Queiruga: «Comulgar en la misma fe no siempre impone adoptar la misma teología»

0
26

Religión Digital

Breve aclaración sobre Resurrección y escatología
«la interpretación de la Comisión merece respeto, pero no puede presentarse como infalible»
La liturgia de la Iglesia alarga el tiempo pascual. De ese modo ayuda a celebrar e ir asimilando el misterio de la resurrección de Jesús y con la suya también la que nos espera a nosotros y que viven ya nuestros difuntos. Por esa creo que vale la pena continuar la reflexión iniciada en la clarificación anterior.

Las cuestiones se hacen ahora más sutiles y, por fortuna, también menos fundamentales. Lo cual permite una mayor flexibilidad a la hora de la interpretación. Permite al mismo tiempo aclarar algo importante para todo diálogo teológico.

La teología es una ciencia rigurosa, pero no en el sentido de las llamadas «ciencias exactas». Trata de experiencias muy hondas y de carácter trascendental. Y eso significa que escapan al peso y la medida de lo empírico. De ahí que a la hora de interpretarlas las opiniones diverjan entre sí y a menudo se multipliquen en el llamado «pluralismo teológico».

Eso significa que comulgar en la misma fe no siempre impone adoptar la misma teología. Ni en realidad, como con fuerza subrayaba Karl Rahner, sería posible hacerlo, dado el irreductible pluralismo de nuestra cultura. Puede, pues, resultar incómodo en ocasiones, pero no es posible evitarlo, so pena de incurrir en una comprensión acrítica de la fe o renunciar a la honestidad intelectual.

De todo modos, darse cuenta de esto tiene también sus ventajas, porque ayuda a centrarse en lo fundamental y a tomar con mayor tranquilidad lo secundario. Se hace así más fácil evitar la absolutización dogmática de la propia interpretación y ser tolerante y respetuoso con las demás. Toda teología, y desde luego la que yo propongo, cuenta de entrada con este dato. Por eso, igual que reivindico el derecho a proponerla, jamás se me pasa por la cabeza imponerla a nadie.

En la resurrección, asegurado lo fundamental de la fe -que Cristo, él en persona, está vivo y salvíficamente presente a nuestra historia-, prácticamente todo lo demás, siempre que se estudie y exponga con suficiente responsabilidad, pertenece al ámbito del pluralismo teológico.

Quiero recordar que el mismo Benedicto XVI, nada menos que en el prólogo a su Cristología, es decir, al estudio de los misterios más centrales y justo porque lo hace como teólogo, dice algo clara y valientemente decisivo: «Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal ?del rostro del Señor’ (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible».

Con esta intención ofrezco hoy los textos de la Notificación que, desde la resurrección, abordan importantes problemas de la escatología. Sería bueno tener en cuenta que se trata de verdades que están presentes ciertamente en el magisterio ordinario, pero cuya interpretación es discutida entre los teólogos, como puede confirmar un conocimiento medianamente informado de los tratados actuales.

El modo como las interpreta el documento de la Comisión merece respeto, pero no puede presentarse como infalible. A quienes ese modo -que representa una teología determinada- les convenza, ayudándoles a iluminar su fe y a alimentar su vida, están en su derecho a seguirlo. Quienes desde una teología distinta optan por otro modo, porque les parece más acorde con la sensibilidad cultural y la vivencia religiosa actuales, gozan de idéntico derecho. «Para ser libres, nos ha liberado Cristo», dijo san Pablo.

En esta ocasión me ha parecido preferible poner el texto mismo de la Notificación, para que las personas interesadas puedan contrastar directamente el sentido de las dos propuestas, atendiendo a su estatuto teológico. Vale la pena meditarlo con ánimo sereno y espíritu fraterno. (Para facilitar la lectura, introduzco las citas en el texto).

5. Problemas de escatología

22. Respecto a la fe cristiana en la resurrección de los muertos, y apoyándose en lo que explicaba sobre la Resurrección de Cristo, el Autor niega que se deba distinguir entre un estado del alma separada y una resurrección final porque dichas afirmaciones, según él, se basaban en un esquema mítico, cuando en realidad simplemente hay que hablar de una solidaridad de todos los humanos vivos y difuntos: «la dificultad radical nacía de la vinculación de la resurrección con el cadáver, pues entonces el «alma» tendría que esperar al «cuerpo» para poder reestablecer su plena identidad. Al reconocer a la muerte como un tránsito actual al nuevo modo de ser, la dificultad desaparece por sí misma. Por eso el Resucitado está ya plenamente con Dios y plenamente con nosotros […]

Con lo cual se diluye igualmente un problema que fue muy vivo hace tan sólo unas décadas y que, en los términos en que se discutía, hoy nos resulta asombrosamente anacrónico: la discusión acerca del estado intermedio; es decir, de ese «tiempo/no tiempo» en que el «alma» esperaría la resurrección de los «cuerpos» al final del mundo […] Estos símbolos [Parusía y juicio final] vehiculan en efecto un significado fundamental en la experiencia cristiana, pues aluden a la existencia de una incompletud real y de una espera verdadera también para los resucitados.

De entrada, para ellos pudiera parecer anulada por el hecho de que la resurrección sea ya de todos y ya en la muerte. En realidad la verdad de esa espera sale reforzada. Porque al eliminar los esquemas míticos de resurrección general al final de los tiempos, se libera su auténtico sentido: el de una íntima comunión y solidaridad de todos los humanos vivos y difuntos; solidaridad que, fundada en Cristo (cf. Gal 3, 28), recoge en sí el pasado y anticipa el futuro, sin que ni siquiera la muerte sea capaz de romperla» [Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura, Trotta, Madrid 32005, 227-228]. En este sentido el Autor presenta la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos simplemente como una explicación paradigmática de una situación universal[Cf. Resurrección, 229-230].

23. Estas afirmaciones del Profesor Torres Queiruga difícilmente resultan compatibles con la enseñanza de la Iglesia tal como la expuso la carta Recentiores Episcoporum de la Congregación para la Doctrina de la Fe: «3) La Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo «yo» humano, carente mientras tanto del complemento de su cuerpo. Para designar este elemento la Iglesia emplea la palabra «alma», consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición. […] 5)

La Iglesia, en conformidad con la Sagrada Escritura, espera «la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor» (DV I, 4), considerada, por lo demás, como distinta y aplazada con respecto a la condición de los hombres inmediatamente después de la muerte. 6) La Iglesia, en su enseñanza sobre la condición del hombre después de la muerte, excluye toda explicación que quite sentido a la Asunción de la Virgen María en lo que tiene de único, o sea, el hecho de que la glorificación corpórea de la Virgen es la anticipación de la glorificación reservada a todos los elegidos»[Doc. 35, 14.16-17/173 (= Congregación para la Doctrina de la Fe, Documentos 1966-2007)]. Por lo demás, la Resurrección de la carne conlleva la resurrección de esta carne, aunque resulte transformada, como recordó el segundo Concilio de Lyon[Cf. DH 854] y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica[Cf. CCE 1017].

También sobre la cuestión del realismo de la resurrección de la carne se pronunció la Congregación para la Doctrina de la Fe en una Nota sobre las traducción de las palabras «carnis resurrectionem» del Símbolo apostólico: «Abandonar la fórmula «resurrección de la carne» conlleva el riesgo de apoyar las teorías actuales que ponen la resurrección en el momento de la muerte, excluyendo en la práctica la resurrección corporal, en concreto de esta carne»[ Doc. 55, 7/280-281].

24. Respecto a la oración por los difuntos, el profesor Torres Queiruga sostiene que «no celebramos la eucaristía por nuestro hermano difunto, sino con nuestro hermano difunto (igual que no se celebra por Jesús, sino con Jesús)»[Resurrección, 300]. En este sentido rechaza la objetividad de los textos de las plegarias e incluso de los mismos ritos fúnebres: «Verdaderamente, cuando la sensibilidad está medianamente alerta, asombra pensar que podamos tener la ocurrencia de intentar «convencerlo» a él, como si nuestro amor por los difuntos fuese mayor que el suyo o fuese más honda nuestra preocupación por su felicidad.

Es claro que nadie pretende tal enormidad en su intención subjetiva, pero la objetividad de las plegarias y de los ritos procede demasiadas veces como si nosotros fuéramos los buenos, cariñosos y misericordiosos, que están esforzándose por conmover a un dios cruel, justiciero y terrible, a quien conviene «propiciar» por todos los medios»[Resurrección, 302].

25. Sin embargo la Iglesia manifiesta su fe también en las fórmulas litúrgicas, de las que los ritos funerarios no son una excepción, sino más bien un lugar teológico para la escatología[Cf. Doc. 35, 15/173]. El Autor ha mostrado reticencias respecto a la oración de petición, pero la Iglesia ha entendido siempre, siguiendo el mandato del Señor, que este aspecto de la oración también debe cultivarse. En el Catecismo de la Iglesia Católica [Cf. CCE 2629-2633; 2738-2741] encontramos una exposición de este tipo de oración, que no se puede entender como un «intento de convencer a Dios», presentación que supone más bien una caricatura. En realidad, se trata simplemente de alcanzar lo que Dios ha dispuesto que se realice mediante la plegaria[Cf.

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II 83 2], pues, según la providencia de Dios, determinados efectos se realizan con la colaboración de las criaturas, colaboración que incluye las oraciones[Cf. CCE 306-308]. En concreto, respecto al valor de la Eucaristía celebrada y ofrecida por los difuntos, además de la práctica inmemorial de la Iglesia, los Concilios de Florencia[Cf. DH 1304] y Trento[Cf. DH 1743; 1753; 1820] la han enseñado de manera explícita, insistiendo expresamente en su valor propiciatorio. Son, por tanto, verdaderos actos de solidaridad con los difuntos, en la comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica[Cf. CCE 957-958] ha recordado de nuevo esta enseñanza, con una peculiar alusión al Concilio Vaticano II[Cf. LG 50]