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Observar el comportamiento de los animales salvajes ayuda a comprender la conducta humana. Pues, al fin y al cabo, los humanos también somos animales y, aunque más evolucionados, no es poco lo que tenemos en común.
Todavía no me he recuperado de la honda impresión que me produjo la contemplación en imágenes del proceder de una pareja de picozapatos con uno de sus polluelos de apenas un par de días. Según el narrador del documental, estas aves suelen poner e incubar dos huevos, aunque en su intención, o quizá habría que decir en sus genes, no esté la voluntad expresa de sacar las dos crías adelante, sino garantizar el éxito de una de ellas.
Pues bien, en el caso que les relato había una notable diferencia de tamaño entre aquellos dos polluelos enternecedores. Y aquí viene lo impactante por su crueldad. La pareja de picozapatos llenaba de comida, una y otra vez, el buche del polluelo más grande, pero mostraba indiferencia ante el pío pío desesperado del más pequeño. Al parecer, sus progenitores habían decido alimentar solo al más fuerte y abandonar trágicamente al más débil.
Acostumbrado a ver que la mayoría de los animales defienden con valentía y determinación a sus crías, esta escena me rompió el corazón. Y es que, desde el punto de vista humano, no sé qué es más doloroso: si morirse de hambre o de la indiferencia y abandono de unos padres que han dejado de quererte. Cierto es que no habrá muchos padres que se comporten así con sus hijos, pero, al igual que los picozapatos, sí que somos muchos los humanos que nos mostramos indiferentes ante el pío, pío desesperado de tantos y tantos niños necesitados y vulnerables.