Religión y fe -- Jaime Richart

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El presente discurso lo hemos oído con variantes muchas veces, lo hemos escrito otras tantas y propalado siempre. Tantas veces como ha sido necesario y hemos oído despotricar a papas y a obispos. Ahora se lamentan, luego acusan su flagrante y justa actual debilidad por su mala cabeza…

Y es que a ver si se aclaran de una vez los obispos españoles que se quejan de la pérdida de la fe y del creciente abandono de la ‘formación cristiana’ en la sociedad civil por culpa de los medios. ¿Va a resultar ahora que los medios en general son más potentes que sus copes, que sus imposturas, que sus intereses materiales y que su megafonía histórica? Hasta para hacer autocrítica estos prelados tienen que cargar la culpa a agentes externos. Son imposibles e infumables.

Vamos a ver, una cosa es creer o atisbar la figura más o menos precisa o evanescente de un Ser superior o de una Energía a los que llaman Dios, y otra tener que ser prosélito de una doctrina filosófico-moral (degradada, además, por ellos hasta extremos de escándalo) para creer o tener fe en ese Ser o esa Energía. Una cosa es la doctrina, la de Jesucristo, que no es muy distinta de la de otros profetas e hijos del mismo dios repartidos por lugares y culturas del mundo, y otra la doctrina con la que obscenamente los obispos y el papado vienen traficando desde tiempo inmemorial.

No es que ‘bastantes cristianos manifiesten una ruptura entre fe y vida’ como denuncian los obispos en su reciente reunión plenaria, es que de esa ruptura hacen ellos precisamente su profesión. Esa ruptura es lo que les ha imprimido carácter y ha hecho sospechosa a tan nefasta religión. Desde las licencias declaradas o vacilantes (barraganías, por ejemplo) o la compraventa de bulas que históricamente promovieron revoluciones como la de Lutero, Zwinglio, Calvino y otros ?heterodoxos?? hasta las impudorosas incursiones en la política práctica nacional en España, no han hecho más que confundir a sus cristianos; no han hecho más que obligar a desertar a muchos, a maldecir a otros, y a despreciarles al resto. La Iglesia Vaticana no es más que una institución consagrada a la patada a la inteligencia humana.

Precisamente en ese conteo de feligreses, de prosélitos, de intenciones y de introspecciones de los seres humanos en relación a su daimon, a su Dios interior, estriba la prueba irrefutable del materialismo repulsivo de la Iglesia. Viven hoy de las rentas de su dominación, de su imperio, no de su razón y menos de su espiritualidad y de su capacidad de persuasión. Siempre todo a la fuerza de las bofetadas, de las amenazas del infierno, de las venganzas. No persuaden. Conminan, extorsionan, chantajean, se apoderan de la conciencia de los débiles y de paso de sus fortunas. A la Iglesia católica se debe el retraso en la libertad desnuda que impide el progreso de las grandes libertades públicas y del respeto al prójimo, oh paradoja, ellos que predican el segundo mandamiento pero azuzan contra el prójimo que no les adula, no les sufraga, no les simpatiza…

No vale escudarse, según les conviene, en la condición de institución humana de la Iglesia cuando se les acusa de sus aberraciones, y postularse como divina para abanderar las claves de la fe. La inteligencia del siglo XXI no puede ni quiere separar ambos ámbitos. Eso se acabó. Aquí es donde comienza la ‘ruptura entre fe y vida’ de ‘bastantes cristianos’; aquí, entre lo que predican y lo que hacen los obispos y tantos de sus obreros, es donde empieza la auténtica ruptura religiosa y en buena parte civil.

Dejemos a un lado las barbaridades cometidas en las conquistas en nombre de Cristo y de ese mismo Dios cuya idea y sentimiento se están abandonando masivamente; dejemos a un lado el sistémico posicionamiento de la Iglesia, del papa y de los obispos al lado de los regímenes y líderes más brutales; dejemos a un lado la persecución a que la Iglesia oficial, los papas y los obispos someten a bienintencionados pastores de almas de su propio aprisco que aportan consuelo a través de la teología de liberación; dejemos a un lado la presión osmótica a la que la humanidad ha estado sometida históricamente por sus barbaridades, sus inquisiciones, sus represiones, sus persecuciones, su espíritu dominador imposible de distinguir del espíritu de la conquista civil, de la aberración, de la dominación a secas…

Dejemos a un lado todo eso para clarificarnos y actualizarnos, y llegaremos a la conclusión de que la fe cristiana, sobre todo la creencia en un ser superior que eventualmente nos sirva de referencia, es una cosa, y la liturgia, el rito, la apologética, la teología… y todo lo que de su mano envuelve y empaña capciosamente a la limpia fe de las almas sin contaminar, es, son, otra cosa. Se puede ‘creer’, tener fe por vía de sugestión o de inspiración, y no ser en absoluto religioso y ni siquiera cristiano y menos católico.

Absténganse los obispos ya de manipular y de confundir maliciosamente fe y religión. Seguro que muchos seres en el mundo que están bajo su influencia empezarán a ser felices, unos, y a no sentirse desgraciados, otros, en cuanto dejen de sentirse tan sumamente presionados.

Si hay obstáculos e imposibles que se interpongan entre el espíritu santo (que viene a ser el espíritu puro del ser humano sin manipular) y la perseverancia en la creencia ingenua de un ser superior y su Hijo, esos son precisamente las barreras que levantan desde siempre los papas, los obispos y la Iglesia entre el individuo a solas y ese Ser.

Lo que debieran hacer las gentes de buena fe que se encuentran atrapadas en las redes de la secta católica es desertar de esa nefasta Iglesia. Una Iglesia que ha presumido de ser eterna y lleva camino de esfumarse de la realidad, por su perversidad digna de persecución.

‘Por sus obras los conoceréis’. Y sus obras, las de esos obispos de la reunión plenaria, no pueden ser más torpes, más irracionales y más desestabilizadoras para una sociedad de por sí proverbialmente tan inestable. Por sus obras vemos que más que aportar consuelo y más que contribuir a la serenidad y a la estabilidad, lo que hacen es agitar, sobrecoger, aturdir, mentir, tergiversar y convertirse en el espíritu de la discordia: todo lo contrario de lo que la doctrina de su Cristo nos enseña…

Bien, Dios creó el mundo: disfrutemos pues de la obra de su creación. ¿Qué diríamos de quien en lugar de disfrutar de sus composiciones, se dedicase a adorar al genio, a Beethoven, por ejemplo?

La religión sobra. Y más, la religión como mercadería…