Sebastián González nació en Jerez el 23 de diciembre de 1936. Apenas faltan tres meses para que cumpla 71 años. El histórico dirigente vecinal, sindicalista y político nació en el barrio de San Miguel si bien, a los dos meses, marchó con sus padres al no menos castizo barrio de Santiago «y allí me tiré 36 años».
De su infancia, Sebastián González recuerda aquellos días en los que con el resto del chavalerío del barrio jugaba al fútbol en el Angostillo, la pequeña plazoleta por la que el Prendimiento se ofrece a Jerez cada Miércoles Santo. «Eran los años en los que se podía jugar en la calle. Por allí apenas pasaban unos pocos carros». Hijo de una ama de casa y del cajero de Pedro Domecq en la época dorada de las bodegas, González recuerda que fue a los 18 años cuando mantuvo sus primeros contactos con la izquierda política. Como no podía ser de otra forma, dicho vínculo que ha durado hasta la actualidad se inició en el seno de la Iglesia Católica, «que era la única institución bajo la que te podías reunir». Fueron los años, recuerda, de las Juventudes de Acción Católica y las Hermandades Obreras de Acción Católica, las famosas HOAC, en la que se formó buena parte de la clase política jerezana en los últimos años de la dictadura del general Franco.
«Una de las personas que más interés mostró en este movimiento fue el propio cardenal Bueno Monreal, que designó a un grupo de personas para que lo potenciase. Entre ellas estaba yo», apunta Sebastián González, a la vez que recuerda que «fue a través de este movimiento cuando comencé a ser consciente de las distintas realidades sociales que convivían en Jerez. Fue entonces cuando comencé a realizar tareas de formación, algo que considero esencial para potenciar algo tan esencial como es la solidaridad». El hecho de que las Juventudes y las HOAC se convirtieran en grupúsculos disidentes repletos de personas que organizaban la futura izquierda democrática «no era desconocido para la Iglesia Católica si bien, en verdad, miraban para otro lado».
Uno de los aspectos más curiosos de Sebastián González, que el pasado viernes fue justamente homenajeado en el inicio de la VII Semana del Mayor, es que jamás ha militado en partido político alguno. Y eso que incluso legó a ser alcaldable por Izquierda Unida en las Elecciones Municipales de 1992, «pero Lo hice como independiente».
«Siendo justo, debo reconocer que jamás me afilié a IU porque tenía mis reservas, mis ideas y mi más frontal rechazo a algunos aspectos del marxismo, principalmente a esa reflexión o dogma en el que se considera al hombre como materia. Eso no es así, no se correspondía con mi pensamiento cristiano y por eso no me afilié. Fui consecuente».
Fundador de la federación de asociaciones de vecinos más veterana de la ciudad, «Solidaridad», así como del colectivo antidroga «Renacer», Sebastián González recaló en la política. «Cuando llegué a este mundo -señala- llevaba ya tantos palos encima que pocas cosas de la vida interna de la política me sorprendían. Cuando llegué ya sabía que en la política hay engaño, traición, falserío e hipocresía. Entré en IU porque había un compromiso muy serio de cambiar Jerez. Realizamos un programa concienzudo y estábamos dispuestos a desarrollar nuestros pactos con la ciudad y con los vecinos. En aquellas elecciones salimos Ángel Fuentes y yo y lo primero que hizo Pacheco fue negarnos el local. Fue una especie de intento de que no nos tomáramos en serio nuestros puestos de concejales. No lo logró porque al tiempo nos dio el local de arriba del edificio de los grupos municipales».
El caso de Sebastián González es extraño en política. Estuvo cuatro años y, acto seguido, dijo adiós. «Pues sí, cuatro años y adiós. Comprobé, pese a mi deseo de alternar política y sindicatos, que prestaría mejor servicios en la central sindical. Además -recuerda- estalló Izquierda Unida y hubo que apartarse sin armar más ruido del que ya había».
Volviendo a los años de la dictadura de Franco, el fundador de «Solidaridad» recuerda que la primera detención que sufrió fue en enero de 1974, cuando ya contaba con 38 años. «La experiencia vino a ser la siguiente. Yo era presidente diocesano de las HOAC. Eran los tiempos en que Jerez dependía de la Diócesis de Sevilla. Pese al cargo diocesano militaba clandestinamente en la USO (Unión Sindical Obrera). Hubo una redada especialmente fuerte en Astilleros y de allí sacaron una lista de compañeros nuestros afiliados en la USO. De allí se fueron a San Fernando, obtuvieron más nombres, practicaron detenciones, y se vinieron para Jerez. A las tres de la mañana se colaron en mi casa dando puñetazos, porrazos y gritos. Yo había intentado darles coba no abriendo la puerta pero no hubo forma porque sabían perfectamente que estaba en dentro. Me llevaron en un coche hasta San Fernando sin dejar de insultarme. Allí me dejaron en una comisaría llena de gente de la USO».
En este momento de la entrevista vuelve a relucir la Iglesia Católica. «La redada tuvo tales dimensiones que Bueno Monreal mandó a Rafael Bellido Caro, que por entonces creo que era obispo auxiliar de Jerez, a que fuera a visitarme». No en vano era un responsable diocesano. «Fue allí, ante el comisario, donde le denuncié los malos tratos de mano y obra que estábamos recibiendo, además de amenazas de muerte. Había verdaderos nazis, gente sin escrúpulos, policías, por llamarles algo, que después llegaron a ocupar hasta puestos de importancia». Tras una semana detenido en la comisaría de San Fernando pasó a la cárcel de Cádiz. Allí estuvo del 31 de enero al 4 de abril de 1974. Contra lo que creía, «allí me encontré con muy pocos presos políticos y me percaté de que lo que hacían con nosotros era dispersarnos». Algo que Sebastián González aún agradece 33 años después es el esfuerzo desarrollado por numerosísimas personas y organizaciones por sacarle cuanto antes de la cárcel. «Enrique Barón, que era uno de los fundadores de la USO, ejerció gran influencia a través de su gabinete para que al menos nos dieran la libertad provisional», recuerda.
Una de las mejores anécdotas que guarda hace referencia a que el primer destino al que le enviaron dentro de la prisión «fue a dar clases a los presos comunes, pero cuando el director se enteró de ello me quitó porque, según dijo, podíamos violentar a los presos. Lo que no deja de significar que podíamos transmitirles nuestras ideas». El hecho es que del aula pasó a arreglar lavabos por toda la cárcel. «Y eso sin tener la menor idea de fontanería».