Enviado a la página web de Redes Cristianas
¿Ha habido cristianos en el paro de la CONAIE (Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador)? Seguramente que sí. Pero su presencia como tal no es significativa por no ser tan visible. Parece que la ausencia y el silencio sean mayoritarios en una Iglesia que se proclama preocupada por la pobreza actual y atenta a los sufrimientos de los pobres.
Las voces y las acciones proféticas se han quedado en el pasado… ¿O no lo amerita la situación catastrófica del país?… con una pobreza creciente, el desempleo que castiga siete familias sobre diez, el sicariato que ciega vida a diario, la falta grave de atención a la salud y la educación, la corrupción cuyas denuncian se archivan vergonzosamente, la migración llamativa que nos hace pensar que estamos en un feriado bancario permanente…
En este paro se ha habla mucho de violencia y delincuencia. Hay que preguntarnos si la mayor y primera violencia no está en la situación catastrófica de nuestro país, violencia que provoca a las demás reacciones de legítima defensa individual y colectiva. Hay que condenar los actos de violencia que destruyen inútilmente bienes y hieren a las personas. Pero hay que proclamar bien alto el derecho a la protesta pacífica, a la libertad de expresión, a los levantamientos colectivos y hasta la insurrección nacional. No es más que legítima defensa de los atropellos y la malevolencia de un sistema económico que nos atropella, humilla y empobrece. Hay que denunciar estas injusticias estructurales organizadas para explotarnos y destruir irremediablemente la naturaleza.
El gobierno es responsable del desempleo y de la situación de empobrecimiento de la mayoría de los ecuatorianos, como también del enriquecimiento desmesurado de un puño de privilegiados a costa de los demás. El gobierno es elegido para velar por el bienestar de todos y no para encubrir la brecha de las escandalosas desigualdades que agobian a la tercera cuarta parte de los ecuatorianos.
De esta situación nacional, todos somos responsables o cómplices: responsables cuando la provocamos y cómplices cuando no la combatimos. La compasión, la justicia y la fraternidad no son valores para unos elegidos, sino que son las características naturales de todo ser humano digno de ese nombre. Por eso la indiferencia, la pasividad y el silencio los mayores males y los grandes pecados de nuestro tiempo. Los medios de comunicación, en su mayoría neoliberales y comerciales, son los grandes promotores de las desgracias que nos aquejan. Nos mienten sobre la realidad de nuestro país, esconden la maldad de los que los financian, tergiversan la verdad de los que denuncian las injusticias y los atropellos, nos inducen a comprar muchos bienes que no necesitamos y muchos productos que nos hacen daños… Lastimosamente la telefonía celular va por estos mismos caminos. No promovemos lo suficiente los medios alternativos de comunicación y capacitación.
Los cristianos tenemos mucho que reflexionar, denunciar y transformar con relación a la realidad de nuestro país. Está bien rezar, pero es una mentira la oración que no se transforma en compasión, compartir y solidaridad. Honradamente no podemos pedir a Dios lo que nos toca resolver nosotros mismos. Eso es “tomar en vano el nombre de Dios”: Tapamos la maldad y nuestra cobardía invocando a Dios que nos llama para erradicar la maldad de este mundo a la manera de su enviado, Jesús de Nazaret… Por eso que las nuevas generaciones huyen de las religiones porque rechazan lo de “¡las iglesias llenas y con cero compromisos!” Quieren y se comprometen por una mayor vigencia de les Derechos Humanos, una mayor convivencia armoniosa y equitativa, un mayor combate a la corrupción de las instituciones estatales y de sus responsables, una mayor defensa y promoción del Medio ambiente…
Volvamos los cristianos a la palabra y el testimonio de Jesús de Nazaret, a la práctica de las primeras Comunidades cristianas, a los miles de mártires latinoamericanos asesinados por abrazar la causa de los pobres porque es la causa de Jesús. El papa Francisco nos está enrumbando en un camino de Sinodalidad, que es, según el significado de la misma palabra, “caminar juntos” para escucharnos, desvelar la maldad y abrir nuevos caminos tanto en las Iglesias como en la sociedad.
La pobreza digna y la opción por los pobres fueron las grandes características de Jesús de Nazaret. Los católicos, en nuestro bautismo, nos hemos comprometido con este Jesús para ser como él “profetas” que denunciamos la maldad en palabras y hechos, “sacerdotes” es decir artesanos de nuestras propias relaciones con un Dios cercano y cordial, y “reyes-pastores” que nos unimos y nos organizamos para servir mejor el Bien común para todas y todos con miras al Reino de Dios aquí y ahora.
Unamos la compasión a la acción, la oración al compromiso, la fe con la realidad, la religiosidad con la política… Esos son los llamados que nuestros obispos nos hacen desde más de 50 años en sus documentos latinoamericanos. Es también la súplica del papa Francisco que acaba de invitarnos a “hacer menos retórica sobre los pobres”, dejar de “tener un comportamiento asistencialista con ellos” y “poner manos a la obra para ayudarlos eficazmente” a salir de la miseria. Eso es “el amor político” que selló para nosotros en su Carta encíclica “Todos somos hermanos y hermanas” y lograrlo mediante nuestra solidaridad individual y colectiva. Es cuestión de coherencia entre lo que decimos, creemos y practicamos tanto los creyentes como los seres ‘plenamente humanos’.
Pues, frente a la actual situación de pobreza, o somos solidarios, o somos cómplices: ¡No hay más alternativa!