Preguntas radicales -- Andrés Ortiz-Osés

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Preguntar radicalmente suele ser un preguntar sin respuesta, aunque no siempre. Aquí preguntamos radicalmente porque ello es plantear o plantar la interrogación desde la raíz, pero no locamente sino localmente, en este mundo y no en algún otro. Por lo demás, preguntar no delinque, sobre todo si el que pregunta se encuentra también en situación radical. Preguntar es buscar e indagar, abrir y no cerrar las puertas. Y la primera pregunta abierta que formularía sería: por qué la insoportable levedad del ser y por qué la insoportable pesantez del ser, así pues, por qué nos atribulan los extremos, tanto lo leve como lo pesante, tanto el aire paterno como la tierra madre, sin duda por su extremismo o unilateralidad.

Qué pasa pues con el mundo: por qué es bueno y malo, positivo y negativo, amoroso y devastador. En donde el mal y el bien no son solo humanos sino cósmicos o transhumanos, naturales y no solo culturales. Qué clase de dualismo es este, una especie de dualismo unitario y oscilante, ambivalente, que nos desconcierta, como si dentro albergase un daimon o duende ambiguo y extrambótico (con equis), así pues diablesco. Hablar de un Dios de fondo parece bello y arriesgado al mismo tiempo, ya que un clásico Dios omnipotente y bueno sería el vencedor brillante de esta vida, lo que no es el caso por la oscuridad de la existencia.

Pero entonces, si el Dios clásico no está asegurado, ¿qué sentido obtiene el universo y nosotros en él? Vivimos o más bien desvivimos, vivimos o más bien morimos, existimos o más bien dexistimos (con equis). Siempre la equis detonadora de nuestra ignorancia y miseria, connotadora de un deseo insatisfecho de saber algo en profundidad, mientras parece que solo deberíamos pensar en orientarnos. Solo sabemos que no sabemos, al menos lo suficiente para aclarar nuestra situación existencial. Es verdad que el amor se presenta como el principio de la vida, pero también de la muerte, así que su estatuto queda condicionado, aunque jamás extinto.

En la política no es precisamente el amor el que triunfa, sino a menudo el rencor, a causa del poder y el dominio. El dominio de la situación preside una política que a menudo acaba en dominio de dominó, pasando por el rodillo del poder establecido. Uno se cuestiona, al parecer ingenuamente, por qué no se critica por igual el fascismo de Hitler y el comunismo de Stalin, por ejemplo. O por qué se considera bueno el franquismo frente a las república mala, o viceversa, sin recaer en equidistancias, sino en equivalencia política y moral. Los extremos se tocan, pero los extremistas no, tratando de ser puros o puristas de lo propio o apropiado. Mejor sería buscar el medio y el remedio de todo extremismo que nos estremece.

La pregunta por nuestro saber ratifica lo poco que sabemos, y la pregunta por nuestro hacer lo poco que hacemos, al menos a favor de toda apertura y descubrimiento, encerrados como estamos en nuestros opacos laboratorios. Porque además escondemos nuestros progresos y avances, descubrimientos y creaciones bajo el control de una marca o marcaje, de una firma, cláusula o patente. Y lo mismo ocurre con el capital y los dineros, sometidos a una centrifugación que desahucia al menesteroso de su sueldo o soldada, con trabajos alienantes o directamente de emigrantes. Mientras nos reservamos, los deportes y las diversiones, los placeres y el sexo manipulado y manipulador. Pero aún ignoramos que el gozo importa más que el mero placer, aunque sin liquidarlo, ojo.

Sobre el sexo habría que preguntar demasiado para aclararse sobre su función, su fin, su manipulación y su prohibición. Sabemos que la actual fijación u obsexión (siempre la equis) por el sexo, por lo demás radical en nuestra vida, procedería de los dos extremos: su prohibición celibataria (clerical) y su exhibición libertina (laical). En esto, como mostró G.Bataille, el sexo se acompasa con la muerte, ya que esta también se extremiza: o bien se reprime abiertamente (contraeutanasia) o bien se la causa abiertamente (belicosamente).

En fin, solo la ciencia contemporánea podría realizar al parecer una trasformación radical del ser humano en el mundo, pero he aquí que las ciencias responden a preguntas que ellas mismas se hacen pero no nosotros. Por una parte no saben que no saben lo suficiente, y por otra para realizar semejante revolución científica tienen que tocarnos y retocarnos los genes (además de las narices con sus experimentos). Así que hoy por hoy tenemos preguntas sin respuestas adecuadas, así como respuestas sin preguntas formuladas. Todo un lío a deliberar próximamente de forma más rigurosa y abierta.