Uno de los retos, y no de los pequeños, que plantea la inmigración en nuestro país es, sin duda, el de la educación. Nadie duda de que la escuela tiene un papel trascendental en la acogida y, sobre todo, en la integración en nuestra sociedad de los recién llegados. Y de que gran parte de su futuro se juega en ella. Sin embargo, no lo tiene nada fácil. Porque en esto de la educación, como en todos los asuntos en los que toca la inmigración, hay muchos estereotipos complicados de erradicar.
A primera vista, tal y como los medios de comunicación se encargan de recordarnos al más mínimo conflicto, la incorporación de los inmigrantes sólo supone una carga añadida a las muchas responsabilidades que ya tienen los profesores y un nuevo engorro para un sistema educativo ya de por sí bastante desprestigiado. Alumnos y alumnas de los más variados orígenes, cada uno con su idioma y sus costumbres y la inestabilidad familiar propia del desarraigo que sufren; diferencias entre el sistema educativo del que proceden y el que les acoge; situaciones marginales o de violencia; tensiones y retrasos con el resto de los alumnos; escasez de medios por parte de la administración; falta de planificación pedagógica; desigual reparto de estos alumnos entre centros públicos y concertados; concentración en determinadas zonas… etc.
Es cierto que todo esto ha generado un fuerte clima de alarma social. Pero no es menos cierto que este clima, con tener algún fundamento, no está suficientemente justificado. Aunque la escolarización de los niños inmigrantes ha crecido bastante en los últimos años, sobre todo en algunas comunidades como Madrid, estamos hablando del 7,4% de la población escolarizada ?en Educación Infantil, Primaria y ESO- en todo el territorio nacional, según datos del Ministerio de Educación sobre el curso 2005-06, y desigualmente repartidos. En esta cifra se incluyen todos los niños extranjeros, no sólo inmigrantes, como prueba que la comunidad con mayor número de ellos, el 12,2%, sea Baleares. Madrid, que cuenta con el doble de residentes extranjeros que el resto de España, tiene un 11,4%. Y los menores porcentajes corresponden a Galicia (2,4%) y Extremadura (2,1%).
Integración escolar
Las cifras también corroboran la normal integración de los niños inmigrantes en el sistema escolar. Por ejemplo, en contra de lo que se suele suponer, la mayoría no sólo no abandona la escuela a una edad temprana., sino que sigue estudiando una vez sobrepasado el periodo de educación obligatoria. Los resultados de un informe elaborado este año por el Observatorio Permanente de la Inmigración concluyen que el 52,6% de los hijos de inmigrantes de entre 16 y 25 años está estudiando, una proporción incluso algo por encima de la de los jóvenes españoles (50,8%).
Naturalmente, no todos los datos son tan alentadores. Buena parte del colectivo analizado en el informe ?marroquíes, dominicanos y peruanos, por ser las nacionalidades de implantación más antigua en España- permanece en niveles que ya debía haber superado (un tercio siguen en la ESO), mientras que tiene una presencia más reducida en el bachillerato (16,8%) y en la universidad (12,9%). Pero una de las conclusiones más positivas es la relacionada con los jóvenes marroquíes: mientras el 74,5% de los padres y el 81,7% de las madres de estos chicos no superaron la escuela primaria, el 80% de ellos ya lo han hecho.
Este ?éxito?? se debe a que, aunque la gran ?avalancha?? de niños inmigrantes haya ocurrido en los últimos años ?en 2002 eran el 3,2% de los escolarizados-, la escuela lleva ya tiempo preparada para acogerlos. Bien es verdad que los medios técnicos y pedagógicos, por no decir económicos, escasean con frecuencia, pero las medidas de atención a la diversidad se aplican gracias a la LOGSE desde hace años, antes de que comenzaran a llegar niños de fuera a las aulas.
?Es un profundo error considerar a los alumnos de procedencia extranjera como los ?diferentes?. Todos lo somos, igual que lo son cada uno de nuestros alumnos. La diversidad está en nuestras aulas y estará cada vez con más fuerza. En este aspecto, las diferencias entre unos alumnos y otros es pura anécdota??, afirma Ana Rodríguez, directora de un colegio público de Madrid. ?Y es también errónea la idea de que la educación intercultural ha de promoverse sólo donde exista alumnado inmigrante. La globalización nos ha enseñado que si algo podemos predecir con total seguridad respecto al futuro es que todos nuestros alumnos tendrán que convivir en una Europa única, donde las fronteras tienden a diluirse, donde la llegada masiva de personas procedentes de otros países irá creciendo y ellos tienen que saber moverse en esa realidad, prepararse para convivir en el mundo multicultural que vendrá.??
Lugar de encuentro
De ahí que la escuela se esté convirtiendo en un ámbito privilegiado de encuentro entre la familia inmigrante y la sociedad de acogida. En ambos sentidos. Para los alumnos autóctonos, el colegio es hoy una gran oportunidad de nutrirse de otras culturas, de aprender a respetarse y tolerarse. Y para los que llegan, en muchas ocasiones, el colegio o el instituto se convierte en uno de los primeros lugares de contacto entre la familia que acaba de dejar su tierra y el país de llegada. Y esto no es moco de pavo: de cómo se sientan acogidos puede depender su posterior percepción de otros ámbitos y, por ende y en gran medida su integración social.
Conviene tener en cuenta, en este sentido, que la gran mayoría de las familias inmigrantes posee una alta valoración de la escuela ?bastante por encima, desde luego, que las familias españolas- y suelen ver en ella un medio para que sus hijos progresen y se integren completamente en la sociedad de acogida. Y tampoco podemos olvidar el lado pragmático del asunto: los inmigrantes están ocupando plazas escolares en muchas zonas de España en las que estaban quedando vacantes por falta de alumnos autóctonos, lo que, además de sostener la población, está impidiendo el cierre de centros y otros recursos educativos para los niños del lugar.
Por supuesto, el panorama también está lejos de ser idílico, pero no podemos echar la culpa a los alumnos inmigrantes de todos los problemas del sistema educativo español. Su presencia, ya está dicho, crea tensiones y fricciones, a las que tal vez las administraciones públicas deben responder. Y, de hecho, lo hacen, aunque, como es costumbre en ellas, no con la rapidez que deberían.
Enseñanza religiosa
Buen ejemplo de ello es la polémica que se ha generado recientemente con uno de los aspectos más conflictos de la educación de los inmigrantes: la enseñanza religiosa y, más concretamente, la islámica. Este curso se ha publicado el primer libro de texto de religión para alumnos musulmanes. Nadie discute que el Islam tiene derecho a ser impartido, como otras religiones, en la escuela. Pero algunos han puesto el grito en el cielo por el hecho que los libros hayan sido subvencionados por una fundación del Ministerio de Justicia ?y, por tanto, con dinero público que estaría así financiando la creación de ?fanáticos islamistas??- y, sobre todo, publicados por SM, una editorial católica.
Las razones, sin embargo, están muy claras. El diario francés La Croix, también católico, las explicaba recientemente en una reflexión que podría servir de resumen a todo lo dicho aquí hasta ahora: ?¿Cómo podría construirse la paz social ni no ayudamos a los jóvenes a distinguir entre fe y fanatismo, a asociar convicción y tolerancia? ¿Debemos reservar el privilegio de una formación religiosa a algunos credos o proponer a todos ellos los elementos de su cultura que ofrezcan las bases para comprender el mundo de hoy? Se trata de que la escuela ayude a los jóvenes creyentes o no creyentes a descubrir sus raíces culturales y religiosas y mostrarles que lo que se dice y vive en su familia hay que tomarlo en serio. Y, sobre todo, no dejarlo en manos de ?sabios? de otros países que aprovechan el desasosiego de los jóvenes para decirles cómo tienen que vivir aquí y como cantera de reclutamiento para sus guerras santas??. En ello estamos.