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SOBRE LA VALENTÍA. Carlos Ballesteros

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Tengo un amigo que no se atreve a subir esta escalera con nosotros a la luz del día. El ultimo mes y medio (hay que tener en cuenta que esta columna se escribe con veinte o treinta días de antelación a su publicación) ha supuesto una dura prueba para mi amigo. Publicó, con su nombre y apellidos, como ha sido siempre su costumbre, una pequeña carta de apoyo a un compañero y amigo, que estaba pasando por un duro momento laboral y personal.

Esa carta fue publicada y se puede leer en la web de Eclesalia, por si alguien está interesado. Podía haberse inventado un seudónimo, un nombre ficticio, inventado. O podría haber escrito como yo he empezado hoy esta columna “tengo un amigo que escribe…” Pero mi amigo rechaza acomodarse en el silencio, o en el discurso avergonzado y de eco vacío que decía Freire. Mi amigo ha preferido dar la cara, decir lo que piensa sin tener que esconderse debajo del celemín (¿no se enciende una vela para eso?). No es que mi amigo sea una vela que necesite ser encendida (aunque es cierto que algo de sebo en el abdomen si le sobra) pero si quería de alguna manera utilizar de la mejor manera posible lo que el sabe hacer: escribir. Escribir para apoyar y reconfortar a un amigo en apuros y con ello ayudar a construir esa otra iglesia, ese otro mundo posible que ya estaba llegando.

Mi amigo no es nada valiente y se asusta fácilmente, sobre todo cuando las circunstancias hacen que se le identifique fácilmente y se le señale. Mi amigo, que a veces es irreflexivamente imprudente, no había sopesado las consecuencias que podían tener sus escritos. Y por eso ha estado asustado todos estos días. Se le ocurrió bucear por Internet a ver que repercusión había tenido su pequeña carta y lo que encontró le puso la carne de gallina: blogs llenos de insultos, ataques personales, condescendencias paternalistas acerca de lo que debe o no debe hacer, alguna amenaza velada a su persona y a su familia. A mi amigo le recriminaban muchas cosas, pero la mayoría de las veces quienes lo hacían se escudaban en seudónimos (nicks los llaman ahora).

Mi amigo vive en un país democrático, en una sociedad abierta y plural. Mi amigo cree en ello. Cree en la libertad. En la de expresión y en la otra (la que se escribe con mayúsculas). Es cierto que en ese país hubo una guerra por defender unas ideas, y hubo persecuciones, paseos a medianoche de los que algunos no volvían. En ese país hubo cuarenta años de cruel dictadura, pero llevaban ya casi casi los mismos de democracia y libertad, a pesar de algún intento hace 25 años de cargarse es camino. Mi amigo está (estaba) orgulloso de vivir en una tierra en la que se podía decir lo que uno opina sin verse amenazado, insultado, agraviado. Mi amigo está orgulloso de creer en un mensaje evangélico de justicia y amor, de perdón, de libertad, de libertad incluso para equivocarse.

Y quiere y está convencido de que hay que seguir trabajando por ello.
Pero es lamentable que, desde algunos sectores de la iglesia en la que cree y por la que trabaja, desde algunas gentes que se escudan en el seudónimo y el anonimato le hayan conseguido meter el susto en el cuerpo y ya no quiera ser valiente.

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