Enviado a la página web de Redes Cristianas
Pues lo que hay es pésimo. Amnistía internacional acaba de publicar esta misma mañana un informe demoledor, verdaderamente vergonzoso para los intereses de la autoestima de muestro país. España es el penúltimo de los Estados de la Unión Europea en el porcentaje de vivienda social: es el 1,1%, mientras nuestros vecinos no es que nos sobrepasen, es que nos abruman, nos avergüenzan, nos sacan del todo los colores. España cuenta con uno de los porcentajes de vivienda social más bajos de la UE (1,1%), sólo superado por Grecia y lejos de otros como Holanda (32%), Austria (23%), Reino Unido (18%) o Francia (17%). Verdaderamente, son cifras para el descrédito internacional, por lo menos en lo tocante a la preocupación de nuestros Gobiernos, y a la exigencia de todos nosotros, como ciudadanos conscientes, en el tema de la vivienda digna.
Como todos sabemos, este derecho es uno de los logros constitucionales que apunta nuestra Carta Magna, pero que nuestros gobernantes, economistas y sociólogos deben de considerar como un desiderátum de los ingenuos, y románticos, padres de la Patria. El informe de Amnistía Internacional agrava todavía la información, al añadir que el 30% por ciento de las viviendas vacías de toda Europa se encuentra en España. Esto quiere decir, ni más ni menos, que de cada diez viviendas no aprovechadas como lugar para un hogar o una familia en la Unión Europea, tres se encuentran en España. Y que, además, nos enteramos después, son usadas como inversión y moneda de cambio para futuras operaciones mercantiles.
Traen hoy los periódicos la noticia, ilustrada con imágenes, de cómo cuatro concejales de Cádiz, y su joven e ilusionado alcalde, intentaron ayer parar un desahucio decretado por el juez. Da pena ver a esos ediles bien intencionados ser arrastrados por la policía, ante la impotencia del mismo alcalde de la ciudad, incapaz de otra cosa que no fuera mirar con una triste pena cómo sus concejales eran, en el mejor de los casos, maltratados con una cierta consideración y cortesía. Pero, no nos engañemos, maltratados y vejados. Y da, o por lo menos, a mí me da, rabia, contemplar otras imágenes, de cómo al entrar al juzgado otros políticos imputados por robo, abuso de influencia, apropiación indebida, y otras menudencias, los mismos policías, o por lo menos, con los mismos uniformes, se cuadran reverencialmente al paso de esas personalidades desviadas de su comportamiento cívico, y ético, pero ¿probablemente?, ¡provisionalmente!
Yo no sería capaz de ejercer como juez en estos casos en que, contra toda lógica de la jerarquía de derechos, me viera obligado por una ley nefasta, tan legal como ilegítima, a decretar el desalojo de su vivienda de toda la vida, después de veinticinco o treinta años, a una familia sin recursos, abocada a una situación de exclusión y desespero social, cuando, tal vez, aunque este extremo no siempre se cumpla, el propietario de la vivienda tenga otras cientos o miles para seguir invirtiendo o haciendo dinero. Y esto se cumple religiosamente, cuando la propiedad de esas viviendas vacías recae en un banco, o en una sociedad inmobiliaria.
Esto nos lleva recordar algo que la encíclica «Laudato si'», de Francisco, nos ha recordado, y refrescado, sobre la propiedad privada, esa especie de dogma, ¡que no lo es!, de la sociedad liberal-capitalista. En una frase lapidaria, el Papa nos ha recordado: ?La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada??. Algo que no solo es verdad en el mundo del amor fraterno cristiano, sino en la más mínima y lógica sensibilidad social de una democracia avanzada, y con conciencia social y humana sobre todos sus miembros.