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Les ha dicho el ministro japonés de finanzas, Taro Aso, a los ancianos de su país para aliviar la carga fiscal de los japoneses por su atención médica. Escandaloso ¿verdad? Sin embargo, aunque de forma más políticamente correcta, ya nos lo recordó el año pasado el Fondo Monetario Internacional (FMI), advirtiéndonos de que el alargamiento de la esperanza de vida supone un importante riesgo financiero.
Al parecer, vivimos en un mundo contradictorio.
Por un lado, tener una larga vida es considerado como un logro de los avances científicos y del Estado del bienestar y, por otro, se convierte en un grave problema de financiación y sostenibilidad. ¿Para qué nos sirve, entonces, el supuesto progreso económico, cultural y humano de las sociedades modernas, si luego ese progreso no es capaz de ofrecer una digna y dilatada vida a nuestros respetables y poco respetados mayores?
Aunque quizá no debiéramos preocuparnos en exceso por esta cuestión. El dilema económico y ético que presenta el vivir demasiado, ya ha comenzado a resolverse con la política neoliberal de recortes a las clases medias y bajas. Y es que, con el paulatino deterioro del Estado del bienestar y el empobrecimiento general, pronto comenzaran a acortarse drásticamente los tiempos de estancia en este extraño, ingrato y mezquino lugar.
Pedro Serrano Martínez / Valladolid