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La diaconía novedosa de Francisco, pésimamente explicada, también en portales católicos
He escogido el título de este artículo porque no solo en medios no especialistas, sino también en portales católicos, como digo, la información de las declaraciones del Papa sobre el posible diaconato de las mujeres pueden entenderse mal, o de manera muy incompleta. Por ejemplo, los siguientes títulos, en Redes Cristianas, pueden despistar:
«La mujer en la Iglesia católica. Monjas en Uruguay casan y bautizan» (Nelo Néstor Araujo). / «¿Diaconisas? ¡Nada nuevo bajo el sol!» (Agustín Cabré). /Margarita Pintos: ?El papa Francisco tiene buenas intenciones, pero tiene que tomar una decisión»./ «El regreso de las diaconisas de la Iglesia primitiva». (José Manuel Vidal). / «El Papa abre la puerta para que la mujer case y bautice» (VATICANO-ANSA, AFP, EFE-13 may 2016).
Me da un poco de vergüenza recordar los puntos siguientes, porque estoy seguro de que los que han escrito, escriben y escribirán sobre la iniciativa del Papa respecto a la diaconía de las mujeres, los conocen perfectamente. De lo que dudo es que l mayoría de los fieles los sepan, y me temo que estamos haciendo una transposición indebida de conocimientos litúrgicos. Por eso, voy a seguir el métodos escolástico, con orden y concierto.
Este es el texto que narra la institución del diaconado por la Iglesia primitiva: «En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» (Hech 6, 1-4). En este texto queda bien clara la intención, y la dedicación de los futuros diáconos: administrar los bienes materiales de la comunidad, para que los apóstoles se dedicaran «a la oración y al ministerio de la Palabra».
Este texto deja bien clara la necesidad que provocó la creación de ese cuerpo de servidores de la comunidad («diácono» quiere decir servidor). Esta necesidad no tiene que ver nada con el culto; la dedicación cultual de los diáconos fue consecuencia, siglos más tarde, de la «religiosización» (si se me permite esta palabrota, que el que quiera entender lo que quiero decir la entenderá), lo que llevó a la Iglesia a una división en dos grandes cuerpos, que no existían ni en la predicación de Jesús, ni en la Iglesia primitiva: el clero, y el laicado; los marcados con el sacramento del Orden, y los seglares. Y hay autores que, con una demostración de la intimidad que tienen con Dios, y de que hablan con ?l frecuentemente por teléfono, -¡pero nunca nos dan el número!-, afirman que esa división de la Iglesia es «iure divino», ¡por derecho divino». Y esto sí que constituye un atropello a la mayor parte de los miembros deo la Iglesia, exactamente a los que no pertenecen al clero.
Y 2º atropello: al clero solo pueden pertenecer los varones. Ya se descalificó a la mujer de un plumazo. Pero tenemos que recordar, volviendo al texto de los Hechos, que ni de los futuros diáconos, ni de los apóstoles, se hacía referencia a su servicio ministerial del culto, sino al ministerio de la Palabra. Si bien es verdad que muy pronto, diáconos como Esteban y Felipe se dedicaron también a ese ministerio de la Palabra, como el mismo Pablo, del que algunos autores sospechan que no fue nunca lo que hoy llamaríamos «presbítero», todo lo más «epíscopo», en el sentido de responsable, cuidador y vigilante de la Comunidad. (Para entendernos, ¡no para celebrar un pontifical con mitra y báculo!)
!Qué manía con casar y bautizar! Es preciso recordar a la gente; a) que cualquier persona puede bautizar en caso de urgencia, con tal de tener la «intención de hacer lo que hace la Iglesia», aunque el que bautiza no sea cristiano. Yo tuve una amiga médico ginecóloga que cumplía con el deseo de sus pacientes católicos, en momentos angustiosos de partos muy complicados, con peligro de muerte inminente, bautizando a los recién nacidos. Y b), que los que se casan son los novios, y ellos son los ministros del matrimonio. El cura o el diácono es mero testigo oficial de la Iglesia, que perfectamente puede, sin cambiar seriamente su normativa, delegar ese papel a una mujer. ¿Por qué no? ¡Y no hace fala que sean monjas o religiosas!.
Así que sería muy interesante que las mujeres fuesen elegidas, nombradas, ordenadas, como queramos decir, en el sentido del diaconato de la Iglesia primitiva, siendo las administradoras de las finanzas del Vaticano, de la diócesis de Boston o Los Ángeles, o de Madrid y Milán, ¿por qué no? Pero entonces la mujer seguiría discriminada por no poderse dedicar con autoridad a anunciar el Kerigma, que estaría reservado a los varones. Y esta reserva masculina para el ministerio de la Palabra, de la Presidencia (presbítero/a) o del cuidado y diligente vigilancia de la Comunidad (espíscopo/a), esta reserva discriminatoria, digo, es el verdadero problema. No se trata de conceder a la mujer pequeños detalles ministeriales que nunca ha dejado de tener. (Y, sin embargo, María Magdalena fue enviada por Jesús a anunciar el Kerigma ¡¡¡nada menos que a los apóstoles!!!
Pero como decía al principio, expliquemos bien las cosas, y no hagamos como los malos periodistas, que parecen pensar que su papel es redactar bello, o impactantes, o diferentes e inesperados titulares.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara