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¿Y cuál es la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia, señor Gil Tamayo?
Opino que se apela con excesiva ligereza a la doctrina de la Iglesia sobre multitud de temas. Afirma el secretario de la Conferencia Episcopal Española (CEE), «La ideología de género no es compatible con la doctrina cristiana sobre la persona humana y sobre el matrimonio y la familia. Es una imposición contraria a la antropología sobre el matrimonio y la familia». Y parece no haberse dado cuenta de que ha mezclado dos planos, diferentes: el de la «doctrina cristiana», y el de la «antropología». Sobre el primero, con matices, la CEE tiene autoridad para opinar. Sobre el segundo, también, pero como cualquier otro pensador institución o grupo de pensamiento. Pero no, nunca, podrá ostentar exclusividad en la autoridad de su enseñanza. La Iglesia no tiene ninguna autoridad para declarar cuál sea, o cuál no, la antropología más adecuada al tema de que se trate, en el tiempo, y en el lugar en el que se haga. Ejemplo: todos nuestros misioneros en África saben que no declara lo mismo la antropología sobre la sexualidad en Europa, que en el continente africano. O en el mundo romano que en el de la globalización económica capitalista.
A la Iglesia, es decir, a su Magisterio, le gustaría fijar ciertos temas, como si fueran dogmáticos, fruto de la Revelación, cuando algunos de los que pretende declarar inamovibles pertenecen al mundo oscilante y vacilante de la moral, cuya enseñanza no es, aunque así se haya afirmado durante siglos, exclusiva del Magisterio eclesial. Después de haber ido perdiendo poco a poco el monopolio magisterial de las disciplinas académicas, científicas o filosóficas, en el siglo XX lo ha perdido también en el campo de la moral, que ha sido el último en mantener. Y por las declaraciones del portavoz de la CEE da la impresión de que la jerarquía de la Iglesia se resiste a perderlo.
El concepto de persona evidentemente no es teológico. Para el creyente la Revelación puede, y lo hace, indicar al ser humano cotas más altas de racionalidad, de humanidad, y de valores personales, pero ese plus que el fiel supone tener no es extensible, sin más, y por derecho propio, a los no creyentes. Puede haber pensamientos filosóficos, antropológicos y psicosociales que no coincidan con la enseñanza del Magisterio eclesiástico, en su función de transmisor de los contenidos de la Revelación sobre la concepción de la persona. Y también puede suceder, y ha sucedido, que ese Magisterio no realice adecuadamente esa transmisión, por fallos en su comprensión, o por la contaminación de ideas, valores y percepciones debidos a la relatividad de los tiempos cambiantes.
Y si lo anterior puede suceder en el ámbito de la comprensión de la persona, mucho más podrá suceder en la realidad del mundo familiar. La familia es una realidad socio-jurídica, que, aunque parezca, y a muchos haya cautivado ese parecido, no depende en sus parámetros de la realidad puramente biológica. ?sta puede, lógicamente, influir como una variable importante, pero la Iglesia dejaría de ser leal ala Revelación si redujese lo humano, y todo su entorno, y el familiar es uno de los más decisivos, a pura biología. Me atrevo a afirmar, y lo hago, que depende mucho más, en el ser humano, la biología de la racionalidad, que ésta del puro dato biológico. La mente humana es, como a mi me gusta afirmar, y lo he hecho con frecuencia, parte del mundo natural, y no es, de ninguna manera, una aberración. Por eso es fundamental que el Magisterio de la Iglesia acompañe al quehacer científico, filosófico, sociológico y psicológico humanos, en su tarea secular, esencia del devenir histórico, de ir superando los límites materiales, entre los que se encuentran los biológicos, para que la persona sea, de verdad, y cada vez más, la joya de la Naturaleza. Y esto quiere decir, para los creyentes, que se trata de lo más alto y bello de la obra creadora de Dios, como con tanta belleza y convicción afirma la Biblia. Todo intento de remar contra esta corriente avasalladora de la Historia dejará al Magisterio, algo que empezó a suceder con la Ilustración, y se va incrementando con los avances científicos, al margen de la noble tarea de entender, interpretar e iluminar las inquietudes, sueños, y anhelos legítimos del ser humano en su búsqueda de su realización: la verdad y el bien definitivos.