SACRIFICIOS. Carlos F. Barberá

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Alandar

Ya he contado alguna vez mi asombro ante el hecho de que en la Iglesia se hayan institucionalizado sin ningún problema prácticas que se oponen directamente a palabras evangélicas o que infringen de plano normas de Jesús. Es decir, no me inquieta tanto que uno o muchos cristianos y la Iglesia misma se desvíen de la senda del Maestro sino que esa conducta logre carta de naturaleza y se convierta en costumbre o incluso en norma.

Por ejemplo: la Iglesia ha rezado con razón, dirigiéndose a Dios: ?sólo Tú eres santo?? y después ha aplicado ese mismo adjetivo a los que han sido tocados con su gracia. Los santos que están en Corintio o en ?feso, así se manifestará Pablo con toda razón. Por el contrario, no parece que sea razonable hablar de la santa sede, del santo hábito, del santo sínodo, de la santa visita pastoral y un largo etcétera.

En este mismo sentido, al menos en dos ocasiones ?una con una punta de irritación- el Maestro enseña que Dios quiere ?misericordia y no sacrificios??. Pues bien; no sólo los sacrificios han tenido una parte muy importante en la espiritualidad cristiana sino que, a la hora de calificar a la Eucaristía, no se la ha llamado fiesta o memorial sino directamente sacrificio, el ?sacrificio de la Misa??. ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas.

Quienes en todos estos años hemos intentado estar un tanto abiertos a la realidad hemos podido experimentar varias veces ese paso de un umbral invisible pero real, tras el cual nos preguntamos: pero ¿cómo es posible que hasta ahora no me hubiera dado cuenta de esto si estaba ahí, tan a las claras?. Pero una cosa es caer en la cuenta uno mismo y otra que sea la institución la que lo haga y pase en consecuencia a cambiar prácticas que han durado siglos. Así pues, estamos en plena cuaresma y se seguirán repitiendo en las misas las oraciones en que se ofrece a Dios unos sacrificios que no quiere.

El teólogo Torres Queiruga viene insistiendo con toda razón en la necesidad de un cambio rápido de la teología si no quiere quedarse convertida en una pieza arqueológica, interesante acaso para los eruditos pero sin ninguna incidencia en la realidad. Pues sin duda ha llegado la hora de revisar el concepto de sacrificio para librar a Dios de la sospecha de ser un sádico que se satisface con los sufrimientos de sus devotos.

En su carta a los romanos (12, 1) san Pablo amonesta: ?Os exhorto, hermanos… a ofrecer vuestros cuerpos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Este es vuestro culto razonable??. Siempre me ha parecido precioso que lo que hayamos de ofrecer a Dios sean nuestros cuerpos. Las nuevas traducciones de la Biblia interpretan la frase como ?nuestras vidas??, ?nuestras acciones??, porque unas y otras las llevamos adelante con nuestros cuerpos.

Jesucristo afirmó en su despedida a los discípulos que había venido para que diéramos fruto y un fruto abundante. ¿Qué otra cosa puede querer un Dios padre sino que sus hijos hagan fructificar sus vidas? Y si su objetivo no es el lucimiento y beneficio propios sino la felicidad y la vida para otros, sin duda estarán llenas de sinsabores y sacrificios. Son el subproducto de la existencia humana, que no crece sino con dolor, por ella misma o por la de otros.

Sin embargo buscarlo expresamente es un malentendimiento de lo cristiano. Salir en Semana Santa llevando una cruz y arrastrando cadenas será un acto pintoresco y acaso lleno de buena voluntad. Pero lo que hay que buscar es el buen entendimiento y éste nos dice que ?la gloria de Dios es que el hombre viva?? y sea feliz.