Si Antonio María Rouco Varela, el gran jefe de la Iglesia católica española y el Papa Benedicto XVI hubieran tenido un mínimo conocimiento de la historia contemporánea de España y, más concretamente, de Euskadi, tal vez se habrían ahorrado el bochorno –y el escándalo- de la rebelión a bordo que protagonizan estos días los curas guipuzcoanos, según hemos publicado en El Plural. El 77 por ciento del clero de Guipúzcoa ha firmado un comunicado criticando el nombramiento como obispo de José Ignacio Munilla. Mayoría abrumadora y altamente significativa.
Pero como la osadía del cardenal Rouco Varela no conoce límites a la hora de designar obispos a capellanes integristas, conservadores de capa y espada y partidarios sin complejos del PP o de la extrema derecha, la reacción de los sacerdotes guipuzcoanos de a pie ha sido tremendamente espectacular. Por otra parte, su escarceo por la historia –si es que el presidente de la Conferencia Episcopal Española se ha tomado la molestia de llevarlo a cabo- mucho nos tememos que lo hayan conducido historiadores farsantes como el cavernario Pío Moa y otros revisionistas. En todo caso, lo cierto es que la operación de limpieza nacionalista de prelados vascos se ha vuelto como un boomerang contra los jerarcas eclesiásticos, incluido desde luego el Papa.
Primavera de 1937
Veamos cómo eran los clérigos vascos en la primavera de 1937, menos de un año después de la sublevación militar del 18 de julio de 1936. Quien lo narra es Claude G. Bowers, periodista y embajador de EEUU en España, al que hemos citado en varias ocasiones por su clarividencia y su respeto por la II República, que Franco liquidó a bombazos con la ayuda bélica de Hitler, Mussolini y Salazar. Bowers escribió en su libro Misión en España lo siguiente, que reproducimos a continuación.
Con los leales“Los sacerdotes vascos (…) –sostiene Bowers- tienen una simpática comprensión de su pueblo, se introducen íntimamente en las vidas de sus feligreses como consejeros y amigos (…), se mezclan con entusiasmo en sus diversiones, compiten con ellos en sus juegos de pelota. Cuando estalló la rebelión, los vascos se alinearon inmediatamente con los leales. Sus iglesias continuaron funcionando como antes; sacerdotes y monjas se paseaban por las calles libremente; se oía misa como se oyó durante siglos (…) Esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían que los moros y los nazis estaban luchando por salvar a la religión católica del comunismo”.
Quince sacerdotes vascos
Rouco Varela y su mayordomo principal, el obispo Martínez Camino, han beatificado -con el beneplácito del Papa actual y del anterior, Juan Pablo II- a miles de católicos, sacerdotes, monjas y seglares, asesinados en su mayoría por milicianos y anarquistas incontrolados. Han subido las víctimas a los altares como mártires de su fe. Pero, en cambio, la Iglesia católica se ha negado a reconocer como mártires y, por ende, como santos, a quince curas vascos asesinados por los militares golpistas.
Ningún riesgo
El que fuera embajador norteamericano en Madrid puntualiza que el 22 de diciembre de 1936, José Antonio Aguirre, presidente del Gobierno autonómico vasco y católico practicante, “había expresado su asombro y pena ante el hecho de que la jerarquía española no hubiese formulado ninguna protesta contra la ejecución de sacerdotes por las autoridades rebeldes”. Muchos católicos fieles al régimen republicano fueron condenados a muerte y ejecutados por los tribunales de la época, sometidos todos a las presiones brutales provenientes de El Pardo. Otros fueron encarcelados. Por el contrario, los católicos franquistas no corrían, tras la victoria militar del dictador y sus secuaces, ningún riesgo.
Legado básico
Aquellos curas vascos que describe Bowers dejaron a sus sucesores un legado básico que se ha mantenido hasta nuestros días. Incluso el llamado Caudillo tuvo que aguantar que monseñor Añoveros, obispo de Bilbao, le plantara públicamente cara, en febrero de 1974, al haber redactado y difundido una pastoral defendiendo los derechos del pueblo vasco. El presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, decidió expulsar al prelado de España. No lo consiguió.
Una mala pasada
Rouco Varela creyó que podía hacer obispo impunemente a José Ignacio Munilla. Se equivocó por su ignorancia o su desprecio hacia los curas vascos. Tendría además Rouco que recordar la frase histórica de don Miguel de Unamuno, siendo rector de la Universidad de Salamanca, pronunciada el 12 de octubre de 1936, ante un auditorio repleto de golpistas y falangistas, con la mujer de Franco, Carmen Polo, presente: “Venceréis pero no convenceréis”. En el caso Munilla el cardenal Rouco ha vencido, pero no ha convencido. Su soberbia y su seducción por el poder político le han jugado una mala pasada.