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En los últimos tiempos, nuestro espacio público se ha llenado de monumentos, estatuas y placas que encomian a imputados y condenados por corrupción. Personajes de medio pelo que se sentían dignos e ilustres esculpiendo su grandeza, y que ahora, poco a poco, van cayendo en el pozo negro del oprobio.
?En esta tierra tan miserable, si no me alabo yo no me alaba nadie??, decía, a veces, mi madre en tono irónico. Y en verdad os digo, que esta pandilla de granujas y rufianes se alababan profusamente y sin pudor. Pobres mortales laureándose a sí mismos o dejándose laurear. Pobres en espíritu y decencia. Pobres en intenciones y en hechos. Pobres hombres y mujeres, al fin y al cabo.
En los años de las vacas gordas, cuando la gente se hacía millonaria de la noche a la mañana; cuando se abrió la veda de la corrupción y la gente miraba para otro lado, algunos medraron a cuenta de lo ajeno y se proclamaron eminentes en calles y plazas. Pero hoy sus placas van cayendo por el efecto de la gravedad y el peso de los hechos; hoy sus monumentos y estatuas han perdido el equilibrio y ya no se sostienen en pie dignamente.
. Valladolid