Para quienes han sido educados en una idea rigurosa de la religión, en la que la vida profana era un valle de lágrimas que había que atravesar, no sólo para alcanzar la gloria, sino para no caer en el infierno… Para quienes les fue representado un Dios capaz de castigar con penas infinitas, arbitrario, dispuesto a ayudar a unos sí y a otros no; infantil, en cuanto la salvación o condenación dependen del cumplimiento o no de algunos ritos formales…
Para quienes esa imagen empieza a significar un estorbo, no porque impidiese hacer cosas, sino porque impedía ser honrado consigo mismo y tener que creer cosas increíbles e incompatibles con la inteligencia…..
Para todos ellos es necesario descubrir un nuevo concepto de Dios. Un Dios que crea por amor, única y exclusivamente por amor, que crea no buscando gloria y alabanza, que crea un mundo dotado de autonomía, que no cambia las leyes de la naturaleza a su antojo, que otorga una libertad sin limites al ser humano, un Dios justo y generoso que impulsa, sostiene y promueve toda la creación, un Dios que ante todo es amor y que no sabe, ni quiere, ni puede hacer otra cosa, más que salvarnos.
La visión anterior ha conducido en muchas ocasiones al abandono de ese Dios por sentirse incompatible con ?l, pero ello también ha dejado cicatrices que ensombrecen la alegría de la libertad conquistada al sentirse liberado de esa imagen incomprensible.
Son muchas las verdades que los cristianos afirmamos sin acabar de creernoslas. ¿Qué madre puede creer que su hijo recién nacido esté en pecado mientras no sea bautizado? ¿Quién es capaz de pensar que Dios castiga durante miles de años a millones de seres por un pecado de sus ?primeros padres??? ¿es concebible que Dios pueda exigir la muerte violenta de su Hijo para perdonar los pecados de la humanidad? ¿En que cabeza cabe que un Dios que es amor castigue con tormentos infinitos por toda la eternidad, por faltas cometidas en el tiempo, a hombres y mujeres infinitamente más pequeños?
El vocabulario cristiano está lleno de frases, imágenes y conceptos, que hoy en día son literalmente inaceptables y ello introduce la sospecha; se cree, pero se duda que las cosas puedan ser así; se duda, pero no se osa preguntar; se pregunta y no hay respuestas claras. La creencia se mantiene por rutina, por convencionalismo, por si acaso e incluso, por miedo.
Lo cierto es que estamos ante una de las mutaciones más profundas en la historia de la humanidad. El cristianismo, con su gloria por la hondura y fecundidad de las experiencias que promueve y con su carga, porque esas experiencias han sido traducidas en un marco cultural que hoy pertenece al pasado. La experiencia de fondo continúa siendo la misma, pero ha cambiado el panorama en que se expresaba. Por ejemplo en un mundo no geocéntrico, en donde no hay ni arriba ni abajo, ya no es posible tomar al pie de la letra el pasaje de la Ascensión de Jesús al cielo, por la sencilla razón de que no hay ningún cielo adonde subir.
Igualmente, Galileo no podía, aunque quisiese, aceptar que era el sol el que giraba alrededor de la tierra, porque él con su telescopio y estudios había comprobado que era la tierra la que se movía. Por otra parte, los cardenales de la Curia, tampoco podían ceder, pues ellos no habían tomado conciencia del cambio cultural y si querían defender la fe, debían condenar a Galileo, pues pensaban que este, al intentar traducirla a un nuevo marco cultural, lo que hacía era negarla.
Hoy en día vemos que hay que distinguir entre la fe y su traducción e interpretación en el muevo contexto cultural y que la interpretación bíblica debe ir adaptándose a los nuevos conocimientos y que ninguna posición científica debe convertirse en articulo de fe de la Iglesia católica.
Cierto es que se han realizado esfuerzos en la actualización en algunos aspectos, pero hay que asumir que quién dice a, debe llegar a decir z, pues muchas veces se dice a, pero no se pasa de la c, de la d, o de la m.
Todo cambio supone una desacralización respecto de formas anteriores y debe hacerse con delicadeza en ciertos temas, pero también con valentía, pues el cambio es inevitable si se quiere mantener la fe como experiencia viva y no como un fósil del pasado.
Las palabras tienen su significado en su contexto, pero cambiado este, pierden aquel e incluso pueden llegar a significar lo contrario de lo que pretendían. Los conceptos teológicos nos llegan desde su origen a una distancia de más de tres mil años y de dos mil en el caso del Nuevo Testamento y su elaboración en los primeros siglos de nuestra época (Padres de la Iglesia) y posteriormente en la versión escolástica medieval, es decir setecientos años atrás.
En la lectura bíblica, no es posible prescindir de una conciencia crítica que no niega en absoluto la justificación de los conceptos en el contexto en que nacieron, pero que hoy adquieren un significado distinto.
Hablar del castigo de Dios con el infierno, hace aparecer a Dios como señor que premia por el servicio prestado o penaliza por el omitido y da la imagen de venganza divina. Los esfuerzos posteriores del perdón incondicional.el amor gratuíto, etc. llegan tarde porque lo que ha quedado fijado es lo primero y por otra parte así se refuerza la idea de la confesión, con la penitencia como precio o castigo que hay que pagar.
No queda más remedio que cambiar las palabras y modificar los conceptos y si no es eso lo que se quiere decir, mejor no decirlo y buscar expresiones adecuadas. Todo ese cambio debe implicar un profundo respeto por el pasado, porque rechazar esas expresiones hoy, no significa negar que tuvieran validez en su tiempo, ni siquiera que lo tengan aun en un segundo o tercer nivel de reflexión.
?Es lo que pensaba, pero no me atrevía a decirlo??, es frase muy corriente que expresa ese desconcierto y temor de muchos cristianos. Un cristiano adulto, tiene el derecho y el deber de pensarlo todo y de buscar una formación que le permita una maduración en su fe y colaborar en una tarea que es de toda la Iglesia: la proclamación del mensaje evangélico.
Todo ello nos conduce a revisar a fondo el estilo de concebir y vivir la religión que no puede concebirse como un desdoblamiento del creyente, con una vida profana igual a la de los demás y por otra, una vida religiosa superpuesta a la profana, con mayor o menor influencia sobre ella.
Así se crearían dos esferas de intereses: la de Dios y la del hombre.
La primera conduce a la percepción de un Dios que es el señor, que impone mandamientos y que en consecuencia, premia si se cumplen y castiga en caso contrario; aunque también perdona en determinadas condiciones: arrepentirse, confesarse, cumplir la penitencia y tal vez la posible ?pena temporal?? (¿)en la otra vida. También concede favores a unos sí y a otros no, gratuitamente o a cambio de algo; por eso conviene pedirle con ofrendas y misas y buscar intercesores de distinto rango y especializados en diversas necesidades.
Por lo que se refiere a la esfera humana, se supone que los hombres y mujeres tienen intereses propios que no son los de Dios; por eso se le pide ayuda y protección o se le agradecen cuando se consiguen. Además como ?nuestros intereses?? no siempre coinciden con los de ?l, hay que saber renunciar a muchas cosas por o incluso a favor de Dios, llegando en el extremo de esta lógica a que la afirmación de Dios coincide con la renuncia total sí mismo; y en este sentido se interpretan frases como:??cargar con la cruz??,??negarse a sí mismo??, o ?perder la propia vida??.
Todo ello induce a que Dios aparezca para muchos como un enemigo de la vida humana, como amenaza para su autonomía e impedimento para su realización.
?Para enriquecer a Dios, debe empobrecerse el hombre; para que Dios sea todo, el hombre debe ser nada??, dijo Feuerbach. Está claro pues, que hay que rescatar y mostrar el verdadero rostro del Dios cristiano, un Dios entregado por amor, que no tiene otros intereses que los nuestros; que no sabe comerciar con nosotros, porque ya nos lo ha dado todo y que no niega nuestro ser porque su presencia consiste en afirmarlo y promover su libertad.
Porque somos hombres y no Dios, no comprendemos, no acabamos de creer, en ese amor loco, en ese Dios chiflado por el hombre, pero si alguna expresión puede ayudar a entenderlo, están las palabras de una joven madre ante el nacimiento de su hijo: ??Ahí es donde se da la creación. Cuando abrazo por primera vez a mi hijo, comprendo por qué Dios creó el mundo: por amor, no hay otra definición posible??.
?Cuando se dice que Dios es amor, se dice algo grande y verdadero Pero carece de sentido comprender esto, como simple determinación, sin analizar lo que es el amor. Porque el amor es un diferenciar entre dos que ,sin embargo, no son simplemente diferentes entre sí .El amor es la conciencia y sentimiento de existir fuera de mí y en el otro; yo no poseo mi autoconciencia en mí, sino en el otro; pero este otro en la medida en que él está a su vez fuera de sí, tiene su autoconciencia en mí. (Hegel)