Que la jerarquía en el Perú siga insistiendo en su supuesto derecho de ser compensada con privilegios por haber contribuida con su riqueza para la defensa de su propia Patria, me da vergüenza ajena. Antes de ser cristianos, somos ciudadanos. Es más: un buen cristiano es por si un buen ciudadano que ve en la política el arte de armonizar la convivencia entre los ciudadanos. Un ciudadano que promueve la paz.
Esta, según Juan XXIII, «… ha de estar fundada sobre la verdad, construida con las normas de la justicia, vivificada e integrada con el amor, y realizada, en fin con libertad» (Juan XXIII en Pacem in Terris) !Cuantos descendientes de padres e hijos caídos en la guerra pudieron reclamar privilegios de mismo tipo! Vidas humanas valen más que oro y plata. A nadie le ocurre, sólo a los que se tienen por «Iglesia», su cúpula.
La jerarquía «como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú» (Art.50), en general tampoco se merece privilegios. No ha jugado un rol precisamente honorable al lado de los conquistadores, ni en lo cultural, ni en lo moral. Basta leer historiadores peruanos de renombre como Gonzalo Prada, Jorge Basadre, Armando Nieto, Jeffry Kaiber y tantos otros. Los templos construidos sobre destrozados santuarios de los orígenes es solo la cara exterior de la violación religiosa, para no hablar la tenencia de esclavos y de la abominable práctica posterior de la Inquisición.
Pero, no se requiere ir tan lejos. Los frutos en un país con su 80% de católicos nos revela «Transparency International»: Con excepción de Chile y Uruguay, todas las Naciones de este Subcontinente católico están profundamente envueltos en la corrupción y, consecuentemente en el subdesarrollo. Donde se detecta más transparencia son países en que el catolicismo está en minoría, hasta ausente. ¿Qué pasó con la «sal» y el «fermento» que – según Jesús debería cambiar la masa?
En cuanto a la educación, una Iglesia piramidal en su estructura, fundamentalista y dogmática en lo religioso, poco puede aportar para una educación crítica y creativa. Más bien educa en lo cívico par la sumisión y con fórmulas repetitivas.
Se aduce por parte de los obispos las obras benéficas de las instituciones eclesiales y en encuestas la respuesta aprobatoria por parte del pueblo. Ya los emperadores romanos sabían: denle al pueblo pan y circo (panem et circensem) y la tienen a sus pies. Jesús no era ajeno a estos medios que – en el mundo – prometen éxito. Lo dice la parábola de sus tentaciones. O, como dijo Mons. Helder Camra: ?Denle al pueblo un pan y te dicen: eres un santo. Dígale porqué no tiene pan, eres un comunista.??
Además, es falta de ética y de fraternidad, gozar de privilegios que iglesias cristianas hermanas no la tienen, pero si aportan con sus impuestos para que se mantengan los privilegios del clero católico. Esto no es solamente una ofensa, sino además injusto. Dijo Juan Pablo II, en su visita a Argentina: «la justicia es el presupuesto y primer fruto del amor», del primer mandamiento de Jesús.
Así que con unas propuestas de Jaime Bayly puede haber consenso, como p.e. en cuanto al trato igualitario de credos por parte del Estado según su criterio y posibilidades, como también en lo de la educación. Sobre el aborto en el primer estado de gestación y la homosexualidad dentro de ciertos límites, se puede discutir.
En todo caso me distancia de las expresiones de Bambarén que puede ver en actos de Jaime inmoralidad, pero una casa es vencer el mal con el bien, como lo hizo Jesús, y otra excluirlo de la mesa común. Además demuestran las reacciones relámpagos del «alto» clero al programa de Bay que ha tocado temas más sensibles para el sistema eclesial: el dinero y el sexo,