1° de mayo 2011, festividad de la Divina Misericordia, se aprestan los más íntimos colaboradores de Juan Pablo II a beatificarlo solemnemente en la Plaza de San Pedro de Roma. Desdeñando las leyes canónicas que estipulan cinco años, mínimo, para empezar un proceso de beatificación y erigiéndose a la vez en «jueces y parte», cubrirán sus propias actuaciones en el gobierno de la Iglesia con el «manto de santidad» que, más rápido que inmediatamente, le han confeccionado a su jefe.
Entre ellos el Cardenal Angelo Sodano, el Cardenal Dario Castrillón Hoyos, el Cardenal Angelo Amato y el mismísimo Benedicto XVI que, todavía Cardenal Joseph Ratzinger, hacía un balance durante el «Via Crucis» del Viernes Santo 2005 de la catastrófica situación de la Iglesia al final de los veintisiete años de pontificado de Juan Pablo II: «Señor, tu Iglesia se asemeja a una barca naufragando, una barca que hace aguas por todas partes, [??] Sus vestiduras sucias y su rostro manchado nos entristecen y perturban. Pero somos nosotros mismos los que la hemos ensuciado??»
El historiador de la iglesia Michael Walsh se pregunta si era «necesario o conveniente’ beatificar a Juan Pablo tan pocos años después de su muerte, dado que la mayoría de los participantes en el proceso, incluido el Papa actual, de algún modo le deben sus puestos al pontífice difunto y por lo tanto cabe dudar de su imparcialidad??.
«Sin duda era una personalidad carismática y en su funeral hubo clamores de ‘santo súbito’, escribió Walsh en la revista católica liberal británica The Tablet. ?Pero eso difícilmente justifica que la Congregación para las Causas de los Santos haya dejado de lado su cautela tradicional para acelerar el proceso con una prisa que nos parece impropia e inoportuna»
¿Por qué el papa Benedicto XVI al organizar esta «Beatificación Express» le acuerda un tratamiento de favor a Juan Pablo II hasta el colmo de violar las leyes del Derecho Canónico? Si las leyes no tienen ningún valor, entonces ¿para qué existen? ¿O será que solo están hechas para los fieles que no tienen dinero, no son fotogénicos, correctamente políticos, europeos o no tienen padrinos en el Vaticano? Ya el papa difunto había inaugurado este mezquino y deleznable favoritismo al beatificar, soslayando las leyes canónicas, a su amiga la Madre Teresa de Calcuta y a su compatriota Maximiliano Kolbe. Y ¿qué decir del ingente número de poloneses que durante su pontificado y a través de su «chovinista influencia» accedieron en ascensor, mejor dicho en cohete, al honor de los altares? ¿Santa Faustina Kowalska y la fiesta de la Divina Misericordia?
Que Juan Pablo II haya practicado las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad en grado heróico, como muchos cristianos en este atormentado mundo, no es la cuestión que preocupa; al contrario: ¡Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos! Lo que inquieta y deja un sabor amargo de sospecha e indignación es la disociación que han hecho sus colaboradores y mistificadores para poder beatificarlo, entre su persona y el oficio de papa que ejerció durante veintisiete años. Trecientos veintitrés años (desde 1639, año de su muerte, hasta 1962, año de su canonización) pasó la Iglesia espulgando la candidatura a los altares del mulato peruano Martín de Porres.
El exámen de la heroicidad de sus virtudes se hizo en forma concomitante e indisoluble con sus oficios de barbero, barrendero, cocinero y enfermero. Porque esos quehaceres formaban parte integrante de su vida se examinó minuciosamente, con la lupa del Evangelio, la manera cómo San Martín de Porres manejó la navaja, la escoba y las cacerolas. ¡Tan solo un malabarismo intelectual deshonesto podría quitarle la escoba de las manos al mulato peruano y veintisiete años de pontificado al papa polonés!
En una reciente publicación estadounidense se podía leer que «muchos católicos piensan que no se puede separar al hombre del mandato y que cualquier investigación de las virtudes personales de Juan Pablo II debe incluir una evaluación de su pontificado».
«Cuando el candidato a la beatificación es un papa, el Pastor de la Iglesia Universal, no se trata solamente de evaluar su devoción y santidad personales sino también de examinar el cuidado con que gobernó el hogar de la fe que Dios le confió.»
El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, dijo en una conferencia de prensa reciente que ?el proceso de beatificación de Juan Pablo II era tan exhaustivo como cualquier otro y más riguroso que muchos por tratarse de un papa??. ?Es verdad que el caso de Juan Pablo `no tuvo que hacer cola en el supermercado», agregó entre risas, ?pero no se tomaron atajos en el estudio de su vida y virtudes, que produjo gruesos volúmenes de análisis y testimonios de admiradores y detractores por igual.?? Y continuó: «Santidad inmediata, sí, pero sobre todo seguridad de que es un santo». A la pregunta ¿El escándalo de los abusos sexuales podría afectar la causa de la beatificación? respondió: «El pecado existe. Nuestros pecados existen. Pero esto no impide la santidad de otros».
Obispo de Cracovia, Carlos José Wojtyla fue uno de los responsables del comité que recomendó a Pablo VI no modificar la posición de la Iglesia Católica en lo tocante al control de la natalidad y la moral sexual. Al llegar al papado impuso autoritariamente su rechazo y en 1992 bendijo satisfecho el Catecismo de la Iglesia católica que reza: «Es intrinsecamente mala toda acción que se ejerza para impedir la procreación ya sea en previsión del acto conyugal, durante su desarrollo o sobre sus consecuencias» ¿No tener un hijo cada nueve meses sería entonces el mal absoluto para la Iglesia? Pasó por alto Juan Pablo II que lamayoría de las mujeres católicas son mayores y educadas y deciden por ellas mismas los medios anticonceptivos que van a utilizar. Con esta actitud mucho fue el menoscabo de la autoridad moral del obispo de Roma. Peor todavia, su rechazo de examinar la moralidad de la utilización de los condones en plena pandemia de sida, sobre todo en África, que trajo como consecuencia un incremento del número de muertos.
Nombrando a Monseñor Joseph Ratzinger en 1981 Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Juan Pablo II lanzó una acción cuyo efecto fue identificar, acusar y condenar los teólogos que en el mundo, pero sobre todo en America Latina, estaban elaborando una teología que colocaba la liberación de los pobres en el corazón del mensaje evangélico y de la acción de la Iglesia. Hoy en día es preciso interrogarse sobre el efecto perverso de ese aniquilamiento doctrinal en las iglesias del tercer y cuarto mundo cuyos fieles se han mudado en masa para las iglesias pentecostales de origen estadounidense. Al lado de este desastre social y misionero, ¿cómo olvidar la mordaza inquisitorial, censura y autocesura que la dupla Juan Pablo II-Ratzinger aplicó con mano de hierro sobre la incipiente y post-conciliar libertad de pensamiento teológico?
¿Qué decir, finalmente, del «dossier» de la pedofilia y del rol de la autoridad romana empeñada, como siempre, en mantener la cultura del secreto y del disimulo en provecho de la imagen pública de la institución y en detrimento de las víctimas? Benedicto XVI al admitir la responsabilidad de sacerdotes, religiosos y obispos en tan nefastos crímenes ensombrece ineluctablemente la figura de su predecesor sobre cuyo escritorio se acumularon advertencias y denuncias a todo lo largo de su pontificado.
Así, en marzo de 1995 sucede el primer escándalo de pedofilia en las altas esferas de la Iglesia.
Se trata del Cardenal Hans Hermann Groër, setenta y cinco años, diez y nueve a la cabeza del arzobispado de Viena, célebre por sus posiciones intransigentes ante «el laxismo» de sus contemporáneos, condenaba sin piedad a «los que viven en la lujuria, cometen adulterio, se prestan a la concupiscencia o abusan de menores??» Reiteró infatigablemente la prohibición a los divorciados de recibir la comunión. Uno de sus antiguos alumnos del seminario, asqueado por tanta duplicidad, reveló en una revista como Groër, «su consejero espiritual» lo atrajo a su apartamento cuando solo contaba catorce años y lo obligó a actos sexuales que se repetieron durante cuatro años, alejándolo para siempre del sacerdocio. Siguiendo su ejemplo, antiguos seminaristas, entre los cuales el cura de Pandof, localidad situada a setenta Kilómetros de Viena, acusaron el Arzobispo de, como mínimo, caricias durante la confesión.
¿Cómo reaccionó el arzobispado? Como lo hará más tarde el Vaticano: tornándose contra las víctimas y la prensa. «Desde la época nazi, se indigna un Obispo auxiliar, no se habian visto campañas de esta índole contra la iglesia en Austria ». El Cardenal Arzobispo opuso un silencio de plomo a sus acusadores?? Lo que no le impidió amenazar de distitución al cura de Pandof. Este último pudo quedarse en su parroquia gracias al apoyo y mobilización de todos sus feligreces.
El Papa Juan Pablo II, muy ocupado en audiencias, visitas, intervenciones, mensajes y cartas con el propósito de aniquilar el dragón de la contracepción no dijo ni media palabra. Sin embargo la prensa Austriaca y Europea se amparó del escándalo, y el Vaticano se vió obligado a apartar discretamente al arrogante Cardenal Groër y sustituirlo por el joven Arzobispo Coadjutor de Viena, Monseñor Christoph Schönborn de 42 años. Después de haberle suplicado vanamente a su superior que confesara sus delitos y pidiera perdón a las victimas, Monseñor Schönborn fue convocado a Roma donde, en una conferencia de prensa, dió crédito a las acusaciones contra su predecesor, lo que provocó un zafarrancho en el Vaticano. Había que callar al traidor, al renegado! No al criminal obispo pedófilo, sino al que echó el cuento, al que destapó el escándalo.
El Secretario de Estado de la Santa Sede, Monseñor Angelo Sodano, habló de ?calumnia??. Para él era urgente enterrar esa historia que ya empezaba a heder! La inocencia y la dignidad de los niños abusados y las secuelas deletéreas que marcarán para siempre sus cuerpos y sus almas importaban poco a los jerarcas del Vaticano. Le habían cortado el audio a las palabras que resonaban reprobadoras en la trastienda de sus conciencias: ?En verdad os digo, cuanto hacisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis!?? (Mateo 25, 40-41)
¿Ironía del destino o enfado de la providencia? Los jerarcas de la Iglesia Católica, obsesionados durante siglos por el sexo, fueron cruelmente castigados por donde habían pecado: ¡un enorme escándalo sexual se les vino encima! Es una verdadera tragedia que no termina nunca. Practicamente después que Benedicto XVI sucedió a Juan Pablo II, cuando se habla de la Iglesia Católica, no se habla sino de ?eso??.
?Eso??, es el eufemismo que engloba caricias obsenas y violaciones, a veces sevicias dignas del marques de Sade, como escribe el diario Le Monde, después de hacerse publico, en julio 2010, el voluminoso expediente incautado por la policía belga en el arzopispado de Bruselas. Y ?eso?? sobre adolescentes y niños de 5 y 6 años que les habian sidos confiados por padres creyentes. Y ?eso?? perpetrado por sacerdotes y a veces obispos, cuya misión era elevar el espíritu de los niños y darles ejemplo de la dignidad, de la lealtad, del dominio de sí, de la castidad!
?Eso?? concierne decenas de millares de victimas en el mundo, desde los Estados Unidos hasta Alemania, desde Canada hasta Francia e implica centenas de sacerdotes y decenas de Obispos.
?Eso??, lamentablemente, tambien sucede en otros medios (educativos, sanitario-asistenciales, colonias de vacaciones, etc) y se hace público, cada vez con más frecuencia el insesto que en el interior de los hogares gangrena y destruye bajo la engañosa frase: ?secretos de familia??. Entonces, se dirán algunos ¿por qué reprocharle a la Iglesia Católica estos delitos con tanta vehemencia si en otros medios sucede igual?
Porque en el seno de la Iglesia Católica, en memoria de la caridad enseñada por Jesucristo y los apóstoles y en razón de las exigencias de pureza proclamadas con tanta insistencia por los papas y los obispos se habría debido tener una más alta idea (más que en cualquier otro sitio) de la dignidad de los seres humanos. Se habría debido respetar (más que en cualquier otro sitio) a los niños. Se debería haber practicado el examen de conciencia, la confesión y el arrepentimiento que se exige a los pobres pecadores. Hasta hace muy poco tiempo no se había visto nada de esto.
Los dramas se desarrollaron bajo una pesada chapa de silencio. Ante el prestigio de las autoridades eclesiásticas las víctimas ni siquiera tenían la sacrílega idea de quejarse. Cuando se arriesgaban a una confidencia o a una protesta, los padres o autoridades responsables se encargaban de mandarlos a la porra, tratándolos de viciosos y mentirosos.
Se tuvo que esperar por lo menos 30 o 40 años para que esos niños una vez convertidos en adultos estropeados, hablasen. Y desde ese momento nadie los ha callado.
En 1985, en los Estados Unidos, un sacerdote católico, el padre Thomas Patrick Doyle, destapó por primera vez una mínima parte del escándalo, dirigiendo a la Conferencia Episcopal, un reporte detallado (92 páginas!) sobre los abusos cometidos por miembros del clero norteamericano. Algunos Obispos sacudidos por todo esto, decidieron ser mas vigilantes, sin embargo la consigna siguió siendo la discresion.
Ocho años mas tarde, también en estados Unidos, un sacerdote, Edward Pipala, fue condenado por violaciones a repetición de decenas de menores. Bajo la presión de la opinión pública, la conferencia Episcopal americana crea una comision de estudio y publica una serie de directivas para suspender a los culpables.
En 1995, como ya se ha visto, estalla en Austria el primer escándalo que atañe no solamente a simples sacerdotes, sino al mismisimo Cardenal Arzobispo de Viena, Hans Hermann Groër; desde esta fecha las acusaciones siguen lloviendo y son cada vez mas graves. En Canadá millares de amerindios que estuvieron internados en colegios religiosos, atacaron los gobiernos y las iglesias por ?maltratos, abuso sexual y genocidio cultural??. La Iglesia Catolica que en 1945 tenia 45 de los 76 internados de la region, en 2008 debió pagar no menos de 79 millones de dolares canadienses a las víctimas. El mismo año en Australia, se cuentaron 107 sacerdotes condenados por los tribunales y en 2010 en Francia 9 sacerdotes están en la cárcel y 45 han cumplido su pena.
Sin embargo el escandalo más grande ha sido el que salpicó en 2005 los Legionarios de Cristo. Movimiento creado en 1941 por el sacerdote mejicano Marcial Maciel Degollado. Realiza seminarios llamados ?leaderships training programs?? para dirigentes, y propone a los Obispos, especialmente europeos, ?programas de evangelización?? con laicos venidos de la America Latina, especialmente formados para enfrentarse al público tanto en la calle como en pequeños comercios.
Esta congregación está presente en todos los continentes y rivaliza en importancia, en medios financieros y en influencia con el Opus Dei y se enorgullece de tener no menos de 45.000 laicos comprometidos en su asociación-hermana ?Regnum Christi??, asi como tambien 700 sacerdotes y cerca de 2000 seminaristas en todo el mundo. Como el Opus Dei, este movimiento ha construido universidades (9 en Mexico y 2 en Roma), un centro de Bioética (en Roma) e innumerables colegios en America Latina, Estados Unidos, Francia y España.
Juan Pablo II mucho apreciaba a los Legionarios, tambien llamados Millonarios de Cristo, debido a la posesión de enormes medios financieros. Fueron ellos quienes organizaron varios de sus viajes triunfales a Mexico. Este grupo conforma, como diría Staline, numerosas y poderosas divisiones.
En febrero 2003, con motivo del 62 aniversario de este movimiento el Soberano Pontífice recibió en audiencia en San Pedro de Roma a millares de legionarios conducidos por su jefe Marcial Maciel. (Se advierte que desde los años cincuenta ya habían llegado al Vaticano denuncias por abuso de menores contra este sacerdote).
A Juan Pablo II le faltaron palabras para elogiar tan fructífera misión y tan aguerrido conductor. El año siguiente, 30-11-2004, la Santa Sede festejó fastuosamente los 60 años de sacerdocio del Padre Maciel. Los cumplidos del Papa, las numerosas fotos que lo muestran casi en sus brazos, las reverencias de los prelados presentes en la ceremonia seguramente le permitieron imaginar una inmunidad eterna y una revancha sobre todos los envidiosos que habían obstaculizado su camino… Desde hacía más de cinco años reposaba en el escritorio del Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un expediente abrumador contra el fundador de los Legionarios de Cristo… Relataba la historia de un cura mexicano y el recorrido de un ambicioso sin escrúpulos, de un perverso sexual, de un formidable estafador.
Maciel, hijo de un terrateniente, nació en 1920 en el seno de una familia muy católica de once hermanos. Su infancia transcurrió en un Mexico galvanizado por una guerra civil (1926-1929) que oponía campesinos católicos y un estado anticlerical. Marcado por el recuerdo de las persecuciones religiosas el joven Marcial entra al seminario. Según la leyenda, escrita por él mismo, el día de la fiesta del Corazón de Jesús del año 1936, habría tenido la inspiración divina de fundar una comunidad de misioneros para reconstruir la Iglesia. Fundación que realizará inmediatamente después de su ordenación sacerdotal a los 21 años.
Gracias a innumerables donaciones (a veces de orígen dudoso) el Movimiento creció rapidamente y ya bajo el pontificado de Pio XII lo vemos confortablemente instalado en Roma. Pero en 1956 un seminarista ?Legionario?? escribió a su obispo para denunciar las conductas ?fuera de lugar?? y la adicción a las drogas del Padre Maciel. Las acusaciones son suficientemente explícitas y graves como para que el Vaticano ordene una ?Visita Apostólica??, es decir una encuesta. A pesar de las dudas expresadas por los investigadores, Maciel fue disculpado. Continua su ascención bajo Juan XXIII y Pablo VI. Este último le confia una prelatura territorial y felicita los legionarios de ser ?combatientes del nombre de Jesús??.
Pero es con la llegada al papado de Juan Pablo II que Maciel alcanza su apogeo. Organizador de los viajes del papa a Mexico, allí triunfan los dos, suscitando nuevas adhesiones y una avalancha de donaciones. Maciel se tornó indispensable, ¿no le pidió el Santo Padre que lo acompañara en 1992 a la Conferencia de Obispos de la América latina?
A pesar de estos triunfos, numerosas acusaciones provenientes de seminaristas y ex-sacerdotes mexicanos, siguieron llegando al Vaticano. En 1997 es evidente que ya no se puede seguir tapando el escándalo; un testimonio es publicado en el periódico estadounidense, The Hartford Courant. Ocho miembros de la ?Legion?? afirman haber sido abusados sexualmente por el ?temido?? Padre Maciel cuando contaban tan solo entre diez y quince años de edad. Los expedientes se acumulaban sobre el escritorio del Cardenal Ratzinger quien presionó a Juan Pablo II para que interviniera. Todo en vano, pues para el Papa nunca llegó el buen momento y ¿cómo cortarle las alas a un movimiento donde, en plena descristianización de occidente, florecen, casi milagrosamente las vocaciones sacerdotales y envía a Europa Evangelizadores para la ?operación reconquista?? iniciada por él?
Habrá que esperar hasta que Juan Pablo II esté ya muy debilitado (2005) para que el Cardenal Ratzinger envíe a Mexico el obispo maltés, Charles Scicluna, para audicionar los testigos. Lo que el enviado del futuro Papa reporta fue aterrador. Al año siguente (2006) Ratzinger convertido en Benedicto XVI apartará discretamente la molesta figura de Maciel quien morirá algunos meses después en los Estados Unidos.
Pero el escándalo no termina allí: en febrero 2009, el New York Times revela que Maciel habría tenido, además de todos esos jovenes amantes, una querida con la que habría tenido una hija. A finales de agosto del mismo año la prensa mexicana reveló la existencia de otra mujer, madre de tres hijos. En marzo 2010, estos hijos denunciaron las violaciones que su ?célebre e infame padre?? les había infligido.
Se descubre también que el Padre Maciel acumuló, de manera oculta, una fortuna considerable gracias a su influencia en el Vaticano y sus muy probables relaciones con un cartel de la droga.
Cansados de resistir, el 25 de marzo 2010, los dirigentes de la Legión se ven obligados a admitir publicamente las acusaciones de abusos sexuales sobre seminaristas menores perpetrados por su fundador. ?Pedimos perdón ?imploran ellos- a todas las personas a las que no supimos escuchar porque nunca pudimos imaginar tales comportamientos??.
La Santa Sede tratará de concluir el escándalo con un comunicado fechado 1° de mayo 2010: ?Los comportamientos muy graves y objetivamente inmorales del Padre Maciel fueron confirmados por testimonios incontestables. Muchas veces son verdaderos delitos y demuestran una vida sin escrúpulos ni verdaderos sentimientos religiosos;??
Mientras tanto el fuego se propagó a los dos lados del Atlántico. En los Estados Unidos se hace pública la noticia de que un sacerdote, el Padre Lawrence C. Murphy, habría abusado entre 1950 y 1974 de no menos de 200 niños escolarizados en institutos para sordo-mudos. Tres obispos lo sabían, Joseph Ratzinger también. Ni siquiera le llamaron la atención.
Este nuevo escándalo estadounidense estalla en el preciso momento en que el papa Benedicto XVI acababa de aceptar la demisión del obispo irlandés John Magee, antiguo secretario particular de Pablo VI y de Juan Pablo II, implicado también en abusos sexuales de menores. Ya se sabía que la Iglesia Católica Irlandesa había protegido más de un centenar de sacerdotes culpables de haber abusado, desde los años 1940, menores confinados en hogares para niños en dificultad…
El 19 de marzo 2010 ?triste día de San José- Benedicto XVI convocó en Roma una delegación de la Iglesia Irlandesa. De su voz insegura de hombre viejo y herido les leyó ?esta carta pastoral?? que se dirige a los católicos del mundo entero: ?Queridos hermanos y hermanas…??
Tornándose primeramente hacia las víctimas el papa saludó ?su valentía?? al haber osado hablar de sus ?sufrimientos cuando nadie los quería escuchar??. A los obispos les reprochó sus ?graves errores?? y les ordenó ?colaborar con las autoridades civiles??. Y, finalmente, a la atención de los sacerdotes y religiosos culpables: ?¡Ustedes deberán responder de todo esto delante de Dios-Todopoderoso y delante de los tribunales!?? […] ?Al mismo tiempo que se ha perpetrado un daño inmenso a las víctimas se ha cometido un daño inconmensurable contra la Iglesia y la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa.
Por lo menos el papa insiste en el respeto de las leyes civiles. ¡Eso ya es mucho! No obstante el mal está hecho. Aunque el papa crea que ?el sacrificio redentor de Cristo tenga el poder de perdonar los más graves pecados?? está consciente de que ?estos graves abusos han tenido consecuencias trágicas en la vida de las víctimas y sus padres. Han ensombrecido la luz del Evangelio a un grado tal que ni siquiera siglos de persecusión lograron alcanzar?? ¡Habrá que reconstruir empezando de cero!
Se pudiera pensar que la ?ley del silencio?? frente a estas prácticas y la tolerancia que ha reinado en la Iglesia desde hace mucho tiempo obedece a la política del ?mal menor?? ante los horrores con que Padres de la Iglesia y teólogos han revestido al ?mal mayor??, es decir al sexo.
No se puede entender, de otra manera, que estas abominables prácticas se hayan banalizado y desarrollado con tanta intensidad, en tantos países y, -mucho menos, que hayan durado tanto tiempo -, los mismos culpables pudieron hacer estragos a veces veinte y treinta años en el mismo sitio sin que la Iglesia les llamara la atención.
Como si tácitamente se hubiese instalado en la Iglesia lo que la revista jesuita, La Civilita Catholica, llama la ?cultura de la pedofilia??. Cuando el joven arzobispo coadjutor de Viena, Chistoph Schonbörn, admitió en 1995 que su superior, Monseñor Groër estaba implicado en abusos sexuales de menores, lo hicieron callar.
Cuando el nuevo obispo de Boston, Sean O?Malley, decidió tomar al toro por los cuernos y cerró sesenta parroquias y vendió la sede del arzobispado en el Boston College para poder pagar la friolera de más de noventa millones de dólares a las víctimas, se ganó también la reprobación de los ayatolás del Vaticano. Entre los cuales se encuentra, en primera fila, Monseñor Angelo Sodano, el hombre que fue durante quince años el poderoso Secretario de Estado de Juan Pablo II y durante un año, de Benedicto XVI.
Monseñor Sodano antes de ser llamado a Roma por Juan Pablo II fue Nuncio Apostólico en Santiago de Chile (1977-1988) donde mantuvo estrechas relaciones de amistad con la familia Pinochet. En 1993 después de haber hecho que Juan Pablo II enviara una carta de felicitación y la ?Bendición Apostólica?? a la pareja Pinochet con motivo de sus bodas de oro matrimoniales, Monseñor Sodano declaró: ?Incluso las obras maestras pueden tener manchas; los invito a no mirar las manchas negras, sino el conjunto del cuadro…??
¿Simples ?sombras en el cuadro?? los tres mil asesinados, los treinta y cinco mil torturados y los miles de desparecidos imputados al General Pinochet durante sus diez y siete años de dictadura?
Cansados de los anatemas del poderoso Cardenal Sodano, los arzobispos de Viena y Boston, Schonbörn y O?Malley se decidieron a afrontarlo abiertamente en mayo 2010. En dos entrevistas le reprocharon haber entrabado la limpieza emprendida por el Cardenal Ratzinger contra Monseñor Groër y contra el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel… Lo acusaron, sobre todo, de haber minimizado constantemente la revelaciones de la prensa en Europa y América y de haber, así, causado gran perjuicio a las víctimas y a la Iglesia.
El Cardenal colombiano, Dario Castrillón Hoyos, es otro defensor intratable de la ciudadela sitiada. Prefecto, durante el pontificado de Juan Pablo II, de la Sagrada Congregación para el Clero, está hoy día a la cabeza de la comisión Ecclesia Dei, creada con el propósito de acercarse a los integristas. ?l fue quien propuso a Benedicto XVI en enero 2009 suprimir la excomunión de Monseñor Williamson (obispo integrista que niega la existencia de la Shoa). No contento con esta trastada, Castrillón Hoyos hizo pública en 2010 la carta que le dirigió personalmente en 2001 al obispo de Bayeux y Lisieux en Francia, Monseñor Pierre Pican, hoy día jubilado.
Monseñor Pican acababa, en ese año 2001, de ser condenado a tres meses de cárcel por haber encubierto a uno de sus sacerdotes, el padre Bissey ?condenado a diez y ocho años de cárcel por múltiples agresiones y sevicias sexuales sobre menores. ?Me regocijo, le escibió Monseñor Castrillon Hoyos desde Roma, de tener un colega en el episcopado que, ante los ojos de la historia y de todos los obispos del mundo, prefirió la cárcel antes de denunciar un hijo sacerdote??. Trasmitió copia de esa carta a todas las conferencias episcopales del mundo ?con el fin de animar a los hermanos en el Episcopado en tan delicado asunto??.
¿Animarlos a mentir? ¿A esconder criminales y delincuentes como si fueran cristianos perseguidos? Lejos de interrogarse sobre lo bien fundado de su intervención Hoyos se vanaglorió. En 2010 afirmó en una entrevista a Associated Press haberle mostrado la famosa carta a Juan Pablo II y haberla leido en una reunión en la que se encontraba el Cardenal Ratzinger: el futuro papa también le habría dado su bendición.
Convencidos Schonbörn, O?Malley y algunos de sus colegas que no se puede esperar nada de estos tartufos imbuidos de suficiencia y altanería y queriendo salvar la Iglesia, llaman a una reforma urgente de la Curia Romana y piden, entre otras cosas, que la Iglesia evolucione respecto a los divorciados y se destierre de una vez por todas la ley del silencio y el disimulo en lo tocante a las cuestiones sexuales.
Haberse rodeado de estos personajes en el gobierno de la Iglesia deja mucho que desear del discernimiento y la inteligencia espiritual (la que es un don del Espirtu Santo) de Juan Pablo II. Otros temas, como el sitio de la mujer en la Iglesia, el uso de las finanzas que transitaron a través del IOR hacia Polonia en los primeros años de su pontificado la centralización del poder en la Curia Romana en detrimento de las Conferencias Episcopales, deberían haberse convocado para hacer un balance responsable de la acción de un Papa candidato a la santidad. Que Juan Pablo II haya sido un santo hombre lleno de virtudes y buena voluntad no es suficiente para erigirlo en modelo.
(Información recibida de la Red MUndial de Comunidades Eclesiales de Base)8