Reflexion 7. Asamblea eclesial de Chile: el desafío del malestar social y la exclusión -- Agustín Cabré

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elcatalejodelpepe

La Asamblea detectó con gran desafío para la iglesia católica el hecho de que existe un malestar social generalizado en el país, agravado por la situación de exclusión de una parte de la población.
Frente a esta realidad fijó como criterios pastorales la necesidad de ser una iglesia dialogante, servidora y comunitaria. A partir de esos criterios esbozó también las líneas que darán marco a las acciones concretas.

Esas líneas son 1) la inserción en las comunidades humanas para comprometerse con su vida y sus aspiraciones de transformación; 2) la revisión de los procesos formativos buscando más fraternidad, dialogo, respeto y participación; y 3) el establecer redes con los actores sociales más allá de la misma iglesia y que estén comprometidos con la erradicación de las causas del malestar social y la exclusión.

Veamos. Que existe malestar social y exclusión es evidente. Está en las calles. En las organizaciones populares. En el pensar y hablar ciudadano. No solamente un malestar por leyes injustas o por situaciones puntuales como podría ser la demanda estudiantil que presiona a su modo por el fin del lucro en la educación, o las protestas de los pescadores artesanales por la pérdida de sus accesos al mar, o el clamor de asociaciones y grupos que exigen respeto a los derechos de las minorías. Ni tampoco por el costo que está teniendo la recuperación de todo lo que se ha robado desde hace 150 años a la nación mapuche.

No; el malestar es más hondo, más generalizado, más estructural. Responde a una realidad más grande y perversa. En el país se acrecienta cada año la brecha económica entre los que subsisten y los que dominan, entre los que medran y los que quedan excluidos. Existe desprestigio de las instituciones que fueron garantes de la vida republicana, aún con todas sus pifias. Ahora están desacreditadas.

El mundo político con sus oscilaciones de conveniencia para mantener cuotas de poder; las fuerzas armadas que ven que no les bastará cien años para recuperar el sitial desde donde cayeron en mala hora; la banca y la gran industria que continúa en sus malabarismos para acrecentar sus bienes a costa de personas y paisajes; los medios de comunicación masivos controlados por depredadores de la información veraz, la cultura digna y la formación de criterios sanos; la iglesia católica que da manotazos perdidos al sentirse herida en el corazón mismo de la decencia por los escándalos sexuales; hasta los clubes deportivos, respaldados por la pasión de multitudes que gritan groserías a los árbitros como una buena catarsis colectiva, y que antiguamente eran eso, clubes deportivos, hoy día han caído en las garras especulativas de centros de poder económico que venden, compran en el mercado a los profesionales de las pelotas como si fueran solamente mercadería.

Hemos vuelto al cabo de cien años a la expresión que el político radical don Enrique Mac Iver lanzó a la cara del país: ?no somos felices??. Lo decía cuando triunfos guerreros habían dejando en manos de los empresarios extranjeros y sus yanaconas nacionales toda la riqueza minera, empezaba un nuevo siglo preñado de esperanzas, en fin, se vivían ?los locos años?? de los que habló el historiador Gonzalo Vial. Pero no éramos felices. Tampoco ahora. Ese malestar visceral que nos amarga debe ser atacado en sus causas. Y la iglesia católica, debe ser parte de la solución si se suma a la indignación sin quedarse mirando por la ventana.

Para ello debe afianzarse en las fuentes de su propia espiritualidad, robustecer su dinamismo interior mediante la convicción y la consecuencia, y salir fuera de sus templos. La Palabra que debe anunciar y proclamar al mundo no puede quedarse encerrada en las vitrinas. Cristianas y cristianos están llamados a sumar esfuerzos en las luchas por revertir un estado de cosas que reclama su derecho a mejorar como nación. Así resulta que es más importante integrar las juntas vecinales que los grupos parroquiales, las organizaciones de base más que las cofradías, las marchas estudiantiles y sindicales más que las procesiones.

Pero poara esto se necesita una conversión de la mente y del corazón. Estamos demasiado acostumbrados a la rutina de la fe. Tenemos la pólvora mojada. Ni siquiera nos causan extrañeza ciertos acostumbramientos piadosos que hoy día debieran ser chocantes. Pongo un ejemplo: hace pocas semanas atrás se tuvo en las calles principales de Santiago la procesión llamada del Corpus Christi (el cuerpo de Cristo). Mucha gente, bandas de música, alfombras de flores, el clero vestido con sus mejores botones, un par de arcos triunfales. No era para menos: la veneración del cuerpo de Cristo en su presencia real en la hostia consagrada, merece eso y mucho más.

Pero pienso que la manifestación de fe podía haberse realizado en el estadio Víctor Jara donde se tapaban con unas mantas cientos de pobres, es decir, allí donde estaba la presencia real Cristo en los cuerpos acalambrados por el frío del invierno de aquellos en los que Cristo se hace presente de un modo tan sagrado como en la eucaristía. Porque el mismo Jesús que dijo tomando en sus manos el pan ?esto es mi cuerpo??, fue el que dijo ?yo estaba desnudo, enfermo, necesitado, y me fuiste a socorrer??.