«¿Por qué escribí ‘¿La Iglesia católica? Sí; algunas consideraciones, por favor’ (II)» -- Luis A. Henríquez L.

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Ay, por qué no soy como D. Quijote

Ahora que escucho Discópolis, uno de mis programas favoritos de RNE Radio 3, agradezco a su presentador, el erudito musical José Miguel López (sobre los 30 años lleva emitiendo ese programa), que en este capítulo 21 dedicado al rock sinfónico y progresivo (o sea, programa 21, emitidos todos uno detrás de otro), haya serenado mi espíritu con cortes o piezas correspondientes a tres grupos de rock sinfónico: los suecos de Opeth, los noruegos de White Willow, los italosuizos de Zenit.

Magníficas las piezas elegidas. Son grupos de la última hornada en la escena del rock progresivo y sinfónico internacional, que es algo más, por lo que se ve (por lo que se puede escuchar), que Pink Floyd, Genesis, Yes, King Crinson, Emerson, Lake & Palmer, Trafic, Supertramp… por más que estos nombrados, y algunos más, sean hoy día estimados como ya clásicos de este estilo de rock tan admirado por mí.

Con mi espíritu sereno, sin embargo no puedo evitar pensar una vez más en la manera como algunos responsables eclesiásticos diocesanos canariensis me han jodido la vida. Sé que ya resulto pesado y muy pero que muy molesto con esta cantinela devenida mantra de suplicio, pero…

Pero es que en la Iglesia católica se las siguen gastando de una manera que… Que resulta que a mí, que llevo 25 años cultivando una espiritualidad de conversión o militante empeñada en la fidelidad al Magisterio (no sin debilidades, tentaciones y noches oscuras del alma, miles de horas gastadas en cursillos, manifestaciones, reuniones, lecturas formativas, asambleas, plenos, viajes, carteladas, ahorros…), ni me han contestado, cada vez que les he pedido ayuda, por causa de las tremendas dificultades económicas por que aún atravieso (en su origen, provocadas por el gesto entre idealista, imprudente y generoso de autoexcluirme de las listas de la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, tras mi ingreso en el Seminario Dioicesano Canariensis), en tanto tienen la Iglesia católica abarrotada de profesionales que, por lo común, y salvo honrosas excepciones que solo Dios conoce en verdad, viven una fe mortecina, antimilitante, desencarnada…

No es que esté planteando que yo sea un dechado de virtudes y de carismas; jamás he pretendido tal aureola, pero sí exponer que la diferencia principal entre esos muchos y muchas es que yo sigo siendo un militante cristiano fiel al Magisterio pero puteado por la propia Iglesia, en tanto ellos y ellas (salvo esas honrosas excepciones cuyo número y cuya calidad son asunto de Dios) no suelen pasar de burócratas antimilitantes enchufados en sus respectivos trabajos por la propia Iglesia (facultades teológicas, escuela católica, profesorado docente de Religión católica en la escuela pública, organizaciones asistenciales católicas…).

En definitiva: me parece una injusticia tan mayúscula la que han perpetrado contra mí (de la que doy detallada cuenta en mi libro ¿La Iglesia católica? Sí; algunas consideraciones, por favor -Madrid, Vitruvio y Nostrum, noviembre, 2011-, del que ultimo una segunda edición ampliada y corregida), que siento deseos de considerar que es que simplemente es ya algo diabólico lo que está pasando en esta Iglesia católica.

El mundo al revés: yo que, a pesar de todos los pesares soy militante cristiano, resulto puteado, ignorantado, que diría nuestro Víctor Ramírez, por la propia Iglesia, mientras miles y miles de seglares que ni predican con el testimonio de matrimonios cristianos militantes abiertos a la vida (a ver en qué diócesis española abundan las familias jóvenes con 3, 4, 5, 8, 10, 12 hijos…), se ganan la vida gracias a la Iglesia católica… Qué esperpento.

En fin, vuelvo a anhelar serenar mi espíritu, antes de subir a almorzar, ahora con Cuando los elefantes sueñan con la música, de Carlos Galilea, también en Radio 3. Suena la voz del genial Caetano Veloso…

Febrero, 2013.