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Pregón pascual: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis” (Mc 16,1-7) -- Rufo González

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Hermanos, esta noche (hoy) quisiera ser el joven del sepulcro:
representante de Jesús resucitado,
que, como el otro joven del prendimiento,
despojado de todo, desnudo y libre,
anuncia la libertad plena del Resucitado.

¡Ojalá mis palabras os hagan sentir su presencia real!

La fuerza del Espíritu Santo vendrá en ayuda nuestra.

Decid conmigo:

“ven Espíritu divino;

envía tu luz desde el cielo;

entra, divina luz, hasta el fondo de nuestra alma;

llena nuestros corazones;

enciende en nosotros el fuego de tu amor”.

(momento de silencio)

Envueltos en la confianza del amor divino:

hemos apagado las luces del templo;

hemos hecho nacer una luz con su poco de calor entre tinieblas;

hemos convertido nuestras velas en esta cálida luminaria;

hemos caldeado la comunidad con esa llama propagada;

nos preside el Cirio pascual, símbolo de Jesús resucitado.

Tal vez, como aquellas mujeres, sólo buscamos a Jesús muerto:

nos duele su fracaso, sentimos lástima, queremos embalsamarlo;

su palabra y su vida nos han dejado una huella profunda;

no deberían haberlo crucificado, pensamos también;

hagámosle un pequeño homenaje visitando su tumba.

Hermanos, no podemos quedarnos en el recuerdo de su vida:

escuchemos a este “joven” (lleno de vida) del evangelio,

“vestido de blanco” (glorificado), “sentado a la derecha” (divinizado)”;

el joven que se les escapó desnudo y libre, despojado en la pasión.

Escuchemos lo que dice su Espíritu a nuestro corazón:

“No tengáis miedo.

¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado?

Ha resucitado, no está aquí.

Mirad el sitio donde lo pusieron”.

Amigos, hermanos:

Jesús, el Nazareno, el crucificado, ya no ocupa lugar: “no está aquí”;

“se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén

adoraréis al Padre;

se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores

adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,21-23);

su vida resucitada es el nuevo templo que Dios habita.

El Nazareno, el crucificado, ¡ha sido resucitado!:

ha pasado a una vida nueva;

el Espíritu creador ha penetrado todo su ser;

ha sido hecho gloria, luz, comunión, presencia ilimitada,

transparencia plena, “espíritu de vida” , (1Cor 15,45),

“carne olvidada de sí misma” (S. Ireneo, Adversus Haereses V,9,2),

amor concreto a cada ser humano.

No necesitamos templos, “casas de Dios”, lugares santos:

Jesús resucitado habita el universo entero;

su amor paciente, nos está diciendo al corazón:

“mira,estoy de pie a la puerta y llamo;

si alguien escucha mi voz y abre la puerta,

entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc 3,20);

Hermanos, abramos ojos y oídos del corazón:

a pesar de que a veces olvidamos que sus vicarios son los pobres;

a pesar de nuestra pobre comunión como Pueblo de Dios;

a pesar de la marginación de la mujer, mayoría eclesial,

como si el cuerpo de las mujeres no fuera digno

de encarnar también a Jesús, el Cristo (Gál 3,28);

a pesar de vivir desunidos en múltiples iglesias…,

Cristo resucitado vive en cada ser humano y en sus comunidades:

“lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,

conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40);

“donde dos o tres están reunidos en mi nombre,

allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Vivamos con Cristo resucitado:

su “cuerpo espiritual”, su persona, es amigo y hermano para siempre;

oigamos su llamada a amar a todos, especialmente a los más débiles;

aceptemos su vida compartida, corresponsable, en comunidad;

creamos que “en él ya no hay varón ni mujer… todos somos uno” (Gál 3,28);

sintámonos en él íntima y realmente solidarios del género humano (GS 1);

ofrezcamos su verdad y su amor libremente, sin imposición;

respetemos la dignidad de toda persona, aunque la creamos equivocada;

vivamos agradecidos a tantas personas que viven a favor de los demás,

siendo testigos suyos porque viven, sin saberlo, su mismo amor.

abracemos la situación actual, la pandemia que nos agobia,

como lo hace Jesús: curando, en mesa compartida, esperanzados.

Amigos, hermanos: ¡Alegraos con Jesús resucitado!

Él vive en nosotros, en la Iglesia, en el mundo entero.

Él sigue alimentado nuestro amor.

Él sigue llamando a su reino de vida para todos.

A todos nos mira con infinito amor.

A todos nos quiere resucitar de la pereza y el egoísmo.

A todos nos dice: ¡Sígueme!

¡CRISTO RESUCITADO, GRACIAS POR TU VIDA!

Leganés (Madrid), 3 de abril 2021

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