Benito XVI, al dirigirse a los creyentes y políticos reunidos en la madrileña Plaza del Descubrimiento, el pasado día 28 de diciembre, propuso como modelo de lo que ha de ser una familia el de la legendaria judeo-galilea, compuesta por Yoshúa, Miriam y Yosef que, según una de las tradiciones cristianas (la que logró consolidarse como ortodoxa), vivió en la Palestina del siglo I de nuestra era.
Refiriéndose a aquella familia, dijo Josef Ratzinger que ?por una parte, es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de confianza en la Providencia, de laboriosidad, de solidaridad, de todos aquellos valores que la familia custodia y promueve, contribuyendo principalmente a formar el tejido de todas las sociedades ?.
Es obvio que no existen datos históricos directos y documentados sobre aquella familia, a la que la tradición católica se refiere como ?Sagrada??, ni se tiene certidumbre alguna sobre su composición real. Los autores de los Evangelios sinópticos – que las iglesias cristianas acordaron seleccionar como ?palabra de Dios?? en el siglo IV de nuestra era – no describen cómo vivía la familia de Yoshúa, ni cómo transcurrió la infancia del que luego sería figura central de una teología trinitaria, ajena a la cultura religiosa judía.
Los Evangelios sinópticos recogen solamente episodios aislados, recibidos mediante transmisión verbal y escritos a partir de la última parte del siglo I, muchos años después de morir Yoshúa. En ellos solamente se menciona a Yosef señalándolo como esposo de Miriam. No se habla para nada de la lógica relación que debería existir entre padre e hijo, ni entre los esposos. Se menciona a los ?hermanos?? de Yoshúa con toda naturalidad, sin referir dato alguno que pueda aportar luz sobre las características de la convivencia en el seno de aquella familia que Benito XVI propone como modelo a seguir.
La moderna investigación, que han ido facilitando los sucesivos descubrimientos de manuscritos (ignorados o silenciados durante siglos) relacionados con el cristianismo de las tres primeras centurias, pone de relieve, para los expertos de las diversas universidades que los someten a examen, que lo menos relevante doctrinalmente – tanto en el magma de creencias del que fueron surgiendo luego los primeros ?dogmas??, como en las enseñanzas atribuídas a Jesús de Nazaret – es la relación de éste con su familia o las características de la misma.
«…es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal…» parece una afirmación más inspirada por la ?fe?? que por la existencia de documentación alguna al respecto. Y en ese sentido simbólico, esa fe es merecedora de todo respeto.
¿Cómo era el amor conyugal que se profesaban Yosef y Miriam y que tan bien parece conocer su Santidad ? Lo menos arriesgado es darle la razón y suponer que, no siendo el marido padre biológico del hijo de Miriam, y aun rechazando que Yoshúa fuera solo el primogénito de sus hijos (lo que parece difícil a los estudiosos modernos), su ?amor conyugal?? se manifestase como en todas las familias de su tiempo y de su cultura.
La mujer y el hombre bíblicos solían contraer matrimonio, respetando diversos intereses posibles del clan familiar, para procrear según manda la Torah hebrea. En el caso de Yosef y Miriam, lo que permiten vislumbrar los muy escasos datos deducibles de las narraciones evangélicas es que se trató, igualmente, de un matrimonio concertado ?desde arriba??. El amor conyugal podría siempre surgir a posteriori.
La unión de un hombre con una mujer embarazada y la asunción de la paternidad por el marido es hoy algo perfectamente asumible y frecuente. No lo era, sin embargo, entre los judíos del siglo I, quienes además no podían aceptar que Jehovah engendrase hijos a la manera de Zeus y de los dioses paganos. Por eso, resulta incongruente que Benito XVI, obviando algo tan evidente, proponga a la que fue una muy extraña familia como modelo para nuestro tiempo. Sólo puede entenderse echando mano de esa fe a la que se recurre para tratar de explicar lo inexplicable.
Si lo que desean los católicos es subrayar, mediante un símbolo, la importancia de la honradez y de la lealtad en las relaciones humanas sobre las que es deseable que se base una familia, bienvenido sea el consejo papal. Si su propósito final es que las leyes civiles de los Estados priven de la capacidad de realizar el amor conyugal a cientos de millones de personas en razón de su configuración sexual, apelando a la ?naturaleza??, debería mostrar mayor prudencia y contemplar la amplia gama de posibilidades que ofrece Naturaleza universal. Desde los caballitos de mar, entre los que es el macho quien pare y la hembra la que fecunda, hasta las vírgenes humanas que paren por la gracia de Dios…
Amando Hurtado es licenciado en Derecho y escritor