El sábado por la mañana en el barrio pobre donde viven los hermanos de Taizé en Brasil, los niños no tienen escuela. ¿Todos? ¡No! Ya que algunos vienen a la casa de los hermanos, donde hay una escuela un poco especial, una escuela para hacerlos crecer de otra manera: «la escuela para aprender mucho». Con un sistema de aprendizaje que a la vez responsabiliza a los niños, preservando al mismo tiempo una gran parte de atención a cada uno.
Esta escuela, que evita que los niños merodeen en la calle, funciona así cada vez que la escuela normal está cerrada – sábados, y también días de fiesta y días de huelgas ¡que son numerosos en Brasil…! El concepto es simple: después del desayuno, que se les distribuye cada mañana bajo uno de los patios de la comunidad, los niños más grandes se convierten en los profesores del los más pequeños.
La distribución de los roles comienza: ¿quién va a ser el profesor de Thiago? ¿De quién va a ser el profesor Maria? ¿Quién será el director de la escuela? Y el ritual puede entonces continuarse por la distribución de los cuadernos, gomas y lápices, bajo nuestra mirada benévola de jóvenes voluntarios, promovidos al rango de pedagogos por un día. Los roles no son fáciles, pero tan enriquecedores para los alumnos como para los profesores: alegría para los unos de aprender de una manera diferente a la que están acostumbrados, y para otros de transmitir orgullosamente sus conocimientos. Pero cuando los «grandes» no son bastante numerosos, somos nosotros quienes deben sustituirlos. El problema es, que en la cabeza de estos pequeños brasileños, si un voluntario no habla muy bien portugués lógicamente no puede tampoco saber hacer bien adiciones y multiplicaciones. El trabajo da pues, a menudo, lugar a grandes explicaciones, requiriendo una paciencia lista para resistir todo, hasta llegar a un punto de acuerdo.
Si es impresionante observar la diferencia de nivel entre todos estos niños, algunos de los cuales por supuesto no saben leer (sin hablar de la diferencia con niños europeos de la misma edad) es mucho más impresionante aún ver la motivación de todos y de cada uno. Muchos tienen conciencia de que «aprender mucho» es un buen medio para poder acceder más tarde a un oficio, aunque el camino que debe recorrerse para salir de la pobreza y la violencia es aún inmenso.
Este tiempo de escuela representa también para nosotros, los voluntarios, una bonita manera de aprender a conocer mejor a los niños. En un marco menos animado que el de ?Brincadeira?? diaria, las confidencias son más fáciles. Puedo compartirles un ejemplo que me conmovió mucho: en una lección de escritura, había pedido a uno de los muchachos escribir una historia sobre una hoja de papel. Casi solamente en fonética, lo que ya era una hazaña para él, éste describió entonces la vida de una jirafa, golpeada y mal alimentada por sus padres, que decidió pues dejar su bosque. Tras un largo viaje pudo encontrar paz y alegría en compañía de otras jirafas en la misma situación que ella. Con una gran sonrisa, cuyo precio puedo comprenderlo mucho mejor ahora, este muchacho me dio la hoja de papel, añadiendo: «para Leticia, nunca olvidaré que fue un mi profesora».
Y la mañana se acaba entonces con alegres juegos de equipo, donde los profesores y alumnos vienen a mezclar risas y gritos en recompensa del trabajo y la atención proporcionados.
¡Algunas horas de menos en la calle… algunas horas más de infancia!
Laetitia