Símbolo y cultura (cap. 3) -- José María Castillo, teólogo

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Fe adulta

Jose Mar?­a Castillo32.jpgEs fundamental tener presente que los símbolos son siempre manifestaciones de la cultura. Es decir, no parece aceptable la propuesta de C. G. Jung según el cual existen símbolos arquetípicos o primordiales, que serían comunes a todas las culturas e incluso estarían por encima de éstas. Es decir, según esta teoría, habría símbolos ?naturales??, que por eso mismo serían inherentes a la naturaleza humana. Tales serían los símbolos relacionados con la comida o con ciertos elementos básicos de la vida, como es el agua.

Frente a esta opinión, está la tesis, comúnmente aceptada, que afirma que todo símbolo no es algo ?natural??, sino necesariamente ?cultural??. Por más que haya, como sabemos, símbolos que gozan de especial fuerza en todas las culturas, como es el caso de los símbolos asociados a la alimentación (la comida compartida) y al sexo (el abrazo, el beso, la caricia…).

En definitiva, se trata de comprender que los símbolos más fuertes y determinantes son los símbolos más estrechamente ligados a la vida, bien sea en su mantenimiento (alimentación), bien sea en su propagación y comunicación más honda (sexo).

La teología católica debe tomar en serio esta compresión del símbolo como hecho cultural. Y, en consecuencia, debe tomar también en serio la consecuencia que de eso se sigue, a saber: la urgente necesidad de acomodarse a las diferentes culturas y no lo contrario, pretender que las culturas se acomoden a las ideas y normas que dicta la teología de una determinada tradición cultural, la cultura occidental y, más en concreto, la cultura ?romana??.

La experiencia histórica de la Iglesia nos tendría que haber enseñado a dudar de la eficacia pastoral de las imposiciones autoritarias de Roma. Por ejemplo, el fracaso de la Iglesia en la evangelización de Asia y de su presencia en aquel inmenso continente, a partir de los conflictos que originaron las grandes intuiciones pastorales de los jesuitas Ricci (1552-1610) en China y De Nobili (1577-1656) en India.

El rechazo de Roma a los ritos chinos y malabares resultó determinante para que el cristianismo, hasta el día de hoy, haya sido (y siga siendo) una religión marginal precisamente en los dos grandes países que hay apuntan a ser las grandes potencias emergentes del futuro.

En el fondo de este penoso asunto está la pretensión eurocéntrica de la cultura occidental. Es la pretensión que identifica lo ?europeo?? con lo ?natural??.

De ahí que, según esta mentalidad, existe una ?ley natural??, propia y específica de la ?naturaleza humana??, que es simplemente la recopilación de las ideas, tradiciones, instituciones, usos y costumbres de Occidente.

En consecuencia, los rituales y tradiciones culturales de Occidente se erigieron en rituales y tradiciones universales, que tenía (y tienen) que ser impuestos en todo el mundo y asimilados y vividos como propios por todas las culturas del planeta tierra.

Por supuesto, la Iglesia no asumió esta extraña y dañina mentalidad en los primeros siglos de su historia, por más que los padres de la Iglesia sufrieran, en este sentido, la influencia del pensamiento estoico, que, a través de Filón de Alejandría, se encuentra reflejado ya, en el s. II, en Justino y en los autores cristianos de los siglos siguientes.

Pero nada de esto impidió que la Iglesia de los primeros siglos aceptase una notable diversidad de liturgias. Lo que, en el fondo, equivalía a aceptar los signos y símbolos de culturas y tradiciones que no eran de matriz romana.

Sin embargo, la idea de una lex aeterna que, por medio del lumen rationis naturalis (la luz de la ley natural) tiene que ser común a todos los seres humanos, termina por imponerse sobre todo a partir de Tomás de Aquino, en la Prima Secundae de la Summa Theologica.

De hecho, a partir de los siglos XII y XIII, los signos y símbolos vigentes en la cultura romana se han querido imponer como signos y símbolos universalmente válidos. Lo que, en la práctica, los ha invalidado en tantas sociedades y culturas en las que la simbología occidental de los siglos IV y V necesita de eruditas explicaciones para ser debidamente comprendida.

Pero, es claro, cuando un símbolo necesita ser explicado, por los eruditos historiadores de la cultura y de la liturgia, es que es símbolo ha dejado de ser símbolo. A un ser humano cualquiera no hay que estarle explicando lo que significa una mirada de cariño, un gesto de bondad o sencillamente un beso de afecto limpio y sincero.

El signo y el símbolo, cuando son verdaderamente tales, no necesitan ser explicados. Se imponen por sí mismos. Porque responden a vinculaciones profundas entre las experiencias vividas y la misma configuración del cerebro humano.

( LA IGLESIA, SACRAMENTO DE SALVACI?N )