Enviado a la página web de Redes Cristianas
Don Jesús Sanz, arzobispo de Oviedo ha publicado el pasado domingo un artículo,
“Hombre y mujer los creó” en que, como es habitual en él, condena al feminismo. Pero
lo hace, también como de costumbre, malinterpretándolo, yo diría que
deliberadamente, para poder rechazarlo pues no creo que un hombre de sus
conocimientos y cargo pueda desconocer de esa manera una de las grandes corrientes
del pensamiento de nuestro tiempo.
Reconoce que “durante demasiados siglos se ha impuesto una visión del mundo desde
la óptica masculina. Esta concepción monocolor y excluyente, de índole “machista” ha
sido pobre y empobrecedora e injusta”. Según él la visión feminista cometería el error
contrario.
Empecemos aclarando que durante milenios se ha desarrollado un sistema de
relaciones de opresión basadas en el sexo que somete y discrimina a las mujeres y
desarrolla un conjunto de roles, expectativas y conductas culturalmente determinadas:
lo femenino y lo masculino, para que cada uno de los sexos adquiera un
comportamiento que contribuya a mantener el sistema y en el que la mujer lleva
siempre las de perder. A eso se le llama patriarcado, un sistema que va cambiando
pero que tiene una gran resistencia. No es lo mismo el patriarcado en Arabia Saudí que
en Asturias, en el siglo XVIII que hoy, como no es lo mismo el cristianismo de las
Cruzadas que el del Papa Francisco.
Nos referimos con el “machismo” a aquellas conductas despreciativas o vejatorias
hacia las mujeres. Así todos vivimos en un sistema patriarcal pero no todas las
personas son machistas.
La cita que hace de Guitton “la mujer posee la llave de nuestros abismos, es capaz de
perderlo todo o de salvarlo todo” nos lleva a la inmediata asociación de ese par, tan
querido al pensamiento conservador, de Eva que induce al pecado frente a María que
lo redime.
No hace falta ser creyente para maravillarse de la pobreza de pensamiento de tantos
hombres religiosos que olvidan las numerosas mujeres que la Biblia nos da a conocer:
Judith, Noemí, Ruth, Sarah, Agar, Rebeca y tantas más, modelos valiosos de “mujeres
fuertes”.
De la misma forma que aún hoy cuando leen el Evangelio, siguen sin ver que Jesús se
rodeaba de discípulos y discípulas y cómo Cristo resucitado se aparece primero a María
Magdalena y María Cleofás quienes se encargan de dar la “buena nueva”, es decir de
hacer el primer apostolado. Tres siglos después decidieron, respondiendo a su época,
que los varones eran los Apóstoles y ellas quedaban ocultas en lo de las “santas
mujeres”. Tal ceguera interesada hoy, es bastante sorprendente. Afortunadamente
hay en todas las religiones del “libro” mujeres teólogas que están releyendo su propia
historia y eso Señor Arzobispo es feminismo.
Cuestiona a Guitton porque “extraña su (de las mujeres) irrelevancia explícita en la
marcha de la historia, o tal vez explique el injusto acoso y arrinconamiento que ha
sufrido por parte del hombre”.
Es cierto que cuando los destinos de los pueblos se determinaban por la guerra y la
fuerza era la llave al poder, las mujeres eran irrelevantes, pero cuando era la
diplomacia y el desarrollo de la vida lo que primaba, conocemos una larguísima
genealogía de mujeres que tuvieron un papel decisivo en la historia.
Incluso en una institución tan patriarcal como la Iglesia, hay un buen número de
abadesas, en todos los países, extraordinariamente importantes en el transcurrir de su
tiempo. Y cuando los varones que ocupaban la jerarquía de esa Iglesia la hundieron en
la corrupción, la simonía, el nepotismo y el crimen en la lucha por el poder, mujeres
como Catalina de Siena o Teresa de Ávila -ambas consideradas santas- encabezaron,
cada una en su época, los movimientos para volverla al buen camino.
Estoy segura que analizando la esclavitud el señor arzobispo no se atrevería a
considerar simétricos en el error a quienes defendieron ese sistema -y a quienes aún
hoy desarrollan el apartheid, el racismo estructural- frente a quienes combatieron ese
crimen contra la humanidad que la esclavitud y el racismo suponen defendiendo que
todos los seres humanos somos iguales.
¿Por qué entonces ese empecinamiento en tergiversar el feminismo? Repasemos
cuales han sido sus objetivos y su práctica lo largo de los tres siglos de su historia.
Hay una primera etapa centrada en el derecho a la educación y al conocimiento. Las
feministas que lo demandan y los pocos hombres que las apoyan se encuentran una
oposición tenaz. Todavía hoy las tasas de analfabetismo y los años de escolarización,
arrojan un saldo muy desfavorable para las mujeres en muchos lugares del mundo.
Aún no hemos alcanzado esa meta.
Después viene la lucha por el sufragio como instrumento para influir en las leyes que
permitieran cosas como el acceso a empleos dignos, a la universidad, a la herencia, a
manejar sus propios recursos, a la autonomía personal, a la propiedad, a no someterse
a un matrimonio impuesto, a la patria potestad, a alquilar un piso o abrir una cuenta
bancaria y un largo etcétera. En resumen, el acceso a los derechos civiles y políticos.
Y a pesar de los avances conseguidos por el feminismo, de nuevo lamentamos que en
el mundo demasiadas niñas sean obligadas a casarse, demasiadas mujeres no puedan
decidir libremente sobre sus vidas, demasiadas sufran ablación genital, puedan ser
encarceladas por conducir un coche o leer un periódico, y padezcan todo tipo de
opresiones bajo el manto de leyes injustas.
El último medio siglo las reivindicaciones feministas dieron un paso más, intuyo que
son éstas las que condena el Arzobispo de Oviedo, siguiendo la estela de los hombres
de Iglesia que, antes que él, se opusieron a las anteriores demandas.
Las feministas conseguimos que las mujeres pudieran acceder a los puestos de trabajo
prohibidos; hoy podemos ser jueces, médicas, militares, ejecutivas, notarias,
presidentas, alcaldesas, conductoras de autobús o metalúrgicas; aún no podemos ser
sacerdotes u obispas en la Iglesia Católica, pero ya se ha conseguido en la Anglicana.
Exigimos respeto a nuestra dignidad, y a nuestra integridad física y que las leyes lo
respalden castigando la violación, el abuso sexual, la trata y la violencia contra
nosotras. No entiendo que ninguna de estas demandas implique violencia contra los
hombres. De hecho, afortunadamente millones de hombres las apoyan.
Hay un asunto sobre el que no tendríamos acuerdo: el derecho de la mujer a decidir
sobre su propio cuerpo y por tanto a la interrupción voluntaria de un embarazo no
deseado. Pero el feminismo no se queda ahí, demandamos la extensión de una
coeducación afectivo-sexual que prevenga los embarazos no deseados y propicie una
relación más sana e igualitaria y de mutuo respeto entre adolescentes y jóvenes.
Respeto a quienes no consideran admisible el aborto (cierto que me gustaría un poco
más de caridad en su actitud), incluso sabiendo que es algo que también ha cambiado
históricamente, pues durante siglos se admitió el aborto en los primeros meses del
embarazo porque se consideraba que el alma aún no había entrado en el feto. Tomás
de Aquino pensaba que en los niños se formaba a los 4 meses y en las niñas a los seis,
creo recordar. Vergonzoso que se tolerase en los primeros años del franquismo el
“aborto por razón de honor” en que un varón podía obligar a abortar a su hija soltera o
a su esposa supuestamente adúltera y que no fuese condenado por ello.
Lo que confieso no soy capaz de comprender es su condena a los derechos de las
personas homosexuales y su indiferencia ante el dolor que causan con su crueldad; las
feministas hemos apoyado sin fisuras dichos derechos a una vida plena.
El divorcio ha sido otro punto conflictivo, pero solo afectaría a los católicos e incluso
para estos la Iglesia ha encontrado formas de reconocerlo anulando a través de
costosos procesos y por diversos motivos, algunos matrimonios.
Vuelvo a repetir: ninguno de estos temas supone un “abuso de nuevo cuño feminista”
ni lleva a una “polarización hostil y excluyente” o a una lucha de poder entre los sexos.
La realidad es que gran número de militantes feministas compartimos nuestra vida con
compañeros varones que nos apoyan, somos madres y abuelas de hijos y nietos,
tenemos padres y hermanos, amigos que entienden que solo con el avance del
feminismo habrá un mundo más justo y más pleno para todos. Un feminismo que
pretende que las mujeres, cada una de ellas, tengan capacidad y posibilidad de decidir
sobre su vida, con autonomía moral y sin que persona ni institución alguna pueda usar
o abusar de ella.