Qué papel tienen los obispos en política -- Francisco de la Torre

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El Ciervo

La pregunta se las trae. Remitámonos, en caso de duda y como pieza sabia y clarificadora, al artículo de Josep Maria Margenat en el número de diciembre de 2007 de El Ciervo, ?Tres catolicismos??, sobre los diferentes niveles de articulación territorial de la Iglesia en España (romano, español y local). Margenat describía la situación, en lo que a la jerarquía eclesiástica se refiere, de manera precisa: ?la Iglesia española se presenta como un poder que intenta influir en la capacidad política de algunos actores??, ?la institucionalización de la Iglesia española se realiza como un actor político directo??, ?en España es una parte importante del aparato institucional la que baja a la arena como actor político sin mediaciones??.

Mi presupuesto particular sería in dubio pro libertas, y estaría dispuesto a dar un margen de confianza a la conciencia de los jerarcas españoles que pueden creer justificada la convocatoria de actos como el del día de la familia. Pero dicho margen se reduce al mínimo cuando se comprueba que ese recurso a la intervención política directa no es caso aislado y se convierte en la fórmula de institucionalización eclesial habitual. Entonces lo que está justificado es sospechar si esa manera de entender su responsabilidad política (porque tenerla la tienen, como cualquiera de nosotros) no responde más bien a los tics de un pasado demasiado reciente.

Los obispos tienen un papel en la política, entendida en su sentido amplio de construcción y dinamización del espacio público y del bien común. Han de aprender las reglas del juego democrático, enseñando a sus fieles a encontrar su lugar en dicho juego, y ellos mismos, sin
pretensiones de tutelar a la sociedad, podrán entender y ejercer mejor su papel de servidores (¡qué acción política sería el recuerdo de la originalidad revolucionaria de la concepción evangélica del poder: quien manda es el que sirve; quien quiera ser el primero, sea el servidor de todos!).

El mensaje evangélico no conoce otras leyes que las de la caridad ni otra fuerza que las de una Palabra que crea y suscita libertades, no miedos, anatemas o prohibiciones. Y es una lástima que ese mensaje, del cual los pastores de la Iglesia son depositarios y transmisores, verdadera sacudida e incomodidad para nuestras democráticas sociedades occidentales instaladas satisfechamente en el nihilismo, se pierda y se banalice por este intervencionismo político episcopal (Margenat alertaba sobre ?consecuencias graves de orden pastoral??).

Ante la apatía de nuestras democracias, ¿serán capaces nuestros responsables eclesiásticos de ver el verdadero alcance de su responsabilidad política?, ¿serán capaces de movilizar y poner en marcha las energías simbólicas del mensaje cristiano que invitan a trabajar y a esperar juntos por el futuro?, ¿serán capaces de movilizar los recursos intelectuales y espirituales necesarios para insuflar dinamismo en la vida democrática? Y ese es un papel político de primera magnitud, probablemente mucho más que la crítica partidista y la convocatoria de manifestaciones: mantener abierta la trascendencia, señalar el ?lugar vacío??, irrepresentable, no manipulable, que siempre ha de existir en una sociedad que se quiera viva.