Todas las multitudes que se habían reunido para este espectáculo, viendo lo que había ocurrido, fueron regresando a la ciudad, dándose golpes de pecho» (Lucas, 23, 48).
Estuve presenciando el espectáculo de la Passio granatensis y recordé que en algún relato evangélico se calificaba así la muerte de Jesús de Nazaret. Cuando llegué a casa busqué en los Evangelios y encontré la frase de Lucas que figura a la cabeza de este escrito.
Me pareció una frase en extremo exagerada al hablar de «todas las multitudes». Sin embargo, el traductor me merece confianza, y consultada la Vulgata y el texto griego me afianzo en su exactitud. Quizá el autor quiera hacer alusión a un dicho de Jesús recogido por otro evangelista que dice: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí».
En efecto, su ejecución, como todas las ejecuciones de aquel tiempo, constituyó, en principio, una diversión entretenida para las masas. Sin embargo, según el texto de Lucas, el esparcimiento se trastoca en algo serio, de modo que «todas las muchedumbres, viendo lo que había ocurrido, fueron regresando a la ciudad, dándose golpes de pecho»: señal inequívoca de arrepentimiento y tristeza.
A lo largo de la historia, las masas ha seguido asistiendo a las ejecuciones para escarnecer al reo o para compadecerlo, y las autoridades fomentaban la asistencia del pueblo para que escarmentase en cabeza ajena y para acrecentar el dominio sobre la plebe mediante el terror. Todas las iglesias cristianas, en los autos de fe, revivieron el espectáculo aterrorizante de reos quemados vivos como ejemplos a no seguir, y las masas se retiraban impresionadas. La Passio granatensis, resultó, en verdad, un magnífico espectáculo: derroche de arte, abundancia de riqueza, emulación cofrade, asistencia masiva, lucimiento de actores, etcétera, pero los asistentes no tenían trazas de volver a sus casas mejorados por el espectáculo.
Lo más emocionante que presencié fueron los aplausos de contados espectadores ante algunas levantás. Fuera de esto: comedores compulsivos de pipas, abundancia de filmadores y fotógrafos, grupos dispuestos a reírse de cualquier ocurrencia, niños deseosos de que se acabara, maridos recordando a sus esposas que era hora de la caña, basura por doquier, empujones y discusiones… El recuerdo de la ejecución de Jesús de Nazaret sigue siendo un espectáculo como lo fue la ejecución real hace más de veinte siglos.
El pueblo se divierte; los negociantes se aprovechan; las autoridades acrecientan el turismo y de camino se colocan medallas, y la jerarquía eclesiástica se engaña con algo que cada vez es menos cristiano e incluso menos religioso.
En el rato que presencié el desfile procesional, situado en Gran Vía, entre calle Cárcel Baja y Zacatín, no aprecié ninguna actitud que se pueda calificar de cristiana y que entrañara siquiera respeto a lo representado en los pasos, identificación con las esfinges dolientes o solidaridad con los cercanos. A lo más, algo de emoción puramente estética ante los rasgos de las imágenes o ante la bizarría de los andares costaleros y sus violentas levantás. Sí presencié bastantes gestos ineducados y, por ende, no cristianos: jovenzuelos sentados junto a ancianos en pie; empujones a personas mayores; altos situados en primera fila tapando la visión a niños o a bajitos, etcétera.
Ni siquiera la religiosidad se patentizaba: tanto los espectadores como los actores, mayormente, se entregaban a la diversión o al lucimiento. Ningún rezo, ninguna exclamación piadosa. Los rosarios en manos de los cofrades constituían un adorno más. Fuera de los costaleros cuyo trabajo imagino sufriente, ningún signo de penitencia bajo los capirotes: buenos calzados en los pies, lujosas insignias y estandartes en las manos, emulación en el porte y en las vestimentas, derroche en el adorno de las imágenes. Renglón a parte merecen los abundantes turiferarios que apestaban el ambiente con humeantes incensarios donde lo que se quemaba no era incienso auténtico, sino algún sucedáneo de olor desagradable que tornaba el aire ligeramente asfixiante.
En consecuencia, asistí a un acto de folclore, del que me extraña que la jerarquía eclesiástica esté satisfecha como he oído en unas declaraciones del señor arzobispo. Si se dan por satisfechos con unas profesiones de fe en la catedral, alguna que otra oración de los cofrades, y reunir masas que se divierten con el espectáculo, hay que concluir que estas autoridades han perdido, por completo, el norte.
Publicado en «Granada Hoy» el 15.04.2009.