Lleva años con una sola cosa en mente. El cardenal Rouco Varela sólo vive y bebe para la JMJ-2011 de Madrid. Lleva años supeditándolo todo a ese broche de oro de su carrera personal. Todo gira en torno a eso. Parece que en la Iglesia española no hay más que eso. Incluso la próxima visita del Papa a Santiago y Barcelona parece haber pasado a segundo plano. Lo que importa es la JMJ. Es su obsesión permanente. A ella dedica todas sus energías. Y toda su capacidad de influencia, que sigue siendo mucha.
Acaba de conseguir que el Papa reciba a lo más granado del empresariado español en audiencia privada. Rouco, como siempre, del bracete de los más ricos del país. En definitiva, el vicepapa español ha conseguido que todos los focos estén pendientes de esa fecha mágica para él, para Madrid. ¿Y para la Iglesia española?
¿Es un sarao de esas características lo que necesita la Iglesia española en estos precisos momentos? El espectáculo de la fe en la calle provoca rechazo y resta credibilidad. Porque habla de fuerza, escenifica poder. Y, además, después del espectáculo no queda nada. O casi nada. La pastoral juvenil de las masas no atrae a más jóvenes a la Iglesia. Una mani así y en plena crisis sólo ahondará la sima cada vez más evidente entre la Iglesia española y la sociedad. Porque muchos, católicos y no católicos, no entenderán que se puedan gastar 35, 45 o 50 millones de euros en una fiesta juvenil.
Eso hacia afuera. ¿Y hacia adentro? ¿Es ésa la pastoral juvenil que necesita la Iglesia española? ¿Es así como se van a atraer más jóvenes a la Iglesia? ¿Es ése el modelo de joven cristiano? Un modelo diseñado exclusivamente por los movimientos neoconservadores, sin consultar para nada ni aunar fuerzas con los religiosos o con las parroquias de barrio. Jovenes-carcas-ricos-pijos-guapos-hijos-de-papá. Ese es el modelo unívoco que se está imponiendo. Todavía se está a tiempo de cambiar de modelo y de orientación. Pero no lo harán. Están convencidos de su verdad. Y no van con nadie a buscarla.Pura mercadotecnia. De la que no deja poso en el alma.
Obsesionado como está por la JMJ, Rouco está descuidando otros frentes que se le están abriendo. Cada vez más numerosos. Entre otras cosas, porque ya se atisba el final de su reinado. Y los delfines se preparan para la sucesión.
Tiene abierto, sobre todo, el frente del Vaticano, donde pierde apoyos. Primero, porque, como me comentaba recientemente un curial, «a Roma no le gustan los vicepapas». En segundo lugar, porque la figura del cardenal Cañizares cobra cada día más relieve. El paso por la Curia le está sentando bien. Y gozar de la máxima confianza del Papa,también. Cañizares quiere volver a Madrid. Y sabe que, para conseguirlo, tiene que mover sus peones desde ya mismo. Porque Rouco querrá imponer a uno de sus delfines. En detrimento del «pequeño Ratzinger».
Y, en el frente español, las cosas también están cambiando. A peor, para Rouco. El nuevo Nuncio, Renzo Fratini, quiere hacerse respetar. Y sabe que sólo lo conseguirá si es libre a la hora de nombrar obispos. Algo más factible desde que Re dejó el timón de la fábrica de los obispos a Ouellet. Y desde que en la congregación que nombra los prelados se sientan también Cañizares, Monteiro (el Nuncio al que Rouco ninguneó) y el jesuita Ladaria.
Lo lógico es que, además, tantos años de poder omnímodo le pasen factura a Rouco. Ha hecho muchos favores a sus amigos y familiares, pero tamibén ha dejado muchos cadáveres en las cunetas eclesiásticas. Hay mucha gente que le tiene ganas. Y, en la Iglesia, el que pierde el poder lo pierde todo.
Pero sus adversarios no lo tienen fácil. Porque Rouco es como el ave fénix. Un cardenal Maquiavelo, acostumbrado a las riendas del poder. Con muchas tablas y mucha experiencia. Y muchos resortes. Un cardenalazo de su talla, mientras no pierde la potestad de elegir al Papa, mantiene muchas de sus prerrogativas en Roma. Aunque en España pierda pié.