Cuando George Michael dijo que los gays no tenemos iglesia, dijo una verdad como un templo, en el sentido más obvio: muchas iglesias oficiales son homofóbicas. Pero Michael se equivocó, pues la realidad que llamamos Iglesia no se agota en ninguna concreción ni iglesia. En este viernes dedicado a la espiritualidad inclusiva, examinemos una posibilidad, tan válida como otras, de ser y sentirnos Iglesia de Jesucristo.
“Entró Jesús otra vez en Cafarnaún después de algunos días; y se supo que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni siquiera a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, descubrieron el techo de donde estaba, y haciendo una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico” (Mc 2, 1-4).
Una sola realidad, Jesús y la curación, a la que se puede acceder por al menos dos vías: la puerta y el tejado.
Mi amigo Jean-Michel Dunand –Jean-Michel de la Miseridorde en religión-, prior de la fraternidad monástica Communion Béthanie, insiste en que si no nos permiten entrar por la puerta, hemos de ingeniárnoslas para hacerlo por el tejado, como los cuatro portadores del enfermo. Qué más da por la entrada oficial que por la de urgencia, cuando lo importante es llegar a Jesús, y la salud. ¿O sí da?
En algunas iglesias no se quiere a los gays. La católico-romana, por ejemplo, se esfuerza por decir que sí, que nos acoge; incluso que ser homosexual no es pecado… Sin embargo, rechaza como pecaminosos lo que llaman “actos homosexuales”, nuestra manera concreta –diseñada por Dios- de amar. No nos dejan entrar por la puerta de todos.
Cierto que algunos responsables, laicos y sacerdotes y religiosas, señalan el tejado, para que por allí abramos un hueco y logremos entrar.
Una indicación valiosa, si considerásemos la católico-romana (como cualquier otra confesión tan fundamentalista y homofóbica) como única posibilidad para vivir la esencial dimensión eclesial de nuestra fe. Para mí, apuntar al tejado sólo consigue perpetuar la injusticia y el pecado de la homofobia, acepción de personas condenada explícitamente en la Sagrada Escritura.
Yo creía, hace cinco años, que las cosas podían cambiar. Y lo sigo creyendo. Evidentemente, la humanidad y las mentalidades evolucionan (fíjense ahora en el tema del preservativo, por ejemplo), y un día llegará en que los católico-romanos mirarán hacia atrás, y pedirán perdón por la pasada –casi olvidada- homofobia.
Pero la cuestión es que, mientras tanto, hay hermanas y hermanos gays que continúan sufriendo tortura porque sienten la llamada a la fe –una llamada que nunca es individualista, porque la fe apunta directamente a la fraternidad eclesial-, y ven, al mismo tiempo, cómo los prebostes eclesiásticos de toda laya condenan su manera de amar.
¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
A las puertas del infierno de Dante se leían estas palabras: Lasciate ogni speranza voi ch´entrate, abandonad toda esperanza vosotros que entráis. Cuánta razón tenía el poeta, sobre todo si aplicamos estas palabras a las personas homosexuales que se acercan limpiamente a algunas denominaciones de iglesia. Perder toda esperanza, deponer toda esperanza al entrar…
No. La Santa Iglesia Católica y Apostólica, la Iglesia de Jesucristo y del símbolo apostólico, no se agota en pastores homófobos que sólo se apacientan a sí mismos. La Santa Iglesia es más grande que el horizonte de estos que nos rechazan y estigmatizan.
¿Qué hacer, pues? Reunirnos, para orar, compartir, celebrar, vivir la fe. Como hicimos el Sábado en Cáceres, como haremos en Valverde el Domingo. Reunirnos los hermanos y hermanas, porque donde dos o tres compartimos la plegaria y la vida, ahí Cristo nos vivifica y habita con nosotros. Por la puerta, que para subir al tejado hace falta demasiada habilidad.
No es cuestión, volviendo a George Michael, de tener iglesia; es cuestión de ser. Y somos Iglesia. Porque el Cristo que no hace distinciones, sino que acepta al que le ama y es justo, sea de la orientación sexual que sea, nos llama a beber del agua de la vida. ¿Vamos a desperdiciar su torrente, haciendo caso a cuatro desaprensivos, terroristas del alma?
Bendita sea nuestra Madre Dios, que no nos entregó en presa a sus dientes. La trampa se rompió, y escapamos