Rastreabilidad y transparencia en los delitos pedófilos de eclesiásticos -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Son dos palabras que resumen muy bien la aportación que ha hecho en los últimos días, ayer, exactamente, el cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, (CEA), en la cumbre Mundial Eclesiástica anti pederastia. Viene a declarar que esta rastreabilidad y transparencia no solo no está reñida con los derechos individuales al buen nombre ya a la justa fama, sino que los asegura y reafirma.

El cardenal tuvo que lidiar con un tema peliagudo interpuesto entre la contención, condena, previsión, y justo castigo por un procedimiento penal como consecuencia del delito de abuso , de niños y jóvenes, y la exigida e inalienable obligación de preservar el buen nombre y de proteger los datos personales más íntimos e inenarrables. Y el señor Reinhard lo hizo muy bien, apelando a la necesaria, y útil administración seria y completa en los asuntos decisivos que tramitamos, y que responden a la visibilidad de la comunidad eclesial, y al respeto y cumplimiento de los protocolos de seguimiento y de archivo de conductas, que, aunque sean privadas e íntimas, al ser delictivas, como lo son las prácticas sexuales por abuso de autoridad y de influencia con personas menores de edad, tienen que tratarse documentalmente de modo que se puedan rastrear, y dejar claro los protagonistas de esas conductas, justamente para no ser después injustos con los que no son responsables de esos delitos, y no caer, así, en falsas denuncias, estas sí, injustas y gravísimas.

La conclusión del cardenal es que el único modo de respetar la justa y debida fama de todos los es disponer de una administración transparente, documentada, y escrupulosamente respetuosa con la debida protección de datos, pero no con aquellos que no solo no se deben ni pueden proteger, sino que se deben imperiosamente denunciar a las legítimas autoridades. No se puede olvidar que la persecución y la condena de actos delictivos tienen categoría de actuaciones públicas, y que esta publicidad es una de las pocas compensaciones de las que pueden gozar las víctimas de esos abusos.

En el texto completo del pronunciamiento del cardenal alemán, al que se puede acceder, y leer cómodamente, en Religión Digital, se vislumbra otra queja, tal vez de más calado todavía, si la podemos considerar como causa y fundamento de esos abusos sexuales a menores, inicuos e indecentes. Me refiero a que la administración de la Iglesia se caracteriza, con frecuencia, por una práctica abusiva inherente a la propia administración, que, en palabras del cardenal de Múnich, impele a los clérigos a atentar sin miedo contra los derechos de los acusados. Cuando habría que tener en cuenta que «los principios de presunción de inocencia y protección de los derechos personales y la necesidad de transparencia no se excluyen mutuamente. De hecho, es precisamente lo contrario», aseguró el cardenal. Es decir, que no solo existe el abuso sexual, sino que la jerarquía de la Iglesia hace del abuso del poder una de las patentes de sus actividad. Opinión de la que aunque parezca atrevida y extravagante, muchos que nos hemos movido durante casi toda la vida en el mundo eclesiástico, podemos dar fe, y constatar, que esa opinión no es, para nada, ni atrevida ni extravagante. Las diferentes divisiones territoriales eclesiásticas, -no en lo eclesial, donde lo que hay son asambleas, grupos, comunidades, hermandades, etc.-, se van escalonando como departamentos estancos, de tal modo que fuera de la dependencia vertical de unos sobre otros, que raramente se incomodan, como Santa Sede, diócesis, vicarías, parroquias, etc., etc., el que preside cada uno de ellos ostenta una autoridad individual que, no raramente, se convierte en «autoritarismo clerical», algo que el papa Francisco no se cansa de denunciar como uno de los principales males de la Iglesia.

Se habla mucho en los días de hoy de la importancia de la «sinodalidad», cuando vemos que los sínodos, desde el de Roma, hasta el de cualquier diócesis desconocida, se han convertido en reuniones de carácter puramente consultivo. Lo pudimos ver en los sínodos romanos en épocas de otros papas anteriores, cuyo resultado final lo escribía el Pontífice, o sus escribanos, tiempos después, con la sensación que provocaba el procedimiento del descrédito en la autonomía del sínodo. ¡Y no digamos nada de los sínodos episcopales Por lo que me atrevo a afirmar que el que manda en la Iglesia en departamentos superiores, obispados, vicarías, manda de verdad, y, fácilmente, pierde el miedo de incomodar, o ser injusto con sus inferiores. Cosa que sucede de modo diferente con superiores generales, provinciales, en órdenes y congregaciones de vida consagrada, porque ésta presenta en la Iglesia los mayores índices de democracia que conocemos).