Elegido presidente de la conferencia episcopal
El arzobispo de Madrid, baluarte del sector más conservador, se impuso por sólo dos votos al prelado de Bilbao, relegado a ‘número 2’
Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, secretario general de la CEE.El cardenal Antonio María Rouco Varela se sacó ayer la espina que tenía clavada desde hace tres años y se convirtió en el segundo presidente de la Conferencia Episcopal Española elegido para tres mandatos. Esta marca, aunque no sean periodos consecutivos, estuvo sólo al alcance del cardenal Vicente Enrique Tarancón, el líder que guió a la Iglesia española en los años de la Transición y la despojó de su nacionalcatolicismo. A poco más de tres años para alcanzar la jubilación reglamentaria, Rouco culmina una de sus mayores aspiraciones.
En 2005, el arzobispo de Madrid se quedó a un solo voto de la presidencia porque 26 obispos se lo impidieron: necesitaba 52 sufragios de los 77 prelados presentes en la Asamblea y obtuvo 51. Ahora ha ocurrido lo mismo que en la última elección, pero al revés. El purpurado gallego se impuso por escaso margen -sólo dos votos de diferencia- a Blázquez, que ha sido elegido vicepresidente del Episcopado en un premio de consolación para guardar los equilibrios entre las distintas sensibilidades eclesiales. Una tradición que suele respetarse.
Quince horas antes de conocerse el nombre del nuevo ‘número uno’ de la jerarquía, la situación era favorable al obispo de Bilbao. Monseñor Blázquez fue el candidato con más apoyos, seguido muy de cerca por Rouco, en la primera votación de sondeo, según ha podido saber EL CORREO. En esa cata vespertina que tuvo lugar en la Casa de la Iglesia salieron otros nombres como los arzobispos de Toledo, Antonio Cañizares, de Oviedo, Carlos Osoro, y Santiago de Compostela, Julián Barrio. Pero de la noche a la mañana, la apretadísima votación se decantó a favor de Rouco, aunque es verdad que esta vez recibió menos respaldo que hace tres años.
Los más suspicaces hablan de una estrategia muy calculada para conseguir la mayoría y sitúan en los tres últimos nombramientos de obispos la clave de la elección. Se refieren a los ascensos de Juan Antonio Martínez Camino, hombre de confianza de Rouco que fue nombrado auxiliar de Madrid, y el de Alfonso Carrasco Varela, sobrino del cardenal, que tomó posesión recientemente como obispo de Lugo. Además, si la sustitución de Carmelo Echenagusia en Bilbao se hubiera retrasado tres semanas, el auxiliar de Blázquez hubiera podido votar.
Por primera vez en la historia de la Conferencia -y exceptuando a Fernando Quiroga Palacios, que no fue reelegido a petición propia-, un obispo no repite un segundo mandato al frente del Episcopado; «toda una ingratitud» de los prelados, según la apreciación de un analista. El hecho de que el obispo abulense contara con 37 votos se interpreta, sin embargo, como un gesto samaritano de algunos compañeros de jerarquía para amortiguar lo que se considera un «fuerte revés». Blázquez fue elegido vicepresidente en segunda votación con 45 votos frente a los 29 recabados por el cardenal Cañizares, que abandona ahora ese cargo. En el Comité Ejecutivo repiten los mismos.
Dos almas
En un Episcopado dividido, el sector duro ha vuelto a tomar las riendas de la Iglesia. Los observadores coinciden en que una parte influyente de la jerarquía ha apostado por un liderazgo fuerte y carismático para encarar el nuevo ciclo político, dando por hecho que el próximo domingo el PSOE revalidará la victoria de hace cuatro años. En círculos cercanos al grupo que apoya a Blázquez sentaron «muy mal» la últimas declaraciones de Zapatero en las que, con tono duro, advertía que si ganaba iba a poner «los puntos sobre las íes» a los obispos. «Irrumpió en favor de la candidatura de Rouco y ha podido influir en algún indeciso», constatan con cierta amargura.
En su primera comparecencia pública, en una rueda de prensa sin preguntas, monseñor Rouco ofreció «colaboración» al Gobierno de Zapatero, pensando en «el bien común». Un saludo protocolario que no anticipa la ‘hoja de ruta’ que pueda adoptar el nuevo presidente, tras varios años de beligerancia personal contra determinadas iniciativas legislativas del Ejecutivo socialista. Tanto en Moncloa como en Ferraz se han encendido todas las alarmas ante la estrategia que pueda seguir la nueva cúpula episcopal. Zapatero felicitó ayer a Rouco y le aceptó su oferta de colaboración, siempre desde el respeto en las relaciones, cada uno en su esfera.
En algunos medios se teme un escenario de mayor conflictividad. El frente más abierto es el de Educación para la Ciudadanía, en el que los objetores a la asignatura pueden encontrar ahora un respaldo institucional. Las comunidades gobernadas por el PP no la han puesto en marcha todavía y un tribunal de Sevilla acaba de fallar en favor de los padres. Y el del aborto -aunque no se sabe en qué términos se va a plantear-, se otea ya en el horizonte. ¿Cómo va a gestionar Rouco un Episcopado decantado en dos almas, sabiendo que Roma apuesta por la moderación?
En la Conferencia Episcopal es el vicepresidente el encargado de la relación con las instituciones, en este caso Ricardo Blázquez. Pero dada su aversión a la presencia pública, siempre en la retaguardia, y acreditado el activismo de Rouco, se da por hecho que el peso de la proyección eclesial correrá a cargo del propio cardenal. Cuenta, además, con el apoyo del portavoz y secretario general del Episcopado, Juan Antonio Martínez Camino, delfín cualificado y brazo ejecutor de las iniciativas del sector más conservador. Para muchos es una de las claves de la nueva estrategia, una vez que no fue promovido a la curia vaticana. Su mandato termina en noviembre y se da por hecho que repetirá en el cargo.
Precisamente, el discurso que leyó Blazquez en la apertura de la Asamblea fue una apuesta por la «colegialidad episcopal», frente a los personalismos, para aplicar un modelo de Iglesia basado más en la conciliación que en el combate. El sector que lidera Rouco defiende una presencia muy distinta, con un protagonismo público que se enfrente al poder político sin complejos. «Por lo menos ahora sabemos quién manda», se consuelan en el Gobierno.