Mt 22, 15-21
?Al César, lo que es del César y a Dios lo que es de Dios??.
El dicho, tantas veces citado por los medios de comunicación y políticos de la derecha que pretende poner a la Iglesia en su sitio, a la sacristía, la tenemos en este contexto: Al César, lo que es del César; a Dios lo que es de Dios.?? De hecho se trata de un tema sumamente político, de una pregunta que pudo resultar fatal, para Jesús.
Supongamos que Jesús diga: sí, hay que pagar los impuestos (que eran brutales para el pueblo), se acabaría con su popularidad y lo hubieran considerado enemigo de su pueblo. En cambio si dice no, sus enemigos tendrán la prueba para acusar a Jesús de subversivo ante el lugarteniente del César, que era Pilato.
Jesús se dio cuenta del anzuelo que le tendían con su adulación, y no mordió el cebo de la hipocresía. A pesar de su malicia, les da una pauta para hacer lo correcto: Dad al César (símbolo de todo poder político), lo que es del César, es decir: una postura ciudadana ejemplar para el orden y bienestar en la convivencia humana; pero también: dad a Dios lo que es de Dios. Lo que, según Jesús, es de Dios. ?l mismo lo enseñaba y vivía día a día: honestidad y transparencia contra encubrimientos y mentiras, espíritu de servicio y de fraternidad, contra el dominio y abuso del poder, comprensión y tolerancia contra el fanatismo sectario y, en todo amor contra odios y violencia..
No digamos: esta es una historia pasada. El fariseísmo y la hipocresía, dentro y fuera de la Iglesia, nunca mueren. Primera falsedad: La iglesia representada por el (alto) clero.
Este no es promovido y elegido por los que creen en Jesús y que está unido en el mismo espíritu y amor. Por eso no la representa. Por Iglesia se entiende a todos los cristianos, en cualquier puesto público. Ellos sabrán o tendrían que conocer lo que es de Dios y como ejercer sus carismas dentro de lo que es del César. En esto no hay separación Estado-Iglesia. Ni la hay, donde un obispo o un sacerdote, también ciudadanos antes de ser cristianos, asumen su rol de pastor como servicio, y no como dominio. Por Reino de Dios no se entiende una teocracia en que gobiernan hombres al estilo de emperadores, sino del hombre de Nazaret, el Buen Pastor.
Esto quiere decir, que una separación entre Iglesia y Estado significaría que a ningún católico o evangélico le sería permitido participar en la vida pública, ni en las elecciones de las autoridades, ni como periodistas, ni como jueces, absolutamente para nadie de los que se confiesan cristianos. Por otro lado, si por Iglesia se entiende solamente el clero como representante de todos los bautizados, como un poder paralelo o superior a los funcionarios de un gobierno, no solamente la separación entre los dos poderes sería imperativa, sino la absoluta soberanía de un gobierno democrático, sobre un sector de la iglesia con pretensiones de dominio, puesto que no es de Dios.