo que cuando en Mesopotamia los seres humanos se empiezan a organizar socialmente en urbes, aparecen los códigos que legislan (conocemos el de Hamurabi), y lo hacen en negativo. Una religión, que en el fondo es el modo cómo nos organizamos para ser diferentes de los demás, siempre se decide por la prohibición, es decir, por las leyes civiles previas que a su vez son prohibitivas. En lugar de dirigirse a lo positivo, la felicidad, la empatía, se fija en la desconfianza, la posesión. La única ley positiva que está en todas las religiones es la del amor, y ni es de Jesús ni de los judíos, sino mucho más antigua, pero no aparece en los códigos civiles, en ninguno antiguo ni actual. Es, por tanto, casi la única ley verdaderamente religiosa.
Las personas que practican alguna espiritualidad, ¿se diferencian en algo de las que reconocen no practicarla?
Yo creo que todas las personas somos espirituales, y que solemos reconocerlo así en algún momento de nuestra vida. En realidad, es un proceso de crecimiento. ¿En qué sentido creo que un ser humano es espiritual? En que desarrolla valores y actitudes que no entran en el mercado, que no se compran ni se venden. Yo diría que la espiritualidad es como tener una buena alimentación: sabes que hay cosas que te sientan bien y cosas que te sientan mal. Eso es lo que define a los seres humanos, sean conscientes de ello o no. Todo ser humano es capaz de amar y de odiar, de compartir y de robar, y se desarrollan unas actitudes y no otras porque una persona se siente mucho mejor cuando se comporta de manera amigable, cálida, solidaria, que cuando hace lo contrario. Hay quien no quiere sentirse bien y busca el sufrimiento para tener algo de qué quejarse o de qué hablar.
Pero, en definitiva, todos los seres humanos nos sentimos mejor cuando practicamos valores que nos hacen más felices, y algunos de esos valores pueden ser de raíz religiosa y otros no. La meditación, por ejemplo, es lo más laico que existe para que una persona se encuentre consigo misma, y si esa meditación se hace hacia el interior y sin referencia a ningún ser con nombre, el efecto es el mismo. O la confesión, que en el fondo es no irte a dormir sin haber pedido perdón. Estas son cosas universales porque están en consonancia con la naturaleza y con todos los seres vivos. Mi punto de referencia es Jesús de Nazaret pero otra persona tendrá un referente distinto e igualmente válido.