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No es este tiempo de teorías y dogmas porque más que nunca se busca a quienes predican con el ejemplo. A lo largo del siglo XX, hubo un consenso en la crítica común de la sociedad contemporánea que contribuyó en buena medida a la renovación del pensamiento político ante la experiencia de ambas guerras mundiales y la tragedia del Holocausto. ¿Qué posibilidades de actuación existen de seguir en otra dirección, en medio del marasmo actual, materialista y decadente?
Siempre se pueden trazar trayectorias alternativas?? siempre que nos pongamos manos a la obra para liderar un nuevo marco alternativo de referencia. Necesitamos dar pasos concretos hacia adelante para que unos nuevos paradigmas de pensamiento y conducta consecuente sean una realidad viable, pues solo una Europa que viva sus valores es una sociedad con futuro.
1. En primer lugar, hay que reconocer y superar el individualismo autosuficiente. El ser humano es un sujeto social interdependiente que mejora mucho cuando teje interrelaciones solidarias. La idea aristotélica del hombre como animal social y político que no puede autorrealizarse fuera de la comunidad, muestra que los humanos sólo nos constituimos como sujeto moral dentro de una comunidad cuando se vive desde el ejemplo basado en un discurso ético; ya no es suficiente sólo el discurso.
2. En segundo lugar, hemos de recuperar los límites. Es una conclusión perversa afirmar que los límites suponen, en sí mismos, una falta de libertad, tal y como se vive desde lo posmoderno. La libertad no es tal sin la responsabilidad; de lo contrario sería libertinaje. Desde aquí deben entenderse los límites morales y legales (no matarás, no robarás, etc., etc.) como beneficiosos aunque no siempre coincida lo bueno con lo apetecible. No queremos saber nada de poner límites éticos a nuestro despilfarro sabiendo que esta transgresión insolidaria supone sufrimiento para millones de personas, como ocurre con las hambrunas del Tercer Mundo.
3. En tercer lugar, es preciso superar la concepción mecanicista de la naturaleza. Bajo la bandera del mito del progreso, que paradójicamente nos aleja de un futuro mejor, estamos empeñados en domeñar a las fuerzas naturales con un criterio depredador obviando que los humanos somos parte de la naturaleza. La Cumbre del Clima de Egipto ha sido una muestra del peor cinismo irresponsable en la ausencia de límites responsables ante el cambio climático en ciernes. No existe justificación para la economía del desarrollo como fin en sí misma.
4. En cuarto lugar, saquemos del armario la espiritualidad dormida por lo que supone de característica específica y transformadora del animal humano. La ciencia tecnológica no tiene acceso a toda la realidad, porque sus herramientas no sirven para aprehender ni valorar realidades tan necesarias como la esperanza, el valor de la gratuidad, la fidelidad, el amor, la compasión o la solidaridad. No son cuantificables. Las ciencias empíricas no pueden resolver ni sondear en el misterio de la felicidad y el sufrimiento; no es su papel. Ni siquiera las cosas más importantes de la vida se pueden comprar con dinero. Solo pueden entenderse desde una espiritualidad comprometida.
5. En quinto lugar, es preciso repensar el papel institucional de la religión para que canalice adecuadamente el anhelo humano más importante en la Historia de la humanidad: la trascendencia, la felicidad plena, la inmortalidad. En Europa estamos acostumbrados a encastillarnos contra todo tipo de males y malos que vienen de fuera, sin percibir el tamaño de la viga en nuestros desgastados ojos. Y así hemos deformado las mejores expresiones y experiencias de Dios por falta de ejemplo, ayudando con nuestra torpeza a modelar una imagen del Dios evangélico absolutamente irreconocible; más diría yo, espantable. Poco se puede hacer si en lugar de testigos nos hemos convertido en cómplices de quienes trabajan lo contrario que ofrece el Dios de Jesucristo.
6. En sexto lugar, es imprescindible aunar sinergias entre los distintos tipos de conocimiento -racional, emocional y espiritual- que no son conocimientos aislados e independientes, sino que forman parte de un todo coherente y orgánico, complementario; para muchos es la base universal de la búsqueda de la verdad impulsada por nuestra inteligencia espiritual.
En definitiva, hemos crecido mucho en conocimientos pero menos en sabiduría. Por tanto, pongamos el mismo ahínco en las capacidades espirituales y emocionales que el que ponemos en las capacidades científicas. De lo contrario, eso que llamamos progreso se parecerá, cada vez más, a la promesa de felicidad incumplida que recuerda al suplicio de Tántalo: rodeado de agua y de árboles cargado de frutos, pero condenado a sufrir hambre y sed eternamente en medio de la abundancia.