Sobre el atentado de Bruselas -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Estamos cansados de tanto atentado, … y de otras muchas cosas.
Efectivamente, no hay quien aguante, ni quien soporte la terrible discriminación en el tipo de información de según qué tragedias o desastres colectivos. Y también nos aburre, -mejor escribiré a partir de ahora en singular, no quiero imponer mis opiniones a nadie-, me causa tedio la increíble originalidad de los opinantes, porque los informadores lo hacen con una cierta, ¡pero solo cierta!, objetividad. Mas los opinadores sacan a relucir sus profundísimos conocimientos de filosofía social y nos los vuelven a restregar por la cara: que si los autores de los atentados lo que pretenden es destruir nuestro sistema de vida; que no son atentados solo contra la ciudad en la que se perpetran, en este caso Bruselas, sino que tienen alcance universal, (¿no hablamos del mundo global, y las multinacionales se basan en esa realidad para perpetrar, -¡sí!, es el verbo adecuado-, sus ganancias suculentas?); que si son nuestros valores de libertad, tolerancia igualdad y justicia (¿¿¿???) los que quieren destruir, porque les resultan denunciantes de sus apestosos valores; que si pretenden borrar la impronta cristiana de Europa; que si todavía hablan en clave de «defensa contra los cruzados», etc., etc.

Y, así, se gastan toneladas de tinta, energía e imágenes, porque es fundamental ser los primeros en informar, en conseguir un titular impactante, en contentar a la audiencia, lectora o audiovisual, con las imágenes más detalladas y coloristas de la tragedia, y comunicar con un inefable tono de connivencia y san complicidad lo bien que se entienden nuestros políticos, los buenos, los de los tratados antiterroristas, en estos momentos de luto, y la solidaridad que hay entre instituciones políticas, judiciales y policiales, de diferentes Gobiernos para ponerse todos, codo con codo, a trabajar por la causa y el bienestar de todos los ciudadanos europeos, etc. Y mientras tanto, los sufridos mismos ciudadanos que quieren proteger, recordamos con cierto rubor cosas como éstas:

Todas las incomodidades que nuestras autoridades promueven a los sufridos ciudadanos, sin resultado. O con resultados nimios. Los gobernantes se excusan afirmando que sin tanta medida de seguridad en los aeropuertos, en las aduanas, etc, los atentados serían mucho mayores, y más frecuentes. Pero eso es una ´típica «petitio principii», es decir, una demostración a posteriori, por la pura y simple afirmación del interesado. Recuerdo el dicho escolástico-latino «ex ese ad posse valet ilattio, ex posse ad ese non valet ilattio», que quiere decir, «del ser al poder ser, vale la ilación; del poder ser, al ser, no vale. Del atentado a la posibilidad del atentado, la relación es obvia y lógica. De la posibilidad, o no, del atentado, a éste, no vale nada la relación. No me creo que las fuerzas de seguridad europeas hayan abortado tantos atentados como quieren dar a entender. Que nos los expliquen, que no somos bebés asustadizos.

Que el fin no justifica los medios, sobre todo si, a pesar de medios ilegales, tremendamente incómodos, y hasta crueles, el objetivo no se alcanza. Un ejemplo sangrante, infame, y denigrante para la idea de Europa y del sueño de los fundadores de la Unión Europea: el así llamado «Acuerdo de Schengen», que es más que un acuerdo, y hasta bastante más que un tratado, porque se ha convertido en una de las leyes estrella de la Unión, lo están incumpliendo varios países, con la connivencia, o, mejor, cobarde complicidad, del resto de los miembros europeos, en lo que constituye una verdadera y degradante vergüenza. Además, ese incumplimiento afecta tan negativamente, que resulta, cruelmente, no a elementos peligrosos, como yihadistas especialistas en armas y explosivos, sino a las personas que huyen desesperadamente de esa amenaza.

Que es justo y normal que se informe de este tipo de atentados, pero que por mucha tinta y tiempo que se use, días y días con ese sonsonete, ni van a resucitar los muertos, ni a mejorar los heridos. Estos atentados contra inocentes son una desgracia, como lo son las muertes de civiles, familias enteras, y barrios destrozados, producto de las guerras que asolan Oriente Medio y África, que multiplican las víctimas a cientos y a miles, y a los que no les damos tanta cobertura informativa, a no ser para protestar de la tentativa de muchas de esas víctimas de encontrar un sosiego en la desarrollada, opulenta, y, ¡así dicen!, civilizada Europa.

Y, ¿con qué armas se cometen estos atentados y se producen esas guerras? ¿Quiénes son los fabricantes de armas que se enriquecen con la sangría que causan? Sabemos que son muchos los países que fabrican y exportan armas, incluso a países, zonas o regiones, en conflicto bélico, algo que va en contra de las leyes internacionales, europeas, y españolas. Lean este párrafo citado del periódico «Diagonal», especialista en estos temas: «La inestabilidad política en Oriente Próximo ?auspiciada por la influencia regional de países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes? favorece el negocio de las armas, a pesar de que según las legislaciones española y europea se trata de exportaciones ilegales, precisamente por esa situación de conflicto y por el apoyo que estos países prestan a los grupos insurgentes en Siria».

Algunas cifras: en 2014 España ingresó más de 3.000 millones con la exportación de armas; además de Arabia Saudí, por valor de 725 millones de euros entre 2005-2014, España vendió a Emiratos Árabes armas por valor de 719 millones en las mismas fechas, y a Egipto por otros 277 millones.

Y ninguno de estos países, se caracterizan por el respeto a los derechos humanos, lo que obliga a muchos países así dichos civilizados y desarrollados, como EE.UU., España, y otros que nos interesan menos, a mirar para otro lado, ante la espeluznante situación de atropello de los derechos humanos, comenzando por la mujer, y terminando por el trato de semi esclavitud que emplean contra los trabajadores manuales menos calificados. Sin olvidar la facilidad y frecuencia con que las colgaduras humanas de las horcas adornan los paisajes urbanos y rurales de estos países de señores bien, y elegantemente vestidos, con mucho dinero, grandes hoteles y con brillante, aunque muy dudoso, charme y glamour.