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11 de noviembre de 2008
En los países desarrollados y todavía más en los países en vías de desarrollo se está dando un fenómeno cada vez más amplio y generalizado que consiste en la unión de tres de los poderes más importantes, actualmente, en las sociedades modernas y postmodernas: el poder político, el poder económico y el poder mediático. Y ello trae aparejadas una serie de consecuencias sumamente graves, sobre todo para quienes no tienen acceso a los círculos en donde se definen las estrategias de desarrollo social.
Pero los representantes de dichos poderes se cuidan escrupulosamente de que no se perciba esta combinación de fuerzas, aunque en países como el nuestro la unión de los tres es vidente y de una vulgaridad repugnante.
Todo ello es una muestra más de cómo el objetivismo y el relativismo extremo o infundado intervienen en la instalación de la perversidad en las relaciones y los procesos sociales. Se trata del ejercicio del poder y la persuasión para crear la imagen de una sola verdad, para uniformar, censurar y combatir el pluralismo de ideas. En el plano de la comunicación, es el jugar con los contenidos contradictorios en los mensajes que se envían a los ciudadanos, creando en el receptor el doble vínculo o paradoja, de manera que no vea alternativas, que se equivoque siempre, salvo cuando acepta la dominación de terceros.
La existencia de estas vinculaciones perversas se refiere a las interacciones negativas y nos muestra que se ha superado el filtro de los controles sociales, los cuales deberían preguntar por la justicia o responsabilidad social de la organización pública a través de la cual operan estas fuerzas, dejándonos a los ciudadanos como observadores externos, incapaces de reaccionar ante las transgresiones a las normas del orden instituido, los principios éticos y la moral.
Esta realidad, esta ecuación que junta los tres poderes a los que nos estamos refiriendo, está basado en ideologías, premisas y procesos recurrentes, no en casos aislados. Son relaciones de poder pero con respaldo cultural o estructural, no son accidentales o coyunturales. Y el rol de estas conexiones es permitir el acceso al aparato institucional público, así como la desactivación y el aislamiento de los controles sociales, a través de una red de corrupción que implica tráfico de influencias, la financiación de partidos políticos y futuros gobernantes, el manejo interesado de los medios de comunicación social, de los organismos de censura o responsables del control ciudadano, y otros lugares en donde se forma la opinión pública.
Y la perversidad implica que se han establecido condiciones de destrucción y degradación dentro de la organización pública y respecto de su contexto.
Algunos ejemplos son tan evidentes y a la vez tan ignorados por los ciudadanos que lo que causan es pena y dolor. Pena porque demuestran hasta dónde hemos descendido y dolor por percibir la indiferencia de los ciudadanos, amaestrados como animales domésticos, para no darse cuenta de lo obvio y por lo tanto no condenar socialmente a los corruptos.
Todas estas cosas, y muchísimas más, suceden a diario. Algunas se conocen y otras no, porque los laberintos de la administración pública son inconmensurables. Algunas son de conocimiento público porque es tal la evidencia que es imposible ocultarlas, y otras son ?archivadas?? en los medios de comunicación con una discreción extraña.
Los procesos de corrupción y perversión no son momentos o accidentes en la vida de la organización pública, y no hay razones para esperar que estos procesos necesariamente se cambien por reacciones provenientes de la propia organización, en especial cuando recordamos que se han originado (sin imposiciones) en ella misma. Tampoco se resuelven mediante actos aislados como la remoción de jueces, ministros, las declaraciones rimbombantes de los gobernantes, o el dictado y aprobación de nuevas leyes.
Porque estas reacciones puntuales no afectan la cuestión estructural, que es la continuidad de las conexiones entre los distintos niveles de los sistemas perversos o la permanencia de los procesos que articulan las partes del mismo ?negocio??, aprovechándose de la incapacidad de reacción de los afectados: los ciudadanos, que permanecen en la ignorancia porque el poder mediático, socio de los otros dos, cuida muy bien qué puede darse a conocer y qué no.
Estos procesos son crecientes, adoptan la forma de una espiral como ocurre en el esquema inflacionario, que muestra una relación perversa entre los salarios nominales, la demanda de bienes y la expectativa de incremento incorporada en los precios. Y las motivaciones de la desviación es posible que las encontremos en las relaciones de fuerzas, en los intereses políticos y económicos, o en los rasgos culturales más rígidos que están operando en la situación, como dogmas, prejuicios y creencias. Y lo cierto es que en estos casos los mecanismos de control social, ante estas distorsiones, provocan o permiten un desvío mayor en los siguientes ciclos de comportamiento, porque los anteriores no fueron eliminados ni subsanados.
¿Ha llegado el momento del levantamiento popular? ¿De la protesta ciudadana ante tanta corrupción? ¿Dónde están ahora los partidos nuevos que nos convocaban en una gesta contra la perversidad de las prácticas de gobierno de los partidos tradicionales? ¿Por qué hay tanto silencio? Realmente no lo comprendo, pero viendo lo que sucede en otros países no creo que en el nuestro tengamos más valentía que la demostrada por ellos, que es ninguna.
14.11.2008
(Información recibida de la Red MUndial de Comunidades Eclesiales de Base)