Enviado a la página web de Redes Cristianas
El día después de la Pascua de Resurrección aparece un periodo neutro en la sociología cristiana de mucha gente; ajeno incluso a lo que acabamos de vivir y celebrar: cuarenta días de Cuaresma y la Semana Santa que finaliza litúrgicamente con la gran celebración cristiana de Cristo resucitado ¿Ya se acabó, y hasta el año que viene?
Es llamativa la popularidad social del ?felices pascuas?? en las fechas navideñas sin que haya arraigado este gesto en el periodo pascual del resucitado. Hemos compartimentado demasiado los tiempos fuertes litúrgicos cada vez más descafeinados ante el empuje de una sociedad laica a la que no llegamos en parte por nuestras propias inconsecuencias; empezando por el clericalismo y acabando por nuestra pasividad laical, tan consumista y tan indiferente que nos desdibujamos solos.
Pero el Reino está hecho de semillas y sembradores, de esperanzas y vida coherente con el mensaje de Jesús. Los resultados son del recolector, que no siempre somos nosotros. Suelen ser los tiempos de Dios. Pero, ¿cómo mantener la coherencia en estos tiempos recios en los que abundan tantas preguntas y motivos de queja sin aparente respuesta? ¿Cómo vivir el día a día en medio de una sociedad materialista que nos obliga a ir a contracorriente destapando nuestra fragilidad a cada momento?
En definitiva, ¿para qué sirve tanta liturgia y tiempos fuertes de fe si, a la hora de la verdad nos sentimos inseguros, desesperanzados e incapaces de salir de nuestras contradicciones? Los templos se vacían y la siembra no muestra fruto, aunque le llamemos Buen Noticia. No son pocos los que añoran un reino como el que se imaginaban los mismísimos apóstoles: reino que expulse a los romanos, reino fuerte bendecido por Cristo siguiendo la estela de los errores del pueblo elegido, cuando se empeñaban en tener reyes como los paganos y ser más que ellos. El mismo error que tras las primeras generaciones cristianas, se entendió que la mejor manera de no sufrir persecuciones era abrazarse a un nuevo imperio (Constantino) que derivó hasta acabar mimetizado con él y, más tarde, luchando desde un Estado vaticano que la historia no lo menta como ejemplar.
Todos los tiempos han sido difíciles, empezando por el que le tocó vivir a Jesús de Nazaret. Qué no decir de Elías, cuando siente el fracaso absoluto y se entera que habían matado a todos los profetas, se escapa al desierto y estalla: ¡basta oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres! Se tumbó bajo un enebro deseando que le llegue la muerte quedándose dormido de puro agotamiento. Pero el ángel del Señor le tocó, y le dijo: levántate, come porque largo camino te espera por delante. Comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches -es decir, mucho camino – hasta Horeb, el monte de Dios (1 Reyes 19). San Pablo nos cuenta una experiencia similar cuando ruega por tres veces para que Dios le quite un mal y la respuesta es que le basta con la gracia ?y mi poder se perfecciona en la debilidad?? (2 Corintios 12, 9).
Quizá es el momento de mirar hacia dentro, desde la experiencia del Resucitado, mediante una introspección humilde para desempolvar aquellas ?armas?? (carismas, dones, gracias??) que tenemos de regalo y no valoramos. Rescatarlas con la oración para transitar por la vida como evangelizadores de la Buena Noticia. Jesús cautivaba, no lo olvidemos, porque ¡la suya era una buena noticia de verdad!
En este tiempo pascual hasta Pentecostés hagamos de la necesidad virtud: tenemos lo necesario para vivir como verdaderos cristianos porque Dios no nos abandona nunca y el Espíritu nos alienta con inefable amor de madre. Lo escribí recientemente en este mismo blog: la providencia divina nos capacita para superar la adversidad transformando nuestro interior manifestándose en buenas obras. No eludamos la realidad que nos toca vivir porque tenemos lo suficiente.
¿Hay que recordar que la fe, esperanza y el amor son fortaleza de Dios, virtudes teologales? Pedir y se os dará…