Una de las grandes novedades teóricas de la Teología de Liberación fue el concepto de «pecado estructural». Al principio, se hablaba de la «dimensión social del pecado» para mostrar que todo pecado -todavía visto como algo personal- tenía implicaciones e impactos en la sociedad en la medida en que las personas son también seres sociales -viven en la sociedad- y sus acciones afectan la vida social. Después el concepto evoluciona hacia «pecado social» para mostrar que hay situaciones sociales que son de pecado y también para indicar que hay pecados que son cometidos por la propia sociedad o por grupos sociales, y no sólo por individuos.
Paralelamente al uso de la noción de pecado social, surgió el de «pecado estructural» revelando que hay estructuras sociales, económicas, políticas o culturales que son pecaminosas -producen sufrimientos, opresiones, el mal- por el propio funcionamiento de su lógica, casi que independiente de las intenciones de las personas involucradas en estas estructuras.
Déjeseme dar un ejemplo para comprender mejor la idea de pecado estructural. En una sociedad esclavista, por mejor cristiano que sea el hacendado señor de esclavo, y por mejor que él trate a sus esclavos siguiendo los buenos consejos de un buen sacerdote o de un pastor, la relación de esclavitud es mala, pecaminosa en sí misma. Pero, lo peor, es que en una economía esclavista, este hacendado cristiano no puede prescindir de los esclavos. Pues sin esclavos no hay producción, ya que no hay trabajadores asalariados en este sistema social. El carácter pecaminoso de esta estructura económico-social es independiente de la buena o mala intención o del grado de honestidad de las personas. Es claro que hay alguna diferencia en la vida concreta de un esclavo si su dueño es una persona violenta o no, pero la situación fundamental no cambia.
Este concepto fue una gran novedad porque tradicionalmente -desde los tiempos antiguos hasta el surgimiento de las teorías sociales modernas- se creía que la forma como la naturaleza y la sociedad funcionaban venía directamente de la voluntad divina, de fuerzas sobrenaturales o de la propia naturaleza. Siendo así, nadie cuestionaba el orden natural de las cosas y todos veían el orden social también como una forma de orden natural. Por eso, ante el mal, toda la atención recaía sobre la intención o la santidad o la moralidad de las personas involucradas.
En este tipo de teoría moral y social centrada en la intencionalidad subjetiva, el único camino para construir una buena sociedad es educar o convertir a todas las personas para que aceptando su lugar y su misión dentro del orden natural de las cosas o de la voluntad divina actúen de modo correcto y adecuado. En el fondo es la idea de que cambiamos el corazón y la mente de todas las personas y el mundo será bueno y justo.
La Teología de Liberación cuestionó esta visión del mundo y de la sociedad y, con la noción de pecado estructural, mostró que más allá de los cambios personales es preciso cambiar también las estructuras económicas, políticas y culturales de la sociedad y la forma de organizar y funcionar de las principales instituciones. Por eso es que en la década de 1970 y 80 se hablaba bastante de «revolución» (no necesariamente algo violento) para mostrar la necesidad de transformaciones estructurales profundas.
Yo estoy retomando este tema aquí porque tengo la sensación de que este concepto de pecado estructural está un poco desaparecido entre sectores de la Teología de Liberación y del cristianismo de liberación.
Algunos ejemplos para justificar mi impresión. En ocasión de los escándalos de corrupción que alcanzaron al gobierno de Lula y diversos dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT), la mayoría de las críticas al PT y al gobierno de Lula realizadas por los sectores de la «izquierda cristiana» estuvo centrada en la noción de ética personal. Se criticó mucho la falta de «ética» y de compromiso con el pueblo por parte de estas personas, como si la estructura de funcionamiento y de organización del PT, de la administración federal y de la política nacional no tuviese ningún peso importante en el proceso.
Ante tantos problemas sociales y ambientales que afectan a nuestro pueblo, mucho de lo que se escribe se concentra en criticar la mala intención o la falta de buena voluntad política de los dirigentes políticos y de la elite del país; o si no, apelar a la buena voluntad de las personas, llamándolas a la indignación a través de denuncias y más denuncias (muchas veces sin análisis de las causas y de las alternativas posibles), seguido de llamamientos «morales». En algunos casos, una imaginación poético-romántica sobre el futuro ocupa el lugar de los proyectos de sistemas económico-socio-políticos, y así, no proporcionan casi ninguna pista sobre cómo será la nueva estructura social y cómo podemos construirla.
La noción de pecado estructural indica que, en la dinámica social, las buenas o malas intenciones no son suficientes para determinar las consecuencias de las acciones individuales y sociales. Existe una estructura social dominante que limita y condiciona las posibilidades y las consecuencias de nuestras acciones (sin olvidarnos de los límites y posibilidades colocados por la propia naturaleza). En la práctica esto significa decir que buenas intenciones o voluntad política no son suficientes, que hay una diferencia entre la intención de la acción y sus resultados; y entre lo que «debería ser» y lo que «puede ser».
Hay aspectos de nuestra vida y de la sociedad que podemos cambiar para mejor, incluso antes de las transformaciones estructurales; pero hay otros, que no podemos cambiarlos antes de que estas grandes transformaciones en las principales instituciones de la sociedad y de la propia estructura sociopolítica se produzcan. Por eso, necesitamos trabajar en forma articulada en varios espacios y niveles y con perspectivas de tiempo adecuadas para cada uno de ellos. Todo esto, sin olvidarnos que existen también cosas buenas y deseables que están más allá de nuestra condición humana y de la historia. Perseverar en la lucha dentro de estas contradicciones y frustraciones tiene que ver con la sabiduría espiritual.
(Esta reflexión será continuada en el próximo artículo, tratando sobre capitalismo, pecado estructural e idolatría.)
Traducción: Daniel Barrantes – barrantes.daniel@gmail.com
* Profesor de postgrado en Ciencias de l Religión de la Universidad Metodista de San Pablo y autor de Sementes de esperança: a fé em un mundo em crise