Enviado a la página web de Redes Cristianas
No tendría más de 25 años cuando reflexioné por primera vez sobre lo que me había sido imbuído a través de una educación acrítica y en sumisión.
Y en aquella meditación llegué a la conclusión, hoy obvia (que entonces fue como descubrir un colosal secreto de la Naturaleza), de que una cosa es la religión y otra un Dios contingente.
Educado, como casi todo el mundo entonces, años 60, en las verdades dogmáticas y no exactamente en las del cristianismo, empecé a observar aspectos del catolicismo español: afectación, alarde y un orgullo entre infantil y agresivo que, por mi naturaleza y carácter me resultaban detestables. Sí, ya sé que la fe es común al catolicismo y a las demás religiones cristianas.
Pero más adelante, aproximadamente a los 40, me llega un nuevo «descubrimiento»: la fe, una idea al fin y al cabo. Pero, una idea, un concepto que se pretenden transformar en sentimiento más o menos profundo inculcado, como no puede ser de otro modo, desde el razonamiento a través de la principia petitio (petición de principio). Es decir, técnica retórica que consiste en considerar probado en el silogismo una o más premisas que precisamente están sujetas a prueba, pendientes de probar. En resumen, que la fe es un acto volitivo, en cierto modo igual que el amor. Y más adelante, ya aproximadamente a los 60, las conclusiones definitivas que me han durado hasta hoy con 77 años y a las que llegué entonces, fueron las siguientes:
1 que nunca esclareceré, salvo por la fe (que hemos quedado que es un acto de voluntad) la «realidad» de la existencia de Dios.
2 que si existe, lo que me incumbe no es adorarle (no quiere a su lado aduladores) sino disfrutar de la obra de su Creación; lo mismo que disfruto de una sinfonía o de un cuarteto con piano pero no encuentro sentido a venerar al compositor.
3 que, por una tortuosa pedagogía que viene de lejos, intensificada a lo largo del tiempo por motivaciones políticas, de la fe y de la creencia el catolicismo español ha hecho desde siempre ideología política; una ideología integrada, de un lado y curiosamente por dos elementos caracteriológicos antagónicos, hipocresía y cinismo, y de otro, por el oscurantismo y la crueldad.
Al final, lo que me queda de este sesudo y en cierto modo inquietante conglomerado, es sólo el espíritu. Y de él, la filosofía estoica, la filosofía aristotélica y fundamentalmente la humanista que impregna al cristianismo de las catacumbas, que a su vez y a mi juicio es el mismo espíritu que empapa a Redes Cristianas.
26 Agosto 2015