Enviado a la página web de Redes Cristianas
Este artículo va resultar un popurri, un cajón de sastre.
Consejos pre-electorales del obispo de Santander, Manuel Sánchez Monge, (Fuentes de Nava, Palencia, 18 de abril de 1947). Este señor obispo no ha llegado hasta las páginas impresas de los medios solo por los consejos ofrecidos oficialmente a sus fieles sobre los criterios, se supone que cristianos, pero presentados generalmente con la etiqueta de «doctrina moral de la Iglesia». Escribo «oficiales» porque fueron presentados en la carta pastoral semanal del obispo, y en alguna de las homilías de la semana previa a las elecciones.
Pero, como digo, no ha sido este tema de los consejos el único que ha disparado la notoriedad mediática del prelado palentino de Santander, pues las «Juventudes Cristianas» de la diócesis ya habían censurado previamente al señor obispo por ser el patrocinador de cursos para «homosexuales» que voluntariamente acuden a los mismos, y que «la Iglesia acoge sin hacer distinciones», en respuesta del obispado, sin alertar a los feligreses que este tema tan vidrioso se puede convertir fácilmente en delictivo, según las directrices que se den en cada una de las comunidades.
En Madrid, por ejemplo, esos cursos son delictivos. Otra información, como mínimo chocante, y que ha dado publicidad sospechosa al señor obispo, es que uno de los miembros del Consejo Económico Diocesano era el segundo de la lista de VOX en Cantabria para el Congreso de los diputados, si bien este partido no ha conseguido ninguna representación en la autonomía montañesa. Pero con ser estos últimos asuntos verdaderamente serios, estando envuelto en ellos un obispo, me parece mucho más grave, y de obligada denuncia, la irresponsabilidad con la que no solo el obispo de Santander, sino otros varios, invocan como «doctrina moral de la Iglesia» temas y comportamientos que no han sido regulados por ninguna palabra de Jesús, y que, por tanto, no aparecen para nada en los escritos del Nuevo Testamento,
Así como no insisten en otros relevantes en la enseñanza del Maestro, como la doctrina y justicia social evangélicas, que debería ser tema crucial a tener en cuenta por las conciencias de los votantes cristianos.
Hay más causas que la «disgregación» del voto de las derechas para la debacle del PP. Una de esas causas que están destacando algunos periodistas y pensadores libres, y bastante objetivos, es que el principal inspirador de Pablo Casado, presidente actual del PP, Don José María Aznar, o está realmente desinformado y desubicado de la realidad española de hoy, o ésta le ha sobrepasado y zarandeado ominosamente.
No se puede apelar a la mentira, la calumnia, y la exageración en una sociedad que, con las redes sociales, se puede intoxicar fácilmente, pero también pueden ser descubiertos, desechados, renegados, y opuestos argumentalmente a noticias, éstas sí ciertas, con sentencia judicial inclusive, situación en la que salen muy mal parados los que ponen a todo trapo el ventilador, para esparcir unos detritos que, o son inexistentes, o exagerados hasta el vómito. Ejemplos: denominar al Presidente del Gobierno de traidor, golpista, «con las manos manchadas de sangre», felón, acusaciones que cualquier ciudadano, por lerdo e ignorante que sea, percibe como los mayores delitos que puede cometer un servidor público. ¿No han descubierto ni Pablo Casado ni el señor Aznar, que la actual sociedad española, madura y democrática, no iría dejar pasar tales desatinos sin un castigo correspondiente, justo y duro?
Pues por lo que hemos oído de la autocrítica realizada en el Congreso poselectoral celebrado esta misma mañana, del día 30 de abril, los miembros de la ejecutiva del PP no parecen haber captado que el modo agresivo, combatiente, ofensivo y aguerrido, tan propio de los días clásicos de Aznar, en el que vale todo para desautorizar al adversario, incluidos bulos y mentiras, cuanto más gruesas y graves, mejor, no solo no ayuda al propósito de minar la credibilidad del adversario, sino que funciona, como hemos visto en estas elecciones, como bumerang que castiga al que propala esas calumnias, porque el electorado del siglo XXI, por lo visto, y ¡gracias a Dios!, no acepta, de ninguna manera, que el fin justifique los medios.
Algunos medios de Comunicación son también responsables de la transmisión y propagación de los bulos, mentiras y verdaderas barbaridades propaladas en la última campaña electoral.
He escuchado esta misma mañana, en el programa televisivo «Las mañanas de la uno», cómo varios tertulianos señalaban la fuerza que han tenido las redes sociales en la propagación, por guasap, de bulos, invenciones estrambóticas, y mentiras, que al ser muchas veces proporcionadas por personas parientes, amigas o conocidas, como es característico de este modo de comunicación, carecen de ese muro de contención que puede, y suele proporcionar, de algún modo, la prensa profesional. Y me ha sorprendido, grande y significativamente, que ninguno de esos tertulianos, todos ellos periodistas de profesión, no señalara que no era necesario ese circunloquio, del guasap como fuego amigo, para explicar la facilidad y multiplicación de ese tipo de informaciones, contrarias a la más mínima ética deontológica del periodismo.
Quiero decir con esto que el grueso de las informaciones comprometedoras, y falsas, de políticos candidatos a puestos electivos no procedían de esa comunicación casi familiar y coloquial, sino directamente de políticos adversarios, repetidas y propagadas por medios de comunicación.
Tenemos el ejemplo inequívoco y claro del debate del día 23 en la Sexta, en el que el presidente del Gobierno, grave y solemnemente, aseguró que jamás él había pactado o aceptado, con los separatistas catalanes, ningún tema contrario a la Constitución. A lo que el señor Albert Rivera, con modos nada elegantes, sino casi despreciativos, arguyó que «cómo se atrevía el señor Sánchez a hacer esa afirmación cuando era de todos sabido que lo contrario era la verdad», en cuya respuesta observamos cómo es real y verídica la afirmación de «calumnia y miente, que algo queda», y cómo, en el cuerpo a cuerpo electoral político se puede mentir con tamaña tranquilidad. Y tengo que afirmar también que, en la vorágine de programas radiofónicos y televisivos preelectorales, ni una sola vez he oído a ningún periodista exigir, ante acusaciones de muy grueso calado, perpetradas por candidatos a las elecciones generales sobre otros colegas, ninguna prueba ni siquiera aproximada de tan graves acusaciones.
Y los periodistas tienen que recordar, y admitir, que esa desidia en el conocimiento de la veracidad de acusaciones graves, muchas veces de verdaderos delitos, (¿o no son delitos la traición, el golpe de Estado, las manos manchadas de sangre, la felonía, que pueden merecer un aviso a la fiscalía general del Estado?), les hace también cómplices de ese maltrato a la justa fama que todo ciudadano honesto merece. Harían muy bien nuestros periodistas si demostrasen, en su día a día, que no sólo no son responsables de la crispación y agresividad de nuestras campaña electorales, sino que no colaboran con ese estado insufrible de falsedad, y que su deontología profesional está por encima de cualquier otro interés o simpatía.